literatura

El pájaro enamorado que vomita sangre

¿Alguna vez habéis acometido la abnegada empresa de leer un libro que a priori sabéis mediocre? Voluntariamente. Imagino que sí. Yo, personalmente, muchas veces. Y no es una pérdida de tiempo si el tema interesa y se sabe lo que buscar entre sus páginas, claro. No tiene por qué ser obligatorio siempre ver, leer o escuchar obras maravillosas, estupendas y portentosas. La medianía también tiene su importancia, aunque no lo parezca. Sin ella, por ejemplo, no podríamos distinguir lo excelente. No nos engañemos, la mayoría de los humanos nos movemos entre los amplísimos márgenes de lo gris, genialidades hay muy poquitas. Y este es el caso del libro que voy a tratar hoy. No es que afirme yo únicamente que sea una obra regular (que no mala), sino su propio autor el que la consideraba así.

Esta entrada está dedicada a una obra literaria normalita de un escritor cuya pericia también era del montón. Pero con abundantes cosas que aprender sobre la sociedad japonesa de la era Meiji. Bueno, y que con el transcurrir del tiempo la novela también ha ganado mucho en refinamiento kitsch. Ah, que qué libro es. Pues Namiko (1899) de Tokutomi Roka (también conocido como Kenjirô Tokutomi).

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«Cuco chico y arcoíris» circa 1820 de Hokusai

Hace un par de años Satori publicó la obra, traducida esta vez directamente del japonés, en una cuidada edición prologada por el gran Carlos Rubio. Es una novela que se lee enseguida, y está escrita con sencillez poética. Se trata de la historia de una joven llamada Namiko en la era Meiji. Ella pertenece a una familia importante de samuráis, que tras el edicto Hatôrei, el gobierno compensó su pérdida de privilegios brindándoles otros, como títulos nobiliarios. Ella es una aristócrata, y en este rango social Tokutomi Roka se va a centrar.

Namiko ha tenido una infancia triste, pues su madre murió y su padre le asignó una madrastra insensible, educada además a la manera occidental. Por eso su enlace con Takeo es una bendición acompañada de amor verdadero y cierta liberación. Ambos se aman sinceramente, pero eso no es suficiente para que las cosas vayan bien. La madre de Takeo y viuda, Kei Kawashima, no se lo va a poner nada fácil a pesar de los esfuerzos de Namiko por complacerla. El odio, celos y maltrato a los que somete a nuestra protagonista llegan a su cúspide cuando Namiko enferma de tuberculosis. Esta pérfida mujer, con la ayuda del enamorado despechado Chijiwa y aprovechando la ausencia por la Primera guerra sino-japonesa (1894-1895) de Takeo, repudiará a Namiko, divorciándola de su hijo. La tisis en esa época era una auténtica epidemia casi siempre mortal, por lo que Kei deduce que Namiko no será capaz de engendrar un heredero para los Kawashima. Pero hay mucho más, desde luego. Para esta mujer la enfermedad tiene un poso kármico. Algo defectuoso tiene que haber en la joven para que haya enfermado… y eso la descendencia lo puede recibir también. La enfermedad, esa plaga del s. XIX que fue la tuberculosis, no la observa con compasión, sino como un mal pavoroso que la propia convaleciente, de alguna forma, se ha buscado. Y hay que apartarla, por supuesto.

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El príncipe Ôyama Iwao y su familia, en 1904. La historia de Namiko está inspirada en su hija, Nobuko, y Yatarô, hijo del vizconde Mishima Michitsune.

Namiko tuvo una cantidad de ventas inaudita cuando se publicó, que en primer lugar apareció por entregas en el periódico Kokumin Shinbun. Se tradujo a numerosos idiomas, incluido el español, por lo que se convirtió en una de las primeras obras literarias de éxito fuera de las fronteras de Japón. El título original es en realidad Hototogisu, que significa cuco. Un tipo de cuco autóctono de Asia y África en concreto, al que se llama cuco chico. Esta avecilla tiene mucha tradición simbólica en Japón en el campo del arte. Es uno de los pájaros predilectos de Murasaki Shikibu, hace aparición en el Hyakunin Ishuu, es protagonista de senryû donde se exhiben personajes tan ilustres como Nobunaga, Hideyoshi o Tokugawa; y se le ha pintado muchísimo, casi siempre en caída o vuelo bajo. El simbolismo del hototogisu no es único, pero está relacionado con la llegada del verano y la melancolía, el amor trágico, la proximidad de una muerte repentina, el luto. También se dice que solo gorjean cuando el sol ya se ha puesto, y que si se ven privados de su pareja, cantarán hasta vomitar sangre y morir. 

Namiko es nuestro hototogisu, separada de su marido, enferma de tuberculosis, mártir de un amor desdichado y protagonista de un melodrama clásico. El melodrama no es de por sí un género malo, aunque algunas personas lo identifiquen directamente con baja calidad (no sé por qué, pero sucede). El Conde de Montecristo es un melodrama épico, o Madame Bovary, y nadie en su sano juicio duda de que sean obras maestras de la literatura. En el campo del anime, me viene a la cabeza mi serie favorita de lo que llevamos de año 2016: Shôwa Genroku Rakugo Shinjû, un melodrama de la cabeza a los pies. Eso sí, un melodrama cutre es de las cosas más insoportables y penosas con las que uno se puede topar. ¿Es el caso de Namiko? Bien, Namiko no es la mejor novela del mundo. Tampoco la peor. Pero los que seáis muy puntillosos, la encontraréis aparatosa y muy polarizada.

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Tokutomi Roka en 1922, cuando contaba 55 años

Aunque es una característica particular del melodrama la que hace muy interesante Namiko. No es la historia en sí o la caracterización de los personajes, sino la ambientación. En el melodrama es muy importante el marco histórico, es esencial reproducirlo con realismo; las estructuras y dinámicas sociales deben ser representadas fielmente. Y eso Tokutomi Roka lo hizo de una manera impecable. El argumento además está basado en hechos reales y, por lo que se va deduciendo conforme avanza la lectura, no eran lances extraños en la época. Lo que sí hace Roka es acomodarlo al lenguaje literario y envolverlo de las propiedades del melodrama… pero no con excesiva habilidad. Namiko es una mártir en toda regla, y los villanos que la rodean como Chijiwa, o sobre todo las clásicas dokufu en los papeles de su madrastra y suegra, son realmente malvados. Sin fisuras ni matices, personajes ruines con la profundidad psicológica de un charco.

¡Aaah, no puedo! ¡No puedo más! Esto es demasiado duro… Nunca… jamás volveré a nacer mujer…

Pero realmente quien ha hecho un estudio excelente sobre toda esta temática, ha sido el profesor Ken K. Ito con su An Age of Melodrama: Family, Gender and Social Hierarchy in the Turn-of-the-Century Japanese Novel (2008), que publicó en la Universidad de Stanford. El primer capítulo, «Family and nation in Hototogisu«, está dedicado en exclusiva a Namiko y su representación de la familia y nación japonesas de la época. Muy recomendable.

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Edición chilena de 1905, ilustrada por J. Diéguez, de Namiko

Hay que tener en cuenta que la literatura moderna en Japón en esos momentos estaba comenzando a dar sus primeros pasos. Y no todos los escritores eran portentos como Natsume Sôseki. Tras 250 años de aislamiento, durante los cuales esta disciplina en Japón padeció los males lógicos que provoca la endogamia, los escritores y lectores nipones sufrieron un auténtico tsunami cultural e ideológico que tuvieron que asimilar de manera muy rápida para estar a la altura del resto de las naciones del mundo. La mentalidad, pensamiento y forma de hacer literatura se habían enquistado en el país, y para más inri eran (y siguen siendo a cierto nivel) muy, pero que muy diferentes a Occidente. Por eso los tanteos iniciales para escribir de una manera internacional, donde incluimos este Namiko, eran una mezcolanza entusiasta todavía algo inmadura de un montón de cosas. Ah, pero no por ello menos interesantes, de hecho su valor histórico es indudable. En el caso de Tokutomi Roka, su interés estaba dirigido hacia un autor muy concreto, Lev Tolstói, con el que se carteaba y al que llegó a conocer personalmente en un viaje que realizó a Rusia. De hecho, se le considera el Tolstói japonés, pero soy muy poco amiga de hacer comparaciones de ese tipo, además que el sobrenombre le quedaba un poco grande a Roka. Sin ánimo de ofender su trabajo y memoria, conste.

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Tolstói y su esposa, Sofía Behrs, que era muy aficionada a la fotografía.

Uno de los conceptos extranjeros más complicados de metabolizar por Japón fue el del individualismo, el del yo. Y es el tema de fondo que palpita en Namiko, es un combate entre la sociedad y el individuo; el bien común frente al bien personal. En realidad toda la novela presenta un profundo maniqueísmo en casi todos los asuntos que toca. No hay un término medio, no existen apenas los grises. Todo parece un choque entre dos fuerzas: nuera contra suegra, modernidad frente a tradición, extranjero y autóctono, etc. No en vano, el trasfondo histórico no es otro que una guerra, donde Takeo pasa la mayor parte de la obra.

—¿La gente? ¿La tradición? Pero no tenemos derecho a hacer el mal solo porque otros lo hacen. Una separación debida a una enfermedad es una brutal costumbre del pasado. O peor, si eso es una norma social de hoy en día, no merece la pena vivir en esta sociedad. Hay que cambiar. No estamos obligados a seguir unas normas anticuadas e inhumanas. Además, usted solo piensa en nuestra familia, pero póngase también en el lugar de la familia Kataoka. ¿Cómo se sentirá cuando su hija les sea devuelta al poco tiempo de haberse casado por el simple motivo de que se ha puesto enferma, después de todo lo que había hecho para conseguir su felicidad? Y la mismísima Nami, ¿con qué cara cree usted que puede regresar a su casa paterna? Imagínese que esto hubiera pasado al revés. ¿Qué sentiría usted si se llevan a Nami porque soy tísico? Es lo mismo.

—No, hijo, es muy diferente. La mujer es inferior al hombre.

Pero volviendo al tema de ese profundo sentido del colectivo japonés, Tokutomi Roka escribe ante todo sobre el sentido del deber hacia la sociedad (colectivo) y el amor romántico monógamo (individualismo). La oposición entre dos tipos de familia, el ie, legitimado por la tradición y éticas confucianas y budistas; y el katei, de raíces occidentales y cristianas (Tokutomi, como muchos rebeldes de su momento, se convirtió al cristianismo). El ie está jerarquizado en extremo, todo el mundo tiene su lugar; es un sistema patriarcal vasto (similar al mayorazgo medieval castellano) y en el cual las licencias para que perdure la estirpe son también amplias. La mujer solo funciona como elemento procreador, es reemplazable, y la recién casada se encuentra en los escalafones más bajos. Como célula básica de la antigua sociedad japonesa, esta clase de estructura continuaba muy arraigada y ejercía una enorme presión sobre todo el mundo. Casi nadie se atrevía a desafiarlo, de ahí que, tanto Takeo como Namiko, finalmente consintieran sus exigencias. En la actualidad todavía existe cierta tensión entre lo tradicional y lo moderno, lo japonés y lo extranjero; cualquiera que consuma manganime con un poquito de cabeza, seguro que es consciente de ello.

Tokutomi Roka hace una crítica severa a este sistema, denuncia el desamparo e injusticia que sufren las mujeres en él, y hace una apología de la dignidad del individuo y la libertad social. Casi nada para ser el año 1899. Porque la conmoción que supuso en Japón Namiko fue inmensa, sobre todo entre los más jóvenes, que ya se iban empapando de esa nueva conciencia del yo. Aunque no posee un espíritu adulador hacia Occidente, porque sus pullitas también las echó.

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Familia samurái en 1865

Namiko es una novela interesante por lo que refleja más que por lo que cuenta y cómo lo cuenta. El argumento es previsible, los personajes chatos y sin matices, algunos bastante desaprovechados; y la tragedia continua que vive la protagonista, sacrificada y bondadosa, hiede a drama ramplón. Tiene también un tufillo a moralina que puede hacerse molesto, y Tokutomi Roka a veces tiene el cursi subido que da gusto. ¿La recomiendo? Sin duda, no os va a provocar una embolia ni tampoco destruirá vuestras neuronas. Sus méritos no son literarios, sino informativos. Ya solo por eso merece la pena leerla.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Peticiones estivales

Peticiones estivales: Inio Asano

Proseguimos con vuestras sugerencias para el verano, y esta vez toca uno de los autores más interesantes del panorama del manga actual. Además posee un público entregado y numeroso (en el que me incluyo), que sabe apreciar ese carácter suyo tan grunge. Gabriela Ip desde facebook me pedía que escribiera sobre Oyasumi Punpun (2007-2013) o cualquier otra obra de Asano. Como me has dado a elegir, querida Gabriela, he preferido centrar mi atención en algunos one-shots que ha publicado este mozo. No es que Oyasumi Punpun me parezca mal manga, todo lo contrario, de hecho lo amo; pero me he inclinado hacia obras no tan densas y más fáciles de digerir. Es veranito por estos lares y tampoco quiero ponerme muy pesada. Ya tengo de por sí una tendencia desgraciada a meter chapas letárgicas, y no quiero hacerme más aburrida de lo habitual. Creo que estos yomikiri, que tienen también su intríngulis (es Asano, qué carajo), brindarán más dinamismo a la entrada sin necesidad de dormiros.

He seleccionado 6 en total y, aunque son puro Asano todos, los registros son bastante diferentes unos de otros. También la calidad es variable, no obstante ninguno de ellos es una bosta, y merecen una lectura atenta. Tanto si conoces ya la obra del autor como si quieres arrojarte por primera vez a sus precipicios, resultan una buena opción.

Funwari Otoko (2016)

A gentle man o Funwari Otoko es realmente cortito, 14 páginas. Es un manga promocionado por una marca de shôchû llamada Funwariy como impulsor de él, tiene una pequeña presencia en la historia. ¿Es publicidad? Sí, claro, pero Asano lo maneja de forma tan natural que no se percibe como propaganda en sí. El producto en cuestión está bien incrustado en el argumento, no acapara protagonismo ni molesta. Aclarado este primer tema que puede suscitar cierto recelo (antes de leerlo yo también me encontraba algo suspicaz, lo admito), vayamos con el one-shot en cuestión.

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La protagonista es una treintañera típica japonesa y con un carácter algo cínico, que se refugia en el trabajo para olvidarse de todo y llenar el vacío que siente. Vamos, una chica normal de su edad, viviendo sola en la gran ciudad y que ha sufrido unos cuantos desengaños… aunque no los suficientes para que la colme la amargura. Tiene una tendencia muy graciosa, con la que me identifico totalmente, de sobreanalizar las cosas en milésimas de segundo además. Aunque en el caso de la joven, ella confía en sus impulsos y da un paso adelante… y yo me habría hecho los 100 metros lisos en dirección opuesta al sujeto en un tiempo récord. Porque, como deduciréis, el chico de la ilustración está interesado en Nori, que así se llama la moza. O eso parece.

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Como se trata de un yomikiri tan escueto, no puedo contaros mucho más, pero su sencillez no implica una historia imbécil. Asano es un maestro a la hora de plasmar las emociones humanas con habilidad, incluso las más complejas, y lo consigue en esta docena de páginas con originalidad y solvencia. No va a cambiar el rumbo del planeta, pero es un tebeo tierno y que no deja mal sabor de boca. Asano está bastante comedido y el arte es estupendo. Creo que es casi imposible que este hombre dibuje algo mal, no obstante.

Bakemono Recchan (2015)

Bakemono Recchan contiene ciertos guiños a Oyasumi Punpun, pero es un manga bastante distinto. Ambientado en un instituto, cuenta las vivencias de Antô-san, a la que todos llaman cariñosamente Recchan. Ella no es una estudiante más, es una chica con cara de monstruo. Es retraída pero de corazón noble; y en vez de sufrir la habitual marginación con su ulterior acoso escolar, Recchan es como una especie de mascota de la clase. Todo el mundo la adora y ensalza de manera exagerada y sin motivo; hacen de su deformidad un símbolo, como si no existiera incluso. Pero la delegada de su clase, Nakajima-san, ni piensa ni opina igual. ¿Es envidia? ¿Es repugnancia por la actitud gazmoña de los alumnos? Pues, como sucede en la vida, una mezcla de ambas.

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Me ha gustado mucho este manga y cómo Asano juguetea con la corrección política, que en Japón es salvaje, para tachar de hipócrita a todo un instituto. O a una nación. Se mueve entre dilemas morales muy peliagudos, porque trata el tema de la discriminación de forma bastante cruda. Recchan es un bakemono, un monstruo; es algo que no se puede negar, que es lo que sus compañeros no aceptan. Y cuando se comporta como tal, le dan la espalda. Asano nos habla de la importancia de la honestidad, pero que tampoco tendría que estar reñida con la compasión y la tolerancia. Un poco como La Metamorfosis de Kafka, pero al revés. Interesante.

Himawari (2010)

Este one-shot está incluido en el primer art-book publicado por Asano: Ctrl+T 浅野 いにお WORKS. No he tenido la oportunidad de ver ese volumen ni sus contenidos, salvo este relato y otro más, Haruyo Koi, que es un pequeño cuento en el mundo de Solanin.

Himawari o Girasol tiene mucho de Nijigahara Holograph. Esa estructura no-lineal, totalmente dependiente de las emociones del protagonista; el desglose de información errático pero eficiente; la fuerte carga simbólica, que desperdiga sus semillas de forma aparentemente aleatoria (pero no); y una tragedia como desencadenante del cataclismo personal del protagonista. Me gustaría escribir algo más sobre Himawari, pero me temo que tanto por la propia naturaleza del relato como por su extensión, no puedo hacer mucho más. Y creo que hasta me he pasado con lo que ya he puesto.

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Las temáticas que se tocan son, por supuesto, la culpabilidad, el sexo y también la autodestrucción. El aislamiento y la eterna sensación de no encajar, de no ser nunca suficiente. Muy en su línea Asano. Es un manga que, como le sucede a Nijigahara Holograph, hay que leer un par de veces, con la ventaja de que no es tan complicado ni enrevesado como este último. Aunque, achtung meine freunde! según qué traducción leáis, puede resultar un tebeo bastante confuso, que es lo que le faltaba a la historia. Advertidos quedáis.

Kinoko Takenoko (2013)

Es muy evidente la influencia del querido Shigeru Mizuki y su imprescindible Onward towards our noble deaths (1973) en este one-shot. Hace unos meses dije que escribiría una reseña sobre él, y todavía no lo he hecho. Shame on me! Pero lo tengo en mente desde hace tiempo, no lo voy a olvidar tan fácilmente. Regresando a Kinoko Takenoko, como bien deduciréis, se trata de un manga bélico. Pero estamos hablando de Asano, por lo que no será un tebeo al uso del género. Para empezar, la contienda tiene lugar en un lugar impreciso del planeta. Podría ser una guerra entre Japón y China (aunque parecen dos naciones continentales), por ejemplo, pero está claro que Asano plasma muy bien esa égida militarista y totalitaria que exacerba en una población que ya está sufriendo las consecuencias directas del conflicto, un sentimiento de ultranacionalismo cegador. El odio irracional hacia el enemigo, al que no se considera ni humano, el patrioterismo, el orgullo casi racista, la manipulación ideológica… no hace falta ser un historiador especializado en Asia Oriental para ver que Asano se inspiró en su propio país, en el kokka shugi de la era Shôwa, pre-Segunda Guerra Mundial. Tampoco hay que olvidar que actualmente en las islas existen movimientos políticos afines a ese fascismo japonés: los uyoku dantai.

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El argumento tiene de protagonistas a dos adolescentes pacifistas, que observan con estupor cómo la guerra, a través del miedo y el fanatismo, deforma el mundo que los rodea. El chico, armado con su teléfono móvil, quiere dejar registrada para la posteridad la enorme estupidez del ser humano. Es un defensor a ultranza de la vida, incluso llegaría a entregar la suya por salvar otra. Pero la guerra es cruel, y pone a prueba los límites de las convicciones más nobles y arraigadas con suma facilidad.

Inio Chan’s cool Japan (2015)

No sé mucho de este cómic, salvo que Asano lo escribió para la web de Big Comic Spirits. Tampoco cuál era el contexto. Es muy, muy corto, y por eso me gustaría pensar que está concebido para formar parte de una serie de varios yomikiri, donde el autor nos brindaría retazos de su particular visión de Japón. Pero creo que no es así.

Asano da un repaso bastante sarcástico, pero a la vez cariñoso, a ese Japón decadente que se encuentra en las zonas rurales. Es un hecho que se están quedando despobladas, y su pequeña producción industrial, artesanal y agrícola se encuentra agonizando. Todo el mundo quiere vivir en los grandes núcleos urbanos, donde existen más oportunidades de medrar. Y esto es lo que nos muestra el autor, una mini-visita turística a uno de esos pueblos anodinos de pasado floreciente, y que ahora no lo es tanto. Para ello se sirve de la caricatura y el absurdo, donde se mete caña hasta a sí mismo.

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Como ya he comentado, si formara parte de algo más amplio, lo podría encontrar más atrayente. En solitario es divertido, aunque precisa de unas mínimas nociones sobre el país para captar mejor las ironías. Pero poco más. Sería muy interesante que Asano publicara periódicamente más visiones suyas sobre el Japón molón, la verdad, pero me temo que me quedaré con las ganas y este Inio Chan’s cool Japan se quede solo en una anécdota curiosa, pero olvidable.

New Year’s Eve (2012)

Fumar es muy malo, niños y niñas, no lo hagáis nunca.

Tras la advertencia, este New Year’s Eve fue incluido en el recopilatorio Cigarette Anthology (2012-2013), donde también colaboraron gente como Natsume Ono, Fumiko Fumi o Shinichi Sugimura. Son one-shots que comparten el tabaco como nexo común. Este de Inio Asano, honestamente, me ha dejado un poco fría. Quizá es que el tema lolita no lo llevo muy bien, pero aun así creo que está llevado con sutileza y, como no es largo, no chapotea en barrizales. Más bien al contrario.

Durante la reunión familiar de todos los años por Año Nuevo, nuestra protagonista está algo disgustada porque su tío favorito solo puede estar con ellos unas horas. Al día siguiente tiene que volar a Sri Lanka por cuestiones laborales. Secchan además está algo de bajona ante el mundo adulto que hace poco ha abierto sus puertas ante ella: novio formal y responsable, ir a la universidad en Tokio, descubrir que su tío tiene pareja, etc. ¿Qué puede hacer si continúa añorando la infancia? Pues lo que nos cuenta Asano, eso hace.

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Estoy teniendo una racha majeta de publicar entradas, pero no os penséis que soy una especie de fenómeno, tan solo estoy finalizando unos de tantos borradores que tengo a medio escribir. Son todos nuevos, porque los más antiguos me dan un perezón horrible… AY. Pero irán cayendo, claro que sí.

Por cierto, la semana que viene el blog cumple 2 años. ¡Cómo pasa el tiempo! No tengo nada planeado para celebrarlo, como la prota de New Year’s Eve, me encuentro bastante apática. Creo que mientras los pocos lectores que me acompañáis sigáis conmigo, me doy por satisfecha completamente. Y eso ha sido todo por hoy. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, paja mental

Saudade, memoria y Record of Lodoss War

Este verano he visto muy a gusto Stranger Things de Netflix. Y con la inevitable nostalgia que arrastra, aunque la serie sea mucho más que eso, no he podido evitar recordar mis partidas de rol infantiles. Porque sí, yo jugaba al rol, mea culpa. Y así mi cabeza ha relacionado el tema con Record of Lodoss War, una franquicia creada por Ryô Mizuno, basada en los registros de sus partidas como master de Dungeons & Dragons. Qué cosas. Un estudiante japonés, fascinado por Tolkien y D&D, usa unos replays para crear un nuevo mundo que, con gran éxito, acabó convirtiéndose en uno de los productos más importantes de fantasía épica en el mundo de los videojuegos, anime y manga en Japón: Record of Lodoss War.

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El equipo al completo: Parn, Deedlit, Slayn, Ghim, Etoh y Woodchuck

Fue a partir de 1988 que Mizuno fue publicando en Comptiq estas actas de juegos, las cuales se habían ido desligando del universo D&D o RuneQuest para crear el suyo propio: Forcelia. Se pueden considerar las precursoras de las light novels junto a Arslan Senki, así como también de las primeras obras del país dedicadas al género de Alta Fantasía. La fama que alcanzaron fue enorme incluso entre personas que no eran aficionadas al role-playing; y a su rebufo aparecieron los primeros productos que construirían al gigante: juegos para PC, Gameboy, Dreamcast, etc; mangas, diversas películas y series de animación, todo tipo de merchandising… Pero es de las primigenias 13 OVASLodoss-tô Senki (1990), de las que voy a escribir hoy. El mundo de esta franquicia es amplio y, aunque más lentamente, continúa creciendo en la actualidad. No supo aprovechar del todo sus oportunidades en el momento, todo hay que decirlo, pero conforman uno de esos pilares fundamentales de la fantasía heroica en Japón. No deseo hacer una entrada dedicada a toda la franquicia, me parecería tedioso y larguísimo; sino a esa serie de cuando era una mini-anormal (ahora soy maxi) y de la que guardo tan gratos recuerdos. Creo que todavía andan en mi casa del pueblo los VHS originales. Hechos una mierda, claro, y sin aparato para poder reproducirlos. Ains.

Para los seguidores del género, Lodoss-tô Senki es indispensable, un clásico. Aunque no fue el primer anime en trabajar la sword & sorcery (me viene a bote pronto The Little Norse Prince de Takahata, Ys, que es contemporánea, Tenkû Senki ShuratoLeda), sí es cierto que a partir de Record of Lodoss War esta categoría se asentó a la manera tradicional occidental, creció y se convirtió en una de las más queridas del fandom. Fuera de Japón ya se había tratado la espada y brujería, por supuesto, tenemos desde la estúpida The Sword in the Stone (1963) de Disney, El Hobbit (1977) y El Señor de los Anillos (1978) o las maravillosas El último Unicornio (1982) y Fire and Ice (1982). Entre otras. Pensándolo bien, en la década de los 80 hubo una especie de boom en el género que se plasmó muy bien en el cine (Excalibur, la saga de Conan, Cristal Oscuro, Willow…); y, a pesar de la gran riqueza folclórica de Cipango y la proverbial resistencia hacia lo extranjero, no tardó en calar en las islas.

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Deedlit, la Alta Elfa

Creo que si de un anime se han hecho reseñas, es de este. Los otacos ancianos sabemos muy bien cuál es; los que vinieron después la conocen seguro de oídas e, incluso, hasta algunos se habrán atrevido a verla. Y eso que hay extendida una tremenda alergia a la animación anterior al 2000 entre el público actual. Por eso no tengo intenciones de disertar como una mema pedante (sé que lo soy), ya se han dicho millones de paridas y comentarios sesudos sobre Lodoss-tô Senki. Solo serán apreciaciones personales sin más y un mínimo de información para los que no conozcan la obra.

Vayamos con la información: los estudios fueron los celebérrimos y fantabulosos Madhouse, el director Akinori Nagaoka (el del genial Dr. Slump), como animador primario Hirotsugu Kawasaki (Akira, Ghost in the Shell, Metropolis… lo que se dice un indocumentado) y el storyboard estuvo en manos de Rintarô (si no sabéis quién es Rintarô, tenéis problemas, chatos). Vamos, un equipazo. Apostaron fuerte y la jugada salió bien.

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Esta es la isla o continente de Lodoss. Surgió de los restos que dejó tras de sí la guerra entre la Luz y la Oscuridad. En la última batalla cataclísmica, solo quedaron dos combatientes de entre todos los dioses: Marfa, diosa de toda la creación y Kardis, diosa de la destrucción. Ambas intentaron vencerse con un ataque fulminante, pero ninguna lo consiguió, cayendo ambas en la inconsciencia. El cuerpo de Marfa se derrumbó en Lodoss; el de Kardis en la isla de Marmo. Desde entonces, Lodoss ha sido considerada también la Isla Maldita, y a pesar del esfuerzo de los diferentes reinos por convivir de manera pacífica, la ambición humana y el eterno peligro latente del regreso de Kardis, hacen del continente un lugar inestable y vinculado con el mismísimo destino de Forcelia.

Este es el escenario en el que tienen lugar las aventuras de una compañía muy dispar: Parn, el hijo de un caballero caído en desgracia, Deedlit, una alta elfa del Bosque sin Retorno, Slayn el intelectual y hechicero del grupo; Woodchuck, ladrón y con el don de aparecer en los lugares oportunos; Etoh, sanador y clérigo de Falis, el dios supremo del Bien; y Ghim, un terco y leal enano. Todos representan arquetipos fáciles de reconocer, y sus personalidades tampoco se alejan de lo convencional. Cómo llegan a reunirse y los motivos de su búsqueda del sabio Wort, son punto esencial de lo que podríamos considerar la primera parte, hasta la OVA siete. En ella descubrimos muchas cosas sobre sus vidas, así como la situación de guerra en la que se encuentra sumido de nuevo Lodoss. El emperador oscuro de Marmo, Beld, ha desembarcado en el continente para conquistar y subyugarlo por completo. Ya han caído bajo su poder Kanon y Alania, pero los reyes de Valis y Flame no van a quedarse quietos… Junto a Beld están su general el caballero negro Ashram, el nigromante y adorador de Kardis Wagnard y una misteriosa dama, que se hace llamar Karla. También conocida como la Bruja Gris, esta mujer es un enigma y la única superviviente de la destrucción de Kastuul, el antiguo reino de la hechicería. Maneja los hilos del destino de Lodoss desde hace mucho tiempo, casi podríamos decir que está más allá del bien y del mal, por eso mismo es peligroso confiar en ella, ya que sigue su propia hoja de ruta.

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Karla, la Bruja Gris

Aparecen más personajes, que deduzco que en las novelas ligeras estarán más definidos, como la elfa oscura Pirotess, el silencioso mercenario berserk Orson; el rey Kashue, la princesa Fianna, etc. Salvo Karla, son todos lisos como una tabla, pero cumplen su papel eficientemente. Es cierto que, en general, Record of Lodoss War vista en el 2016 es una amalgama de tópicos que la hacen previsible y candorosa. Pero no hay que olvidar cuándo se hizo, señores, y que no resultó un petardazo sin motivos. Los que jugamos RGP, reconocimos inmediatamente la estructura, la base de los protagonistas y sus dinámicas. Los que no, observaréis que sus recursos han sido utilizados miles de veces en series posteriores. Honestamente, Record of Lodoss War se ha quedado antigua. Es como esos cuadros del Quattrocento, que notas cierta rigidez acartonada, los movimientos y posturas congelados y unas expresiones poco naturales. Sin embargo, no te cansas de mirarlos y disfrutar de su belleza, por mucho que obras de periodos siguientes sean técnicamente superiores. Allí están esos esfuerzos por el dominio de la perspectiva, la tridimensionalidad, el uso de la luz. Con Lodoss-tô Senki es igual, abrió nuevas puertas e inspiró a cientos de creadores. Un anime pioneroRespect.

La historia en sí es más o menos lineal, sin demasiados sobresaltos. La vereda que sigue es clara, pero no por ello aburrida. Tras una temática de índole política, que no es otra que la del dominio de Lodoss, existe otra esencial que es la eterna lucha entre Bien y Mal, Luz y Oscuridad. El maniqueísmo en la fantasía épica es bastante común y una de sus marcas de agua. Afortunadamente, se va superando para mayor enriquecimiento del género. Aprendemos del Lodoss del pasado (La Guerra de los Héroes) y sus protagonistas, qué ha sido de ellos y por qué son tan importantes. Descubrimos que el futuro del continente está en las manos de nuestros 6 protagonistas, tan diferentes entre sí, pero que no dudarán en sacrificarse por el bien común. Todos ellos poseen sus circunstancias y pesares; algunos están mejor desarrollados que otros; pero forman el habitual grupo de aventureros que entretienen bien.

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También hay dragones

Respecto al apartado musical, si no escribo esto, explotaré (y no quiero fenecer todavía): tanto el opening como el ending son espeluznantes. Están interpretados por la misma voz de oveja (una señora que se hacía llamar Sherry), desafinando como una bellaca.

Io sono prigionieeeeraaaaa 
kon’ya anataaaa waaaaa… 

HORROR. IGNOMINIA. MUERTE. Los pelos como escarpias, oigan, no ha sido un recuerdo distorsionado del pasado. Era un espanto, sigue siendo un espanto. El resto es la clásica composición orquestal, de aires imponentes y pomposos, con algún arreglo electrónico suelto (el toque horterilla de la época) que asisten perfectamente a la historia sin sobrecargar. La compositora es la inefable Yôko Kanno, así que DE RODILLAS, TODOS, YA.

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A pesar de que los diseños de los personajes de Yutaka Izubuchi en general no han envejecido bien, el arte de Record of Lodoss War es excelente. Muy particular de esa etapa, con rostros picudos y hombros que hacen de Hulk un conejillo campestre; pero que resulta sorprendentemente hermoso en sus fondos, en su arquitectura, en los detalles infinitos de naturaleza inanimada. Casi lloré al percatarme de cuánto puede echarse de menos el dibujo en la animación. El dibujo, sí, DI-BU-JO. Sus líneas y trazos, su textura, su volumen. Lodoss-tô Senki es como un manga en movimiento, irregular, con sensación de ser real. Eso rara vez se consigue ver en los anime más modernos, que en comparación son de una pulcritud y perfección tan uniformes que parecen hospitales. Quizá sea por la digitalización, que suele homogeneizar y dar un acabado aseado. Con esto no quiero decir que la animación antigua sea mejor que la actual, porque sería una afirmación bastante ridícula. Pero todo tiene sus pros y sus contras, y algunas cosas se echan de menos… Lo curioso es que no te das cuenta de que lo has echado en falta porque te has acostumbrado ya, y cuando te enfrentas a un anime de estas características, con un arte tan orgánico y bien recreado, la alegría y sorpresa son hasta placenteras. Y se goza más.

Por cierto, que cuando me refiero a que Record of Lodoss War parece a veces un manga en movimiento, no estoy exagerando. Algunos planos son directamente dibujos estáticos, el movimiento lo otorga el zoom, un desplazamiento focal lateral o ambos combinados. Aunque otorga características arcaizantes, me parece un recurso que estimula la emoción y dramatismo de algunas escenas, y compensa la falta de agilidad que se observa en las secuencias de acción, que es uno de los puntos débiles de esta serie.

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¡De ordeeeen del señor curaaaa, se hace sabeeeeer que Dios es uno y trinooooo!

Record of Lodoss War es una serie de OVAS imprescindible para el fan de la fantasía épica y los amantes de la historia del anime. No es una mera reliquia curiosa, pero sí exige cierta benevolencia por parte del espectador moderno, sobre todo si no se acostumbra a ver material antiguo. Su revisión no me ha supuesto para nada un desencanto, y eso que hacía unos cuantos años que no le hincaba el colmillo. Ha sido una experiencia bonita, llena de recuerdos. Hay hadas, dragones, elfos, kobolds, orcos, magia y aventuras. Hasta un leve aroma a romance. ¿Qué más se puede pedir?

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Peticiones estivales

Peticiones estivales: Copernicus’ breath

¡Continuamos con vuestras sugerencias veraniegas! Jane, que junto a Umibe dirige el excelentísimo blog El Destino de la Flor de Cerezo, me propuso dedicar una entrada a alguna obra de la mangaka Asumiko Nakamura. No es la primera vez que hablo de ella por estos lares (ni será la última), los lectores habituales ya sabéis que me considero fan absoluta de esta mujer, por lo que la petición de Jane fue muy bienvenida.

¿Cuál escogí? Pues me incliné por la primera serie que publicó completa: Copernicus no Kokyû o Copernicus’ breath. Consta de 13 capítulos distribuidos en dos tankôbon y salió a la luz entre 2002 y 2003 en Manga Erotica F. Este magazine de carácter bimensual ha alojado entre sus páginas a gente como Inio Asano, Natsume Ono, Shintarô Kago o Takako Shimura. Os podéis imaginar que sus contenidos no son para adolescentes, sino que van dirigidos a un público maduro y algo curtido. No está dedicado exclusivamente al erotismo como podría hacer pensar su nombre, pero el sexo tiene una presencia importante… al igual que otras temáticas menos comerciales. Tiene también especial cuidado con el arte y sus autores, lo que hace de Manga Erotica F una publicación a la que siempre vigilar. Y Copernicus’ breath se encuentra encajado a la perfección en su línea editorial.

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No sé muy bien cómo afrontar esta reseña, porque se trata de una manga bastante crudo y explícito en numerosos aspectos. Aquellos que conozcan a la autora por Utsubora o Dôkyûsei, que son las obras publicadas en español, pueden encontrarse con una tremenda sorpresa. Su registro es bastante diferente, no en vano es una mangaka versátil dentro de ese estilo tan característico suyo. No tiene la ternura o ingenuidad del BL púber de Dôkyûsei ni por asomo; es más próximo a Utsubora, pero mil veces más salvaje. Y si digo salvaje, es que es brutal: incesto, pedofilia, coprofilia, sadomasoquismo y otras parafilias emergen en sus trazos. Y no solo eso, la historia que cuenta es retorcida y feroz. Así que los niños a la cama, Copernicus’ breath es para mayores. Y ni siquiera sé si este manga es para todos los mayores, so handle with care.

Nakamura cuenta que se inspiró a la hora de crear este cómic viendo al Circo de Bombay, en un viaje al sur de la India. El mundo del circo indio tiene una reputación terrible, con actividades que van desde el secuestro y compraventa de niños, explotación laboral, maltrato, lenocinio, etc. La autora no pudo dejar de observar esta sordidez, aunque no presenció ningún delito, y decidió crear un manga dedicado al circo y la prostitución. Para ello también consideró idóneo enclavar temporalmente su historia en los años 70, una década en la que el mundo del circo en general estaba sufriendo una profunda reforma. El concepto de Circo que se constituyó en el s. XVIII y tuvo el apoyo de la burguesía a lo largo de los siglos XIX y XX, ya no tenía lugar en una sociedad capitalista que satisfacía su ansia por el espectáculo y lo asombroso en otros ámbitos. El Nouveu Cirque estaba naciendo, fue un momento de renovarse o morir; y esta crisis, como resultan ser todas, no fue fácil para ese mundillo.

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Nido de Pájaro es un payaso que trabaja en el decadente Cirque du Soir, dirigido por el déspota Auguste Kirillov. Este es un hombre de edad madura que no tiene ningún escrúpulo en disponer de sus artistas como si fueran meros trozos de carne. Nido de Pájaro, que es un adolescente, es utilizado como desahogo sexual de Kirillov, y obligado a realizar las tareas más humillantes del circo. Ser payaso es pertenecer al escalafón más bajo de este microcosmos, y casi todos lo tratan con desprecio, incluida la estrella del lugar, Mina la trapecista. Esta es especialmente cruel con él, aunque ella a pesar de su posición dentro del circo, no puede evitar, ni muchísimo menos, ser ofrecida por Kirillov a clientes de exigencias brutales.

Nido de Pájaro esconde un pasado trágico, que se irá desvelando poco a poco, y en torno al cual orbitarán como si fuera el sol, todos los acontecimientos que sucederán a lo largo de su vida. Le acompaña un espectro llamado Michel, que reclama su atención sobre todo aquello que no desea afrontar. Nido de Pájaro es un chico muy atormentado y presa de una anhedonia autodestructiva, que le hace ser completamente insensible a los sentimientos de los demás, y actuar en ocasiones de forma tan cafre como el resto. Es su coraza, es su máscara que, con el paso del tiempo, se irá resquebrajando.

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Un día acude al circo un diplomático japonés, Makoto Oonagi, y decide comprar a Nido de Pájaro para hacerlo su amante. Oonagi es un pedófilo, pero esta vez ha seleccionado a un chico más crecidito. Lo lleva a su casa, donde residen su esposa y cuñado, más o menos de su misma edad. La relación con ella, que es consciente por entero de las desviaciones de su marido, no es nada fácil. Es una mujer fuertemente traumatizada y con una obsesión enfermiza hacia su hermano. Este, de nombre Michel (como el fantasma), es el único humano de la casa que podríamos considerar medio normal, aunque no tardará en salpicarse de inmundicia. De hecho, casi puedo aseverar que no hay personaje en Copernicus’ breath que no acabe revolcándose en una pocilga. Todos terminan de una forma u otra afectados seriamente por la malicia y el egoísmo. Nakamura no es compasiva, pero conoce bastante bien los mecanismos humanos mentales, recreándolos en todo su abyecto esplendor.

I fly. In accordance with Copernicus’ breath, through Copernicus’ starlit sky. Eventually, I’ll break off from the swing and become a constellation. I’ll become Copernicus’ constellation.

El argumento podríamos dividirlo en tres partes distintas: vida en el circo, residencia con Makoto Oonagi e independencia. En cada una de ellas la autora presenta un planeta distinto, con sus propios personajes y dinámicas; muy bien perfilados y que conforman un tapiz bastante intrincado. Sin embargo, el sempiterno fantasma de Michel, símbolo de su culpabilidad, es una constante que lo acompañará sin darle tregua alguna, desquiciándolo lentamente. Un pequeño epílogo al final solventará algunas dudas respecto a personajes secundarios, pero el final no deja de ser abierto. ¿Es eso malo? Yo creo que no. Después de tremendas montañas rusas y vaivenes a lo largo y ancho del manga, es un regreso a lo ordinario que resulta hasta esencial para una conclusión coherente.

El desarrollo de la historia, y cómo va dosificando la información para mantener el suspense, es brillante. Los juegos de espejos, la mezcla de realidad y delirio, así como el misterio que envuelve el pasado de Nido de Pájaro y otros personajes, saben mantener el interés. Otro tema es la densidad del argumento y cómo los más minúsculos detalles hacen precisa una lectura atenta y reposada. No es conveniente leerlo rápido aunque el dinamismo del arte invite a ello. La estructura básica de Copernicus’ breath son, precisamente, los giros copernicanos que Nakamura utiliza para hacer avanzar su historia. No son simples vueltas de tuerca, las perspectivas globales cambian, y encima en momentos de gran trascendencia. Pero quizá sea la enorme cantidad de sentimientos exacerbados, la acumulación anómala de desgracias o que el tratamiento de algunos secundarios es más desflecado, que a ratos me encontraba algo aturdida y con la sensación de no creerme la historia. Pero solo en momentos concretos, nada serio.

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Por supuesto, Nakamura no dudó ni un instante en invocar la obra clásica circense por antonomasia del manga: Shôjo Tsubaki (1984) de Suehiro Maruo. El nivel de perversión es similar, y la autora usa algunos recursos de Maruo que resultan hermosos guiños para aquellos que admiramos su obra. Pero Copernicus’ breath no es ero-guro, su horror (que lo hay y mucho) es más bien de tipo psicológico. Y golpea duro. La influencia de Maruo, sin embargo, no es estilística, pues la mangaka posee una personalidad muy marcada bastante alejada de la de él. En Copernicus’ breath tenemos una Nakamura segura en su forma, pero a la que le falta todavía un poquito de refinamiento en algunas viñetas. Está algo sin pulir y, aunque el dibujo es fluido y elegante, hace algunas concesiones a cierto histrionismo que más adelante desaparecerá. Esa frialdad distante tan atractiva, minimalista a ratos, está muy presente sin embargo. En general es un arte delicado y preciosista, sin ninguna duda bellísimo, y que bebe de las fuentes del art nouveau y la psicodelia. Tampoco es muy complicado distinguir rastros de Peter Chung o Egon Schiele en su manierismo, que es uno de sus sellos como dibujante. Pero atención, esa deformación lánguida y acuosa también ha echado atrás a muchos lectores. Es lo que tiene alejarse tanto de lo convencional.

Como último detalle, y no menos importante, señalar el estupendo trabajo que realiza con las viñetas, donde la mayoría de las veces desaparecen, intercalando planos y rompiendo límites de manera audaz. Sirve a los propósitos de amplificar unas emociones ya de por sí desmesuradas: la locura, el odio, la lujuria, el esplín. Se observan también muchas ideas, en fase embrionaria en Copernicus’ breath, que terminarán de germinar en mangas posteriores con muy buenos resultados.

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En general Copernicus’ breath es una obra soberbia, no perfecta, pero impresionante. Nakamura es muy cuidadosa, y ha sabido hacer evolucionar a sus personajes física y psíquicamente con acierto. No es desde luego un manga para todo el mundo, esta autora es muy amiga de tocar asuntos espinosos, incluso tabú, sin miramientos. Pero también posee una pulcritud que atempera el primer impacto. No es una historia dulce sobre la amistad o un amor naciente, habla de las miserias humanas, la oscuridad del alma y la complejidad del dolor, que tiene también su belleza. A pesar de sus sutilezas, no es para lectores aprensivos, requiere temple. Es excesiva e intensa. Aunque… bueno, tampoco tanto. O a lo mejor es que tengo la sensibilidad de una alcantarilla, que también puede ser. ¿Lo recomiendo? Pues miren, hagan lo que les dé la gana, señores. Mis gustos siempre han sido muy particulares y con pocas personas suelo coincidir en criterio. Así que ustedes mismos verán.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

literatura, Peticiones estivales

Peticiones estivales: Gankutsuô

Durante todo el mes de junio, los lectores habituales tuvisteis la oportunidad de sugerirme mangas, anime, libros o películas para que les hiciera una reseña. No cayeron en saco roto, y os agradezco muchísimo vuestra participación. Así que con la presente entrada, inauguro este pequeño apartado veraniego donde iré escribiendo sobre vuestras propuestas hasta el equinoccio.

Andry Candelario, vía facebook, solicitó una entrada dedicada a Gankutsuô y es una forma excelente de estrenar la sección. A lo grande, fuera cobardías, porque Gankutsuô o El Conde de Montecristo es uno de esos anime excesivos y glamourosos que no suelen pasar inadvertidos. Hace años que vi esta serie y la oportunidad de revisarla me pareció interesante, sobre todo por analizar qué tal le había sentado el transcurrir del tiempo. Y la experiencia ha sido, de nuevo, positiva. Allá vamos.

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Mahiro Maeda. Eso es lo primero que tenemos que saber sobre Gankutsuô: su creador. No sé si hace falta que escriba sobre él, pero es de esos culos inquietos en el mundillo audiovisual a los que no les importa meterse en cualquier tipo de fregao. A él le suele salir bien, porque tiene talento y agallas, un estilo inconfundible, y una creatividad a prueba de bombas. Lo último que tengo pilotado donde metió su maravillosa zarpa fue en el arte y diseños de Mad Max: Fury Road (2015). Y se nota que en El Conde de Montecristo hizo lo que le dio la gana y como le dio la gana. Gankutsuô es digno hijo de su padre, desde luego.

Consta de 24 episodios realizados por GONZO, casa con la que Maeda ha estado muy vinculado, y que fueron emitidos entre 2004 y 2005. No suelo hacer mucho caso (los ignoro, directamente) ni a los openings y a los endings. Los de Gankutsuô tampoco es que me emocionaran, pero llamaron mi atención porque fueron escritos e interpretados por Jean-Jacques Brunel, bajista de una banda que conozco bien, The Stranglers, y que resulta es un tipo bastante curioso… sobre todo con los periodistas que escriben malas críticas de sus discos. El resto de la banda sonora me sorprendió bastante, porque me ha parecido reconocer ecos de piezas clásicas, pero pasadas por el túrmix electrónico.

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Gankutsuô es una adaptación bastante libre del clásico literario El Conde de Montecristo (1845) de Alejandro Dumas padre. Digo libre porque, a pesar de que es muy respetuosa con el espíritu de la novela, desarrollando esa esencia folletinesca a la perfección, manteniendo los temas principales (amor, corrupción, traición, venganza, expiación, absolución) y los personajes principales, Gankutsuô es en realidad una reformulación de la obra original. Lógicamente, estamos hablando de dos medios distintos, el literario y el audiovisual, por lo que su lenguaje y expresión no pueden ser el mismo. Pero ya no es solo eso, Maeda decidió cambiar la perspectiva totalmente y darle una orientación proyectada hacia futuro. Además cercenó todas las vicisitudes de Edmond Dantès para centrarse en la venganza, comenzando, más o menos, por el capítulo 31 del libro. Para ello relegó a Dantès al puesto de antagonista y eligió a Albert de Morcerf como estrella.

¿Y no pudo llamarse la obra simplemente Montecristo-haku o algo más parecido al original? ¿Qué quiere decir GankutsuôGankutsuô significa algo así como «el Soberano de la Caverna», y fue el nombre con el que tituló Kuroiwa Ruikô a El Conde de Montecristo en su primera traducción al japonés, en 1905. De Ruikô se podría hacer una entrada entera, pero eso sería ya para otra ocasión. Gankutsuô quedó como sobrenombre de la novela en el país, y Maeda decidió aprovechar esa circunstancia para dotar de identidad propia a ese «rey de las grutas».

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No tengo intenciones de hacer una comparativa exhaustiva entre anime y novela, pero los que la hayáis leído es recomendable que tratéis de olvidarla cuando afrontéis la serie. Aunque los principales eventos que se narran aparecen en ella, así como se honra con cierta fidelidad la esencia de los personajes, Maeda utiliza los cimientos de El Conde de Montecristo para construir sobre ellos algo nuevo. Sigue siendo la obra de Dumas, pero es diferente. Solo para empezar, Gankutsuô tiene lugar en el año 5053, no en la Francia de la Restauración; y lo que es una novela de aventuras, en el anime se convierte en una historia tenebrosa con criatura sobrenatural incluida. La serie respeta las características y orden social de esa época del s. XIX, de otro modo desfiguraría demasiado el argumento, pero busca diferentes sendas a las que dirigir sus conclusiones. Mahiro Maeda, con todo el amor que se percibe que siente hacia Dumas, fue realmente audaz en Gankutsuô.

El argumento parte con el viaje de dos jóvenes de la aristocracia a la Luna, donde tienen lugar unos desenfrenados y famosos Carnavales. Albert y Franz, que así se llaman los muchachos, son hijos de la élite en su París natal y han vivido de manera muy distinta al resto de la gente común, por ello no tardan en toparse con problemas serios en sus vacaciones. Pero es la intervención de un noble misterioso y extranjero, venido de los confines de la galaxia, la que los saca de sus tremendos apuros. El conde de Montecristo, como se presenta a sí mismo, es un hombre enigmático y refinado de enorme riqueza, muy interesado en introducirse en la alta sociedad parisina. Albert de Morcerf, agradecido por la ayuda aparentemente desinteresada del conde, y llevado por su nobleza de carácter, decide entablar amistad con él y presentarlo a sus pares sin ambages. Franz D’Épinay es más renuente, y no acaba de confiar en ese noble desconocido, pero sus lógicos recelos son desestimados por el ingenuo entusiasmo de Albert.

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El advenimiento del conde a la vida de Albert y su familia es el comienzo del fin de su mundo tal como lo ha conocido hasta entonces. La desgracia, el dolor y la muerte lo perseguirán implacablemente a él y a sus amigos; al principio sin saber su origen, pero conforme avanzan los episodios, Albert no tendrá otro remedio que reconocer que ha sido utilizado como caballo de Troya en un tablero de dimensiones que nunca habría podido imaginar. El conde es un cuidadoso estratega, un manipulador feroz que usará las debilidades de los nobles Villefort, Danglars y Morcerf para destruirlos: la avaricia, el egoísmo, la lujuria, la mentira, la ambición. Pero el alto precio de su vendetta comprometerá tanto a culpables como inocentes.

Como la misma novela, Gankutsuô es un retrato de la naturaleza humana en todas sus dimensiones. El desfile de personajes es abundante; y sus intrincadas psicologías y relaciones son las que asientan el anime. Todos finamente esbozados. Hablando en plata, es un culebrón de los buenos. Y cuando digo de los buenos, es que es magnífico. Tiene un desarrollo in crescendo que absorbe la atención por completo. Aunque los plot twists se atisban en la distancia, sus consecuencias no. Independientemente de que se conozca la novela. Y el final es… uf. No digo más.

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Esa mezcla estilística entre el decadentismo y el Secesionismo de Viena, depurado con un opulento filtro informático de carácter oriental, engendró una criatura extraña, grandilocuente, abrumadora. Un verdadero espectáculo visual, abigarrado y suntuoso, que en los primeros capítulos puede llegar a desconcertar bastante. Los amantes del barroco están de enhorabuena. Aunque la inspiración es claramente vintage, dieselpunk a ratos, la ambientación no deja de ser futurista y el aroma sci-fi lo colma todo. El resultado, lejos de parecer estrafalario, es fascinante. Aunque lo que más llama la atención es el tratamiento del layering que se utiliza en ropas, cabellos y decorados; una suerte de croma a la inversa que se sirve de patrones o texturas que permanecen fijos, a pesar del movimiento. Un recurso que también observé de forma similar en Mononoke (2007) o Puella Magi Madoka Magica (2011).

Pero hay que recordar que esta serie es del 2004 y los recursos en CGI, a los que Gankutsuô acude sin una pizca de timidez, suelen quedar obsoletos enseguida. Y llaman la atención, pudiendo incluso llegar a ridiculizar una buena obra. ¿Es el caso? No. El desfase es evidente, pero El Conde Montecristo rezuma esa elegancia clásica que, aunque hace identificar inmediatamente en qué momento fue producida una serie, no incomoda. El modelado 3D es muy básico y solo se muestra puntualmente (algunos edificios, el coche del conde, etc). Además, acaba perdiéndose entre tanta exuberancia. Resumiendo: no da mucha vergüenza ajena. Y podría haber sucedido perfectamente, las obras que suelen arriesgar tanto en el apartado artístico y técnico muchas veces pagan ese peaje.

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El Conde de Montecristo es un anime bien articulado y con todos los ingredientes necesarios para entretener y conmover al mismo tiempo. Las vueltas de tuerca, el melodrama, el amor, el misterio, la tragedia y la venganza homenajean con lustre al espíritu del folletín decimonónico; y se arropan en una presentación hodierna que la hace sugestiva y original. Un retoño del Romanticismo adaptado a la Posmodernidad, y que gustará a todos aquellos que no tengan miedo a las emociones desbocadas y al exhibicionismo artístico.

¿Lo recomiendo? Sí, desde luego. Tanto a los que hayan leído la novela de Dumas como a los que no. A ambos los sorprenderá. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga vs anime

Manga vs. Anime: Hacia la Tierra

Ya no sé ni cómo mitigar la impaciencia por tener en mis manos 11-nin Iru!. El 19 de septiembre queda todavía tan lejos… Gracias, Tomodomo, por haber puesto al fin una fecha a mi espera. De momento encuentro consuelo en otros mangas del género y misma época, como el protagonista de la presente entrada. Este Manga vs. Anime está dedicado a una de las obras más importantes de su autora; y también es el ejemplo de cómo creadoras pudieron, a pesar del prejuicio y la entonces corriente mayoritaria en el sector, escribir y dibujar historias que lograron redefinir por completo la esencia y forma del shôjo.

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«Terra e…» de Keiko Takemiya

Estas creadoras fueron, entre otras, Môto Hagio, Ryôko Yamagishi, Yumiko Ôshima, Riyoko Ikeda o la que hoy nos atañe, Keiko Takemiya. Todas conformaron el que se denominó Hana no 24 nen gumi o Grupo Floreciente del 24, y enriquecieron el mundo del manga con perspectivas innovadoras, engendrando nuevos géneros como el shônen-ai. Hasta entonces habían sido principalmente autores masculinos los que desarrollaron la demografía shôjo, recurriendo casi siempre a la clásica historia romanticona de chica de vida azarosa que sufre mal de amores.

Pero no me olvido del trabajo de mangakas previas, como las esenciales Toshiko Ueda o Hideko Mizuno. El Grupo del 24 recogió el legado de estas pioneras que modelaron el género, para revolucionar el panorama a fondo. Junto al que se llamó Grupo post-24 y la labor de autoras como Shio Saitô, Kyôko Okazaki e incluso Rumiko Takahashi, es que podemos disfrutar del manga comercial tal como lo conocemos ahora. Su contribución fue fundamental, porque estas creadoras no se limitaron a transformar el shôjo y shônen introduciendo temáticas hasta entonces impensables, sino que se adentraron en los paisajes estelares de la ciencia ficción, hurgaron en conceptos filosóficos complejos, escribieron historias intrincadas de gran calado o innovaron en la disposición y estructura de las viñetas para intensificar la emotividad. Fue un tsunami tanto formal como intelectual.

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Esta SEÑORA es Keiko Takemiya

Keiko Takemiya vivió durante un par de años en la misma casa que Môto Hagio, en Ôizumi, Nerima (Tokio). Por ahí también empezaron a pasarse otros artistas, creando lo que más tarde se denominaría Ôizumigakuen: un lugar de encuentro, intercambio y aprendizaje. Allí ambas descubrieron publicaciones como Barazoku y leyeron obras como Le ville dont le prince est un enfant (1951) o Les amitiés particulières (1943), que les abrieron las puertas a un universo oculto, el de la homosexualidad masculina. No dudaron en inspirarse en el material que les ofrecía ese nuevo mundo para crear algo completamente transgresor: el shônen-aiyaoi. No es difícil encontrar los ecos de Les amitiés particulières en Thomas no Shinzô (1974) de Hagio y, sobre todo, en Kaze to Ki no Uta (1976-1984) de Takemiya. No soy especialmente fan de esos géneros, de hecho la sobredosis de idealización romántica que suele acompañar sus historias me aburre, pero en sus inicios el asunto era bastante diferente. Fue un reducto donde acudieron autores con poco miedo a la experimentación, y esa tendencia todavía persiste en cierta forma. Ahí tenemos a Asumiko Nakamura, por ejemplo. Pero regresando a la casa de Ôizumi, también ambas leyeron a Robert E. Heinlein o Alfred Elton van Vogt, por lo que era completamente lógico que apareciera una obra como la que vamos a tratar hoy: Terra e… o Hacia la Tierra.

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¿Dónde está el emblema de la Flota Estelar que falta en el uniforme? ¡A ver qué pasa aquí!

En 1976, año en el que empezó a publicarse Terra e… hasta su finalización en 1980, las space opera estaban plenamente aceptadas y a puntito de lograr su clímax a nivel popular. Lejos quedaban los años en los que se consideraban un subproducto marginal de la ciencia ficción, pasto de publicaciones pulp de escasa calidad. Es indiscutible la importancia de Isaac Asimov o Ray Bradbury en su desarrollo, pero fue a finales de los 60 y a lo largo de los 70, que este género despegó como un cohete, reconstruyéndose a sí mismo. Y a esa reconstrucción, que abrazó diferentes disciplinas, contribuyeron obras como las míticas series de televisión Star Trek (1966-1969), Battlestar Galactica (1978-1980) o la archiconocida saga cinematográfica de Star Wars (1977-). Keiko Takemiya también aportó su granito de pólvora a esa enorme explosión sideral, y lo hizo en el mundo del tebeo con Hacia la Tierra.

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Terra e… está constituido por 28 capítulos distribuidos originalmente en 5 tankôbon, que en la edición americana redujeron a 3. En 1978 triunfó en la recién creada categoría de mejor cómic en los galardones más importantes dedicados a la ciencia ficción de Japón: los premios Seiun. Môto Hagio ganaría 3 veces en ellos también a los pocos años. En 1980, Hacia la Tierra recibió el Shogakukan al mejor shônen… y otra obra de Takemiya, Kaze to Ki no Uta, al mejor shôjo. Un doblete que Môto Hagio había logrado también en 1976 con Poe no Ichizoku y 11-nin Iru!. Por supuesto, no fue un fenómeno aislado el de Hacia la Tierra. Como decíamos, el space opera estaba en plena ebullición, y en el mundo del manganime su impacto fue notable. Además de Hagio y Takemiya, es obligatorio mencionar al rey del género Leiji Matsumoto, cuyos clásicos han gozado de mucha fama en Occidente (Space Battleship Yamato, Capitán Harlock, etc).

El éxito de Terra e… era incuestionable, así que Toei produjo la película animada que se estrenó en 1980. Su director, Hideo Onchi, no me suena absolutamente de nada, pero otros miembros del equipo que sacaron adelante el proyecto me resultan más familiares, como Masami Suda y, muchísimo más, Yoshinori Kanada (1952-2009). Kanada poseyó una larga y experimentada carrera como animador primario; trabajó en otras películas similares, creaciones de Leiji Matsumoto, como Ginga Tetsudô 999 (1979) o Queen Millennia (1982); aunque sus colaboraciones más destacadas fueron en Nausicaä del Valle del Viento (1984), Mononoke hime (1997) y Metropolis (2001). Hacia la Tierra no pudo presumir de un staff espectacular, pero sí muy eficiente. Tuvo la responsabilidad de adaptar una obra compleja y profunda. ¿Lo logró? Sí y no. Como sucede muchas veces en la vida.

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Este es Jomy Marquis Shin y, entre tú y yo, al principio es un poquitín idiota.

Takemiya-sensei nos introduce en un futuro lejano donde el ser humano ya no vive en la Tierra, sino en Ataraxia. Nuestro mundo fue devastado por la acción del hombre y, este, para procurar su regeneración, decidió abandonarlo y dirigirse hacia las estrellas. Pero la nostalgia del hogar pervive, y la humanidad desea regresar a él, esta vez para no tener que irse. Aunque, ¿son todos dignos de volver? La sociedad que aparece en Terra e… está completamente tecnificada, tanto que las personas se engendran de manera artificial. La humanidad ha olvidado su propia humanidad. Controlada por la superinteligencia artificial SD, que examina, verifica y domina cada estadio de la vida humana, esta sociedad venera el orden, la obediencia y la preservación del statu quo; pero prohíbe totalmente las nociones de libre pensamiento, espontaneidad o evolución. Esta última palabra es clave, pues SD excluye y aísla una variación humana que ha ido surgiendo, una mutación dotada de capacidades parapsicológicas como la telepatía, telekinesis, videncia, etc. que también van acompañadas de algún tipo de discapacidad física. Son los llamados Mu, y en cuanto se detectan, apartados de la sociedad y sujetos a experimentación médica. Pero muchos han conseguido escapar, y conviven ocultos para rescatar a más de los suyos y, finalmente, dirigirse a un planeta que habitar sin ser perseguidos o molestados. Su objetivo, en realidad, es retornar a la añorada morada ancestral: la Tierra.

Los Mu están liderados por Blue Soldier, un gran telépata que lleva mucho tiempo esperando la llegada de un nuevo mutante más fuerte, más poderoso, que pueda liderarlos hasta su nuevo hogar, lejos de Ataraxia. Y, por fin, se presenta en la figura del adolescente Jomy  Marquis Shin. A pesar de reiterados exámenes y pruebas exhaustivos, Jomy todavía no ha manifestado su mutación y, aunque posee un carácter desenvuelto y rebelde, SD no lo considera un Mu. Pero Blue Soldier sí se ha percatado de su presencia y decide llevarlo hasta él. Para ello, decide aprovechar el «Examen de Madurez» (en realidad un lavado de cerebro) al que es sometida toda la población para acceder a la edad adulta. Tras él, si no son desechados, recibirán una intensa reeducación para ser merecedores de regresar a la Tierra.

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Este sería el resumen, sin entrar en grandes detalles, del primer libro del manga. En él Takemiya, con elegante sencillez, expone las circunstancias en las que vive la gran parte de la humanidad. Es un régimen autoritario, de semi-esclavitud e ignorancia, que SD podría considerar de equilibrio y tranquilidad. El argumento se extiende más, pero muchísimo más. Takemiya no narra un momento extraordinario en la vida de alguien, sino que cuenta la historia de la humanidad en el espacio. Se trata de una perspectiva amplia, que trasciende las existencias de los rostros protagonistas. Una obra ambiciosa, de corte épico y con miles de recovecos.

Los personajes más interesantes son, sin duda, Jomy y Keith, su antagonista. De hecho Keith Anyan es brillante, casi cegador. Su presentación en el segundo libro, como estudiante modelo y futuro miembro de la élite social pero, a la vez, consciente del enorme abismo que lo separa de otros compañeros a nivel intelectual y emocional, es premonitoria. Su frustración por saberse distinto, lo conduce  a sentir un profundo vacío existencial. Seki Ray Shiroe, un novato díscolo, será su catalizador, ya que se trata de su completo opuesto. Y, con esa base, el personaje crece, crece y crece. Pero hay más. Takemiya no se centra en un solo bando, ofrece una descripción pormenorizada tanto de los humanos como de los Mu, destacando sus virtudes y defectos. Más equidistante de lo esperado. Y la galería de personajes que va desfilando ante los ojos es abundante; pueden estar más o menos delineados, pueden ser más o menos cliché; pero todos aportan algo al acervo. Es una obra coral donde hasta las voces más insignificantes engrandecen esta polifonía cósmica.

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No hace falta exprimirse mucho la sesera para encontrar, como primera y evidente metáfora, una crítica a la sociedad tradicional japonesa, que premia la sumisión y la entrega total al deber como defensa de la sociedad (wa); y considera una amenaza a la paz y el orden el individualismo, lo diferente. Me viene a la mente el refrán japonés deru kui wa utareru o «el clavo que sobresale recibe un martillazo». Que no se refiere solo a las envidias o críticas que puede suscitar la diferencia; sino a que la propia sociedad, el colectivo, hará lo necesario (un martillazo) por homogeneizarse y mantener la armonía. Afortunadamente, los tiempos en Japón están cambiando en este aspecto y no son ya los años 70.

Hacia la Tierra es una guerra entre dos formas de vida aparentemente incompatibles entre sí, ambas luchan por sobrevivir, ambas se creen legítimas. En realidad es uno de los combates más viejos del mundo, y que se siguen repitiendo casi siempre para mal. Ese ideal de felicidad filosófico epícureo de la ἀταραξία o ataraxia, esa búsqueda de la imperturbabilidad y calma que ha logrado SD, ¿a qué precio se ha conseguido?, ¿es lo que realmente desea la humanidad?, ¿no es sino una corrupción de ese concepto, donde la voluntad individual se elimina, lo que ha construido a gran escala SD? Estas preguntas y muchísimas más, son las que van brotando a lo largo del manga. Podría profundizar y alargarme en otras ideas también esenciales que Takemiya toca, pero sería destriparlo demasiado. Lo adecuado es leer (o ver en el caso de la película) y que cada uno reflexione sacando sus propias conclusiones.

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Para ser un poco equitativos, he ignorado la serie de televisión que fue emitida en 2007 (muy buena, por cierto, y que está injustamente relegada al olvido). ¿Por qué? Porque para esta sección prefiero que suban al cuadrilátero dos obras coetáneas, impregnadas del espíritu de la misma época. Lo considero más justo. Además la serie ya tiene una reseña excelente, realizada por Wanda en su blog Entre sábanas y almohadasy que os invito a que leáis sin falta.

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Se trata de un combate desigual. Por completo. Es debido a que la película adapta, no un arco argumental o dos, sino todo el manga. Tooooodo lo que supone este tebeo en hora y tres cuartos. Eso es compresión, señores, y no el WinRAR. Esta decisión no fue caprichosa, pues en esa época generalmente era el procedimiento habitual. Aun así imagino que tuvo que ser una tarea embarazosa… y difícil. Por ejemplo, la peculiar estructura del manga, que no sigue una linea temporal continua, en la película queda completamente dislocada, resultando un poco bastante adefesio.

Algo que deberíamos preguntarnos es si el manga o la película han envejecido bien. La respuesta es clara, pero con matices. El manga supera con creces la mayoría de los inconvenientes que un lector actual promedio pueda hallar. El arte es armonioso, muy influido por Tezuka, pero con la orientación clara de un shôjo clásico. Diáfano, a veces psicodélico, y con una alta carga emotiva que Takemiya no se corta en expresar mediante trazos más violentos o fuera de viñeta. En su momento debió de considerarse muy original, actualmente lo valoraríamos como recursos de mucho dinamismo sin más. El argumento en ocasiones peca de ingenuo, con algún que otro agujerillo, pero es inteligente y atractivo; sigue enganchando. Salvo los típicos detalles de asignación de roles de género, que ahora chirrían bastante, y alguna poca cosa más, Terra e… es indudablemente un clásico que debería ser reivindicado con más frecuencia. ¿Le sucede lo mismo al film? Veamos.

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Hacia la Tierra, si no se ha leído el manga, resulta una película decente; más del montón que memorable, pero que jamás se me ocurriría despreciar. Es entretenida, posee una animación buena y el arte, aunque discreto, sirve con eficiencia a la historia. El argumento, aunque se percibe amputado, deslumbra por sí solo. Es complicado hacer de una historia así estiércol. Muy complicado. Los problemas brotan, como setas en octubre en un pinar, cuando se ha leído antes el manga. No lo hagáis en ese orden, el film parece en comparación un episodio de dos horas de Wacky Races.

La película en realidad es una curiosidad. Una anécdota. Bien realizada para la época, resume lo más básico del manga y lo presenta con coherencia, hasta de manera más clara que el tebeo, que en ocasiones se torna denso y algo confuso. Incluye también pequeños detalles que humanizan a ciertos personajes, otorgándole al conjunto más calidez. Sin duda, se trata de un buen aperitivo para disfrutar antes del tebeo, aunque por sí mismo transmite una idea sesgada. Terra e… no es un shônen. Tampoco un shôjo. En realidad Terra e… es un algo indefinido que sigue sorprendiendo a pesar de los años que han pasado. Tiene características de ambas demografías, ramalazos que todo el mundo inmediatamente identifica: los personajes arquetípicos, la evolución de la historia. Pero hay detrás tal complejidad, que la película se queda en maqueta al confrontarla.

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La conclusión es meridiana: manga wins. La película es recomendable para aquellos que deseen acercarse a esta obra por fisgonear; y si gusta, el tebeo no defraudará en absoluto, es más, entusiasmará. No es la mejor adaptación del universo, no obstante cumple el cometido a pesar de sus carencias. Tampoco es una pérdida de tiempo. Pero una cosa clara: si la obra en general y su historia atraen mucho y no apetece leer demasiado ¡sacrilegio, malditos vagos!, acudir a la serie de TV del 2007 es la opción más sensata. Pero antes de caer es las garras de la pereza gandulesholgazaneshuevones, por favor, leed el tebeo de Hacia la Tierra. No existe comparación con nada. De verdad de la buena, amiguitos.

Acabo de advertir que esta sección se inauguró con la obra de una de las componentes más famosas del Grupo 24, Riyoko Ikeda. Sí, con La Rosa de Versalles. Creo que para todos aquellos que somos amantes del tebeo japonés, es importante (¡y muy interesante!) husmear de vez en cuando entre los clásicos, pasearse entre los cimientos que sustentan esta afición que tenemos. Es una manera de presentar nuestros respetos e, indudablemente, aprender y disfrutar. Supongo que más adelante caerán más oldies imprescindibles por aquí, aunque no deseo hacer de Manga vs. Anime una sección demasiado mmm… vintage. Jojojo, qué mal ha quedado eso.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, paja mental

Siúil A Rún o la niña del otro lado

La verdad es que hacer una valoración sobre un manga del que solo he leído 7 capítulos es algo arriesgado por muchos motivos. Lo admito. No se tiene una visión panorámica completa, eso para empezar. Con probabilidad faltarán datos de suma importancia que aparecerán conforme se desarrolle más la obra, y la conclusión puede resultar indispensable en su evaluación. Pero Totsukuni no Shôjo me ha embrujado totalmente, así que no he podido evitar redactar esta entrada que, para ser más ecuánimes, podéis considerar la presentación de un tebeo que ya en su primer tankôbon promete muchísimo. La publicación de siguientes episodios, tengo entendido, se reanudará en septiembre; así que estamos en ese lógico e insoportable parón veraniego que los lectores ávidos solemos padecer durante estos meses.

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Shiva y el maestro

Totsukuni no Shôjo es un manga insólito y enigmático. Parto de la base ya de que no sé quién o quiénes son los autores siquiera: Nagabe. No he oído hablar de ellos nunca, lo que he rastreado me ha llevado a otro manga, de género yaoi y temática bastante loca, que tampoco he podido leer. Así que se trata de un estreno total y sin referencias de ningún tipo, lo que no me desagrada, más bien lo encuentro emocionante porque encima el descubrimiento no ha podido ser mejor.

El título del manga está acompañado de estas palabras: Siúil, a Rún. Es el nombre de una canción tradicional de la Isla Esmeralda, y se podría traducir algo así como «Ve, mi amor». No es casual que Nagabe haya recurrido a una apostilla en gaélico irlandés, pues todo lo referido a ese mundo celta idealizado, hijo del Romanticismo del s. XIX, refleja muy bien el espíritu fantástico y brumoso de este tebeo. En la carrera me tocó hacer unos cuantos trabajos dedicados a lenguas goidélicas, grupo al que pertenece el irlandés moderno y, por cierto, relacionado con el antiguo celtibérico, aunque este se encuentre ya extinto y sea mucho más arcaico, claro. El tema es realmente interesante y se siguen varias líneas de investigación, pues los restos de celta continental no son tan abundantes y tenemos en España una auténtica mina filológica al respecto. La documentación que hemos descubierto de celtibérico, como los Bronces de Botorrita (Zaragoza), el Bronce de Luzaga (Guadalajara) o la epigrafía rupestre del santuario del dios Lug en Villastar (Teruel), son realmente joyas filológicas que nos cuentan muchas cosas de ese antiguo pueblo ya desaparecido, el celta. Esto, como podéis comprobar, es pura deformación profesional, ya disculparéis. Es que me emociono yo sola, jo.

Pero volviendo al tema de las influencias decimonónicas occidentales en Totsukuni no Shôjo, es algo con lo que nos vamos a topar continuamente, pues este tebeo intenta (y logra) cristalizar la esencia de los cuentos clásicos infantiles de ese siglo de diferentes maneras.

Shiva, una niña de unos 6 años, vive en una tierra donde existen dos regiones, dos países, dos mundos. Aparentemente son iguales, pero las gentes que los habitan no. El mundo de fuera es solitario, agreste y poblado de gente infectada por una maldición. Un leve roce es suficiente para contaminarse irreversiblemente, y tornar en un ser de profunda negrura y noche. El mundo de dentro lucha contra la paranoia y el avance de la maldición, y lo hace con crueldad, justificando cualquier atrocidad en nombre del bien común. Nadie sale fuera, salvo la soldadesca en su guardia y vigilancia de los límites, porque lo que se encuentra fuera de ellos no se considera humano siquiera.

Shiva no sabe mucho, salvo lo que su abuela y el Maestro le han dicho. Ella no está maldita, pero ha sido abandonada fuera y acogida por el Maestro, que procura cuidarla y protegerla a pesar de sufrir él mismo la maldición. Y es a través de los ojos de Shiva, principalmente, que vamos aprendiendo y desenmarañando el misterio que envuelve esta tierra y sus habitantes; y que va adquiriendo tintes legendarios. La inocencia y pureza naturales de la niña, así como su ignorancia, son un tesoro que pronto chocará contra la realidad tozuda, de la que el Maestro no puede mantener a Shiva apartada para siempre. Él mismo ignora muchas cosas, por lo que su cometido es difícil.

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Totsukuni no Shôjo es un cuento. Un cuento que se nutre de los tradicionales folktales. En el s. XIX, con el auge del Romanticismo, las historias fantásticas y fabulosas fueron muy apreciadas entre el gran público, que con los trabajos de los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen e incluso las aportaciones de Lewis CarrollOscar Wilde o Rudyard Kipling, impulsaron la literatura para niños a una Edad de Oro hasta entonces desconocida. Y ahí tenemos en The Girl from the Other Side ese aire confuso, entre medieval y victoriano/eduardiano, que vuelve a remitirnos de nuevo a los cuentos de hadas que durante esa época fueron tan queridos. Pero como todo märchen, tiene su reverso tenebroso. Y en Totsukuni no Shôjo es como una corriente submarina fría que, desde la primera página, se nota fluyendo entre los dedos de los pies. Y va creciendo, creciendo, lentamente, aumentando su intensidad hasta acariciar las lindes del cuento gótico. ¿Se adentrará en él? No lo sé, pero tampoco resultaría extraño, de hecho sería una evolución coherente.

Hay algo que me gustaría apuntar y que me molesta: el abuso de la ternura y/o la comedia blandita cuando se introducen niños pequeños en los mangas o anime. Bueno, para ser sincera, me enerva like hell el tratamiento que se les suele dar casi siempre a los críos, como si fueran todos algodoncillos de azúcar flotando como nubes, dispersando millones de esporas de lo kawaii por el planeta, infestando nuestras vidas de candor rosa chicle y risas plateadas. Qué le voy a hacer, soy alérgica a eso. Por lo que fue un alivio no hallarlo en The Girl from the Other Side. En ese aspecto es comedida y elegante; y aunque Shiva sea muy mona e ingenua, no hay reparto de pasteles pasados de fecha. En realidad no hay pasteles. Punto. ¡Bien!

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The Girl from the Other Side está repleto de arquetipos (la niña el más reconocible), símbolos y alegorías, que nos hablan del ancestral miedo a la Oscuridad, a lo diferente; y la perentoria necesidad de proteger la tribu, a la familia de la amenaza de lo extraño. Lo familiar y lo ajeno, civilización y barbarie, luz y sombra; la dualidad habitual de los cuentos que, conforme avanza la lectura, en Totsukuni no Shôjo se va difuminando. Caperucita viviendo con el Lobo Feroz tras ser abandonada por la Abuelita. Pero no va a ser todo tan diáfano como en los fairytales; se barruntan laberintos morales atractivos y sutiles tinieblas de las que congelan el alma. Boira que se enreda entre las piernas, traspasa el pecho como un fantasma y deja sin respiración a pesar de su belleza. Como comprenderéis, ¡quiero más!

It is a story full of sadness.

From now let’s recite

a slow and beautiful

story from long time ago.

¿Y qué decir del arte? Nagabe vuelve, de nuevo, a invocar el espíritu del pasado. Las influencias de magníficos creadores e ilustradores como Beatrix Potter (1866-1943) o Edward Gorey (1925-2000) son muy patentes y otorgan ese clasicismo que contrasta en cierta manera con su trazo fino y desaliñado, casi como si fuera un boceto. Las caracterizaciones de los dos personajes principales son casi esquemáticas, pero dotadas de gran fuerza expresiva, sobre todo el Maestro. Los contrastes de luz , el uso del negro o blanco totales, son puro simbolismo. Sin embargo, encuadres y planos se alzan contemporáneos, con un dinamismo que marca un rumbo y movimiento de forma muy acertada. Un conjunto armonioso y mesurado, acorde con la historia que narra.

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«The doubtful guest» (1957) de Edward Gorey

Totsukuni no Shôjo es lirismo. Esas similitudes superficiales con The Ancient Magus’ Bride son eso, superficiales. Ni el argumento, ni el trasfondo, ni los personajes, ni el arte se parecen. Lo que tienen en común es una pareja protagonista desigual, uno de ellos con aspecto demoníaco; y que la ambientación y elementos mágicos son tomados de Occidente. Poco más. Mientras The Ancient Magus’ Bride es un tebeo standard, con un dibujo de estilo clásico manga y un desarrollo de la historia muy bien delimitado dentro de los parámetros de su género; Totsukuni no Shôjo es una rareza delicada, discreta  e imprevisible. No es mala obra The Ancient Magus’ Bride, quiero dejarlo muy claro, pero The Girl from the Other Side es, simplemente, otra cosa. Muy distinta.

¿Lo recomiendo? Sí, fuerte. Pero fuertefuertefuertefuerte. Es hermoso, es melancólico, es inusual. ¿Cabe la posibilidad de que se convierta en algo que no espero o una decepción? Pues también, pero para averiguar si Totsukuni no Shôjo muta en bosta de cabra o continúa fascinándome, habrá que esperar hasta el otoño. Mi querido otoño.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cortometrajes, marionetas, música

Lacónicos: 3 cuentos de verano

Sinceramente, no sé si os agradan demasiado las entradas dedicadas a cortometrajes; pero como a mí sí que me encanta en general este formato y encima, fíjate tú, esta bitacora solitaria me pertenece, pues… pues que van a ir cayendo más posts del pelaje.

Los de hoy son tres cortos que tienen bastantes cosas en común. Para empezar, una duración superior a la media, de unos 20-25 minutos. También que son cuentos, de ahí que compartan un airecillo infantil, aunque ocultan temáticas más serias y maduras. Y, para rematar, las tres poseen una impronta occidental impepinable, aunque su naturaleza sea, de un modo u otro, japonesa.

Tres pequeñas obras perfectas para el estío, colmadas de gran imaginación y fantasía. La primera para beber como una limonada refrescante y dejarse llevar. La segunda, dirigida a la calma y reflexión nocturnas. Y la tercera va de los ojos directamente a las tripas, sin compasión. Todas para ser disfrutadas sin reservas y con una pincelada anticomercial la mar de saludable.

1001 nights

Mike Smith

1998

1001 nights es un viaje. Un viaje onírico al servicio de la música. Porque es la que marca la cadencia, el compás y el ritmo. Todo. El compositor fue David Newman y la pieza interpretada por la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. Pero, a su vez, la música se basó en ilustraciones del siempre maravilloso Yoshitaka Amano. Detrás de esta auténtica obra de arte, hija bastarda de la Fantasia (1940) de Disney, estaba el genio imprevisible de Amano-sensei. Y aquí tenemos una simbiosis impecable entre el flujo de imágenes y música, nutriéndose mutuamente en una marea enigmática.

Con 1001 nights solo hay que hacer una cosa: dejarse llevar. A poco que se conozca a Yoshitaka Amano, se sabe lo que esperar: ensoñaciones barrocas de aroma klimtiano que desdeñan el concepto de límite. La historia se derrama con libertad, fluye veloz y filtra todas las realidades de consciencia. Es un relato de amor y erotismo, brillante, caótico, hermoso. Llama muchísimo la atención la miscelánea de estilos y texturas, donde brotan de repente añejos 3D como surgen ingenuas acuarelas, neones expresionistas o golosinas muy Chagall. Este cortometraje deslumbra ya no solo a nivel estético, sino que su profunda carga simbólica requiere introspección.

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Briar Rose

Kihachirô Kawamoto

1990

Creo que he dejado claro más de una vez que soy fan acérrima de Kihachirô Kawamoto. El legado de este hombre en el mundo de la animación y el stop-motion es de valor incalculable, y de una belleza y refinamiento que muy pocas veces más se ha visto. Genio y artesaníaAquí hablo de un par de obras suyas, por si os apetece leer algo más sobre su vida.

Briar Rose o La bella durmiente, la realizó en los estudios de Praga de su mentor Jiří Trnka, el cual, tristemente, no vivió lo suficiente para poder ver una obra terminada de su discípulo. Aunque sí le transmitió lo mejor de su saber, que Kawamoto supo hacer florecer de manera tan espléndida como esta. Para ver este cortometraje hay que olvidar totalmente las versiones clásicas de Perrault y los Grimm del cuento. O quizás no, tenerlas bien presentes para que el impacto sea mayor. Se trata de una revisión bastante curiosa, y no exenta de cierta ironía. Contada en primera persona, formalmente es tradicional y de ritmo sereno; es el argumento lo que fascina. La protagonista no es un ente pasivo, ella misma nos está contando sus circunstancias, acciones y pensamientos. Y lo más importante: lo que verdaderamente se encuentra detrás de su historia, donde el sexo tiene un papel fundamental. ¡Disney, veo que te ruborizas!

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Le conte du monde flottant

Alain Escalle

2001

El cuento del mundo flotante son 23 minutos de conmoción visual. Se trata de un corto que el francés Alain Escalle realizó hace 15 años mientras trabajaba en el campo de la publicidad en Japón. En su momento, al menos como yo recuerdo en Francia, tuvo cierta relevancia y cosechó varios premios y nominaciones importantes, como a los premios César. No es una obra fácil y pasada más de una década, su visionado es todavía menos sencillo. ¿Por qué? Se unen dos cosas: primero, la temática que trata es muy dura. El bombardeo de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki cambió muchas cosas, y no solo en las islas niponas. Escalle es crudo y directo en su visión de lo que fueron estos acontecimientos, a pesar de las alegorías que aparecen. Y segundo, se trata de un corto que une imagen real con CGI. La tecnología, aunque avanzada, no es ni comparable con la actual, y es un campo en el que el desfase se nota muchísimo. 

Sin embargo, es un cortometraje que merece un vistazo atento (aquí lo podéis ver completo online) y que muestra no ya solo técnicas interesantes, sino una aproximación a Hiroshima original y de vertiente artística muy pronunciada. Apenas hay texto, un par de haikus y poco más; la fuerza de Le conte du monde flottant se halla en la tremenda expresividad de su imagen: los actores, las coreografías, los colores. Para ello recurre, por supuesto, a la danza butô y a la elegancia del kabuki. Una mezcla de pasado y presente, donde el Feísmo campa a sus anchas, pero también la delicadeza. Verdaderamente inquietante.

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Y este ha sido el piscolabis de hoy. Cortito pero denso. Espero que os animéis con alguno de ellos… ¡o con todos! Son los tres obras notables. Cierto que demandan apagar el piloto automático, pero eso también resulta aconsejable hacerlo de vez en cuando. Por el bien neuronal y esas cosas.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, música, MUAHAHAHA, paja mental

De cómo Kyôko Okazaki desterró lo kawaii y recauchutó el josei: Helter Skelter

1968. Paul McCartney andaba con la mosca detrás de la oreja: «¿Así que I can see for miles es una barbaridad de canción, con un tipo de sonido nunca escuchado antes, eh?» Y decidió investigar esos nuevos derroteros sónicos que The Who habían comenzado a transitar. «Os vais a cagar», debió de pensar. Lo que surgió tras ese pique artístico es ya historia: la salvajada de Helter Skelter. Una tormenta de furia, caos y ruido que superó en brutalidad a I can see for miles. Pablito se debió de quedar bien descansado, harto además de que acusaran a los Beatles de que solo sabían componer moñadas. ZASCA.

Este tema es un clásico del rock imprescindible que se adelantó a su tiempo y presagió la llegada del hard rock, el punk y el noise. Pero también es conocido, desgraciadamente, por servir de inspiración a Charles Manson y su Familia para perpetrar una cadena de asesinatos entre la beautiful people del momento en Hollywood. Esas muertes, junto al desastroso festival de Altamont, marcaron el principio del fin de esa idílica fase hippie de los 60’s. Kyôko Okazaki siempre tuvo inclinación por todo lo relacionado con serial killers como Ted Bundy, así que no fue una extravagancia frívola el titular uno de sus mangas más importantes así, como esa feroz canción de los Beatles que espoleó la imaginación del líder de una secta asesina.

Lamento mucho tener que usar el perfecto simple con Okazaki porque, a pesar de que sigue viva, sufrió un accidente en 1996 que la dejó con unas secuelas tan severas que no ha podido volver a coger un lápiz. Tenía 33 años y el responsable fue un conductor borracho que se dio a la fuga. Acababa de finalizar su manga Helter Skelter, que publicaba Feel Young. Estuvo en coma profundo un tiempo, y su última aparición pública fue en 2010, durante un concierto de Kenji Ozawa, en silla de ruedas. A partir de entonces, silencio.

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Kyôko Okazaki

Aunque no ha podido desarrollar una carrera extensa, sí ha resultado lo bastante trascendental e impactante para que se la considere una de las mangakas más importantes del mundo del josei. Asentó bases y abrió puertas; pero sin duda también el trabajo previo del Grupo del 24 ayudó muchísimo a Okazaki. Se puede decir que es heredera de ese espíritu inconformista que deseaba romper las barreras del género (y de su género) para introducir nuevas temáticas. No todo tenían que ser historias de adolescentes enamoradas en el instituto; no todo tenían que ser aventuras de mujeres jóvenes en busca del amor y un marido. Las demografías shôjojosei merecían un tratamiento mejor, sus lectores merecían un trato mejor. La realidad es compleja, los intereses de cada individuo son distintos, generalizar en exceso crea estereotipos que arraigan todavía más los constructos sociales obsoletos. Quizá en Occidente lo tenemos un poco más claro, pero en Japón no tanto. Por eso la aparición de creadoras así fue, y es, algo tan importante.

Okazaki además plasmó de manera objetiva las inquietudes de su generación, que se había criado en un Japón entregado al consumismo enloquecido, al hedonismo, la avaricia, el culto al cuerpo, etc. Un boom de hiperabundancia, los happy eighties, que escondían tras de sí un gran vacío interior, soledad y melancolía. Okazaki supo canalizarlo todo con dolorosa precisión. Introdujo en sus obras temáticas consideradas impensables hasta entonces para el público femenino: drogas, prostitución, violaciones, asesinatos… Vertió sobre el papel un mundo que estaba ahí (y lo sigue estando), sin paños calientes, lo que le hizo ganarse el apoyo y admiración de miles de personas. Okazaki ya no pensaba en el género de su público, sus mangas brotaban de una honestidad feroz y se dirigían a todos. Hasta en la actualidad su influencia es patente (reconocida además) en artistas como Inio Asano o Asumiko Nakamura, porque su arte y mensaje siguen muy vigentes. Se adelantó a su tiempo, como la canción.

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Las obras de Okazaki en Occidente no han tenido ni una publicación ni difusión a la altura de su relevancia y calidad; aunque en Francia se han preocupado un poquitito más. Nada nuevo bajo el sol. Este año tenemos la enorme suerte de que Tomodomo nos traiga a Môto Hagio; y son precisamente estas pequeñas editoriales las que se están arriesgando más al publicar mangas de contenidos y autores que (gracias a Luzbel) no son solo los superventas entre adolescentes. Este Helter Skelter es su obra más célebre y un buen comienzo para hincarle los colmillos a su estilo. Como ya habréis deducido, está dirigido a un público adulto y es un tebeo muy crudo. No fue hasta el 2003 que la familia permitió su edición en un tankôbon; y al año siguiente recibió el Grand Prize del Premio Cultural Osamu Tezuka.

Helter Skelter se lee en un periquete, son únicamente 9 capítulos. Pero conforme avanza, es perfectamente comprensible tener la sensación de estar leyendo una historia de terror. No hace falta que pululen yûrei en las páginas de un manga para que se pongan los pelos como escarpias. La misma realidad, si se quiere mirar, puede ser horrible. MUY. El título tiene la coletilla de fashion unfriendly, indicando en qué mundo va a desarrollarse la acción: el de la moda.

Celebrities are often found to be extremely fascinating…

because celebrity is like cancer; a type of deformity.

Ririko es una supermodelo que copa todas las portadas, hace sus pinitos como actriz incluso le da al j-pop, porque está en la cresta de la ola. Nadie es más hermosa que ella, nadie genera más interés en la prensa rosa. Es la reina. Detrás de ella está su representante, a la que llama «mamá», que controla y dirige todo aspecto de su vida. Ha sido realmente «mamá» la que hizo de ella el perfecto frankenstein de la belleza, acudiendo a una exclusiva clínica de cirugía estética cuyos métodos consiguen resultados asombrosos. Muy pocas clientas pueden permitirse sus carísimos tratamientos, que requieren además de cierto mantenimiento posterior.lilico5

Lo que nadie sabe es que Ririko es en realidad una adicta a esa clínica, y que su existencia es un torbellino de trabajo duro y frivolidades sin fin que la están volviendo loca. Es un falso ídolo, en lucha paranoica por continuar en la cima y sobrevivir a sí misma. Por eso la llegada de una nueva modelo a su agencia, Kozue Yoshikawa, más joven, natural e independiente, son el escarnio que marca su declive profesional y personal. De manera casi paralela, el investigador y abogado Asada comienza a atar cabos respecto a esa clínica tan misteriosa y los suicidios de unas mujeres jóvenes. Su gran intuición, muy al estilo del agente Dale Cooper (también su personalidad y gusto por el café), lo llevan a relacionarla con Ririko, por la que siente una extraña atracción.

El retrato de Ririko que hace Okazaki es admirable, penetrante, lúcido. Una mujer sin moral, egoísta y profundamente infantil. Un juguete roto que se sabe consciente de su triste papel y aun así, patalea. Hada, por otro lado, es la representación de la fémina gris y discreta. La clásica asistente de superestrella que ve cómo su vida entera es engullida y triturada por Ririko. Aparecen paulatinamente más personajes, todos ellos interesantes y que aportan su granito de arena indispensable para componer un cosmos siniestro y retorcido. No es sorprendente entonces que Okazaki buscara su inspiración en artistas como Helmut Newton (1920-2004), que de forma tan extraordinaria había sabido plasmar el glamour del mundo de la farándula y la moda; o reflejara con descaro en sus trazos a iconos femeninos como Edie Sedgwick o Twiggy. Las referencias cinéfilas, como esa alusión a la maravillosa Sunset Boulevard (1950) que os recomiendo YA a todos, y que trata la decadencia de una gran estrella del cine mudo (mi adorada Gloria Swanson), son muy oportunas y ayudan a perfilar la atmósfera de un mundillo putrefacto.

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Newton vs. Okazaki

Es un crítica cruel, también una exposición sin ambages, de lo que es una parte de esa trampa del mundo femenino: la búsqueda y mantenimiento de la belleza eterna. La belleza como única forma de poder tolerada socialmente. Tolerada y alentada, porque no es una amenaza dada su naturaleza pasajera. Y encima es la virtud más apreciada. La obsesión por el físico es absorbida hasta por estudiantes de secundaria, que respiran esas exigencias sobre la apariencia y contribuyen a su conservación. Pues es todo el sistema el que la ampara y se nutre de ella también, ya que el volumen de dinero que mueve es importante. Y son, para más inri, las propias mujeres las que se convierten en severas guardianas de esa trampa, de esa cárcel. Es perfecto.

Ririko, como suma sacerdotisa de ese culto, es un verdadero monumento al vacío envuelto de artificios. Poco en ella es ya real, la protagonista va dejando de ser persona para difuminarse en un ideal informe e inalcanzable para el público (que la olvidará); y por dentro desintegrarse en cientos de retales conformados por el grave deterioro psicológico y el abuso de drogas y cirugía. Ririko es una cosa, una quimera. En realidad un monstruo que se desmorona. Y extiende su liturgia como un virus, infectando y destruyendo a cualquiera que se acerque. No puede evitarlo.

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A Okazaki no le gustaba Twin Peaks.

La estructura narrativa, como buena obra posmoderna, es alterada de su disposición básica lineal cuando las emociones lo requieren. Okazaki dosifica la información, juega con ella para mantener el suspense de forma sabia y algo sádica también. No teme usar recursos más arriesgados procedentes del simbolismo o el surrealismo, lo que hace la lectura bastante atractiva. Y todo ese universo turbio está reflejado mediante un arte muy peculiar. Tiene un falso aire amateur, una simplicidad engañosa de líneas limpias, que expresa con habilidad toda la complejidad de Helter Skelter. El dibujo parece que fluya como una serpiente, y bebe de los años 60. Un estilo que luego he visto emulado en otras mangakas como Rikako Iketani, pero sin alcanzar ese dislocamiento tan poco comercial (pero fascinante) de Okazaki.

Admito que los dos últimos capítulos no están tan bien hilvanados como el resto, pero su estupendo desenlace disculpa ese traspiés. Helter Skelter huele a noir, pero también a serie B, en algunos momentos es inevitable preguntarse si lo que se está leyendo es plausible o no. Porque la enajenación alcanza niveles alucinantes… pero lo peor (o lo mejor) es que sí que es real. Lo que Okazaki cuenta lo hemos leído y visto con otros nombres y en otros países por la televisión, la crónica de sucesos, las revistas del corazón o incluso en los periódicos. No nos es ajeno, sabemos que existe. Es un mundo del que solo atisbamos la superficie, pulida y sonriente, que en ocasiones deja entrever algún diente podrido, pero cuyos entresijos son un auténtico cenagal.

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¿Recomiendo este manga? No es que lo recomiende, pienso que es imprescindible. Esta autora, como escribo en el título, apartó lo kawaii y otorgó al josei una serie de valores que eran ya necesarios. No lo hizo ella sola, claro, pero fue, y es, una de las cabecillas principales de ese proceso de madurez en esta demografía. Y una de las autoras menos accesibles, porque las temáticas que tocaba no eran precisamente comerciales. A pesar de todo, triunfó.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cortometrajes, MUAHAHAHA

Más lacónicos: Short Peace

Casi que con esta tercera entrega de Lacónicos voy a inaugurar nuevo apartado en el blog. No tenía ninguna intención de hacer algo semejante, pero como preveo que aparecerán más entradas del estilo, pues nada: Los Lacónicos, sección dedicada a cortometrajes. En principio animados, ya veremos si la cosa se amplía más.

Hoy el protagonista va a ser el proyecto multimedia Short Peace (2013) coordinado por Katsuhiro Ôtomo para Sunrise. Ahí es nada. Se trata de una recopilación de 4 cortometrajes, independientes entre sí, pero que tienen como nexo común el representar el espíritu de Japón en diferentes momentos del tiempo. Para el presente Short Peace ofrece un videojuego, del que no voy a hablar porque no procede. Como esta nueva sección indica en su nombre, solo me centraré en los cortometrajes animados que se incluyen. Varios de ellos son antiguas ideas de Ôtomo a las que decidió darles nueva forma, actualizando su esencia. El reciclaje en esta ocasión ha sido para bien. Es el caso de Adiós a las armas y Combustible. Todos ellos aspiran, además, a combinar esa noción de tradición con modernidad de la que están tan satisfechos (y con razón) los japoneses, por lo que encontraremos un empleo de las últimas técnicas en animación y CGI a mansalvashortpeace3¿Es la primera vez que Ôtomo aborda una antología de este tipo? Pues no, tiene más obras de este pelaje (Memories, Robot Carnival, etc) y probablemente rendiré cuenta sobre ellas en el futuro. Pero regresando a Short Peace, tenemos nombres importantes entre los que han trabajado en estos cortos aparte del de Ôtomo. Profesionales con grandes obras a sus espaldas y que no han dudado en aportar su destreza para seguir experimentando y trabajando en los nuevos límites de la animación. ¿De quiénes estamos hablando? Pues de Hideki Nakamura, que hizo lo suyo en el arte de obras como Berserk o Shingeki no Bahamut: Genesis; Hidekazu Ohara, que participó en la animación de Nausicaä, Akira o Sherlock Hound; Kôichi Arai, al pie del cañón en Perfect Blue, Ghost in the Shell o Summer Warsy sangre nueva como Hiroaki Andô entre muchos otros. Algunos son viejos conocidos y colaboradores de Ôtomo, son un círculo abierto que siempre ha estado en contacto.

Para hacer una declaración de principios, Kôji Morimoto, que trabajó en Mind Game o Tekkon Kinkreetdirige el prólogo de Short Peace. Un corto de apenas 3 minutos donde una especie de Alicia y su conejo nos transportan al mundo que podremos encontrar en los próximos instantes. El que sea alérgico al 3D y otras moderneces lo pasará mal.

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Tsukumo

Posesiones

Shuhei Morita

Los tsukumogami son bien conocidos dentro del folclore japonés, una clase de yôkai muy peculiar. Son objetos que al cumplir los cien años cobran vida y conciencia. Los hay de muchos tipos: sombrillas, espejos, instrumentos musicales, sandalias, relojes… no suelen ser malintencionados, pero sí les gusta enredar. Y este corto va de eso un poco, es una historia de fantasmas o kaidan simpática, que tira del sentido del humor para dar sus pequeños golpes de efecto.

En una noche de tormenta, un hombre camina solitario por el bosque. El azar lo dirige hacia un refugio: un destartalado templete. Parece abandonado y tiene bastantes zarrios en su interior, pero al caminante no le importa y, tras pedir permiso educadamente, decide dormir acurrucado dentro. Y entonces comienzan las sorpresas.

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Desde mi punto de vista es el más endeble de los cuatro cortos por bastantes motivos. Y eso que fue seleccionado para los Premios Óscar. El argumento es bastante sencillo, lo que no tiene nada de malo, pero agota su ingenio enseguida, y es un defecto importante porque se trata de una comedia. Pero sobre todo es en su animación donde tropieza más. Ese intento de unir 2D con 3D merece un respeto ya solo porque no suele resultar una combinación agradecida. Es muy fácil acabar haciendo una deformidad animada, y en este Tsukumo, a pesar del esmero y afán que se le ha puesto (porque se nota el esfuerzo), no ha cuajado.

Por un lado están esos maravillosos fondos, sobre todo los del bosque, excelente labor la de Hideki Nakamura. Y por otro esa inclusión del 3D en la animación que produce verdaderas cagarrinas. Todos los elementos en movimiento tienen una textura como de videojuego, y a pesar de que los detalles están cuidados al máximo, el conjunto es artificioso. Se nota muchísimo más en las escenas exteriores, donde el pobre hombre parece que esté flotando en vez de caminar. Su incorporación en los escenarios no es buena, parece un monigote troquelado.

¿Merece la pena visionarlo? Sí, no está nunca de más observar cómo van y por dónde avanzan las habilidades en este segmento de la animación. Y que son solo 10 minutos, señores.

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Hi no Yôjin

Combustible

Katsuhiro Ôtomo

El Gran Incendio de Meireki (1657) fue una de las mayores catástrofes de la historia Japón. En él perdieron la vida más de 100.000 personas y dejó Edo (la futura Tokio) prácticamente en ruinas. También fue llamado el Incendio del Furisode, y es precisamente un furisode el elemento protagonista de Hi no Yôjin. Para recrear ese lejano s. XVII, Kôichi y Ôtomo se sirven del arte visual recién nacido de la época, el ukiyo-e; y utiliza recursos como los planos generales largos y cenitales de movimiento horizontal para introducir al espectador todavía más en esa Era. Desde luego, Hi no Yôjin es una experiencia estética fabulosa, exquisita y de gran belleza. Muy bien acoplada con la informática, donde su presencia apenas se advierte para no romper esa magia vintage que adorna todo el corto. Justo al contrario de lo que le sucede a Tsukumo.

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Aparte de que la ambientación sea fascinante, con una selección musical imponente, Combustible cuenta un relato también muy tradicional. Amor imposible, honor, atavismo y tragedia. Owaka y Matsuchiki han sido amigos desde la infancia y se sienten muy unidos. Pero la sociedad espera de ellos que procedan según su clase, y es algo que Matsuchiki no puede tolerar. Desde niño ha querido ser hikeshi o bombero, una nueva profesión que no tiene lugar en las familias decentes. Así que cuando en su casa descubren que se ha unido a las patrullas, lo repudian y expulsan por haberlos deshonrado. A partir de entonces la vida de Owaka, que albergaba esperanzas de contraer matrimonio con Matsuchiki, se hace melancólica y gris. Conforme se va acercando su matrimonio concertado, la resignación torna en desesperación; y sus decisiones y actos la conducirán a un camino sin retorno. La evolución del guion sigue las pautas de lo que podría ser un incendio: nada al principio, suave, inofensivo, que va creciendo y, de repente, se precipita y convierte en un incontrolable infierno. Muy acertado.

¿Merece la pena su visionado? Rotundamente sí. Es mi corto favorito de los cuatro, añado además. Todo en él ha sido cuidadosamente meditado: la narración, el estilo y arte, la cadencia. Y el resultado no ha podido ser más impresionante.

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Gambo

Hiroaki Andô

Otoño, así lo pregonan las llamativas higanbana en los campos. Unas flores relacionadas con la muerte, los demonios y el Más Allá… Y eso es lo que encontramos en Gambo: muerte y un brutal oni. Pero también una frágil y valiente niña junto a su paladín, un oso enorme de corazón leal.

Kao es la última niña que queda en una aldea perdida en las montañas. La razón: un monstruoso oni, noche tras noche, llega hasta ahí tomando, destruyendo y matando a placer. La pequeña población no puede hacer nada, pues hasta el propio señor feudal les ha instado a servir al oni en todo lo que les exija, prometiendo que enviará hombres para defenderlos. Pero la situación ya es desesperada. En las cercanías, vive también un majestuoso oso blanco, que ha perdonado la vida a un par de samuráis renegados. Uno de ellos, cristiano para más señas, se ofrece a matar al oni, pero será la intervención de Kao la que llevará a una conclusión la tragedia: rogará al oso, al cual llama Gambo, que acabe con el oni.

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Gambo está repleta de signos ominosos: la pólvora que cruza el cielo como un cometa, la flor de higanbana, etc. La escalada de violencia llega un momento en el que es verdaderamente cruenta. Y para nada gratuita, tiene su sentido. Sin embargo la historia de Gambo es algo inconexa, y no tiene muy claras cuáles son sus prioridades. Aunque tiene de gancho a la niña, que además es la que ayuda a hilvanar el argumento, resulta un tanto dispersa. Y pretenciosa. Su corazón es, no obstante, la feroz pelea entre el oni y el oso; y os aseguro que estremece. Está ejecutada a la perfección.

Técnicamente, gracias a los filtros que utilizan sobre un dibujo 100% informático, se consigue emular la sensación de estar viendo una animación analógica bastante bien. También me pregunto si no sería más consecuente realizarla directamente al modo tradicional sin tanta hostia, pero comprendo que Short Peace quiera poner a prueba medios y recursos. El resultado, aun así, es excelente y muy natural, y se adapta como un guante a la narración. Es un cuento cruel sobre el orden y el caos, la civilización y la barbarie; con buenas ideas pero que no se han logrado desarrollar con coherencia.

¿Merece la pena visionarlo? Desde luego, pero hay que saber lo que uno va a encontrar, y la furia es un ingrediente fundamental.

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Buki yo Saraba

Adiós a las armas

Hajime Katoki

Buki yo Saraba o Adiós a las armas es el corto más largo de la recopilación. Y el más espectacular. Es una adaptación de un manga que Ôtomo realizó en 1981 y que fue incluido en la antología Kanojo no Omoide (1982). Es un viaje alucinante a un mundo post-apocalíptico y solitario, muy solitario.

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El argumento se centra en una misión de las que suele realizar una brigada de exploración y control de armamento en las ciudades del que parece un Japón arrasado por la guerra. Todo el equipo, los medios de transportes, los droides, los trajes, las armas junto a los escenarios, están meticulosamente esbozados, con un nivel de detalle admirable. Y si uno echa un vistazo al manga original, se da cuenta de que es prácticamente un facsímil. Nada que objetar, sobre todo porque su conversión a la animación es espléndida, ha ganado muchísimo. Técnicamente Adiós a las armas es una delicia para los amantes de la acción. Porque es justo lo que tenemos: un corto donde el movimiento de cámara, el ritmo trepidante y las vueltas de tuerca llevan la batuta con muchísima fuerza. La historia en sí está al servicio de los efectos y el exhibicionismo visual. ¿Es eso malo? Para nada, aunque los que busquen un guion profundo o con un desarrollo más amplio en su media hora, quizá queden decepcionados. Sin embargo, es junto a Tsukumo el que aporta la chispa de humor a esta compilación, con un final bastante socarrón.

¿Merece la pena su visionado? La verdad es que sí, son 30 minutos que no dan tregua y con un envoltorio impecable. El 3D y 2D se fusionan perfectamente, ofreciendo un producto dinámico y uniforme. Gran trabajo.

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Como les sucede a muchas antologías, la valoración conjunta es complicada ya que cada obra es de una madre. En Short Peace el tema no se encuentra en exceso descompensado y ofrece un producto más o menos homogéneo, aunque haya cortos que destaquen sobre otros. Es lógico. Resumiendo, Short Peace  es un magnífico ejemplo de lo que puede dar de sí la animación, sobre todo en manos de gente experimentada que no tiene miedo de ponerse a prueba.

Y como guinda, os dejo con la portada del manga original de Ôtomo, que sirvió de inspiración al proyecto. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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