2017: un siglo de anime, anime, cortometrajes, literatura

Fuyu no Hi: días de invierno

Fuyu no Hi (2003) es el broche de oro para finalizar en SOnC la celebración de los 100 años de anime en este 2017. Pensaba que no iba a tener tiempo de realizarla, pero aquí la tenéis, convenientemente programada junto a las tres siguientes entradas. Así que si por casualidad os topáis con ella, permaneced atentos porque las posteriores no aparecerán anunciadas en las redes sociales. Como bien deduciréis, me encuentro fuera durante estos días y la desconexión será casi total. La Navidad es una época difícil para mí, aunque una vez pase estaré con vosotros de nuevo con normalidad. Y contestaré los comentarios pendientes, que son unos cuantos. Mientras tanto, los que estéis suscritos vía correo electrónico no notaréis ninguna diferencia.

Días de invierno o Fuyu no Hi es un anime bastante especial, y que nos va a servir para cerrar la sección 2017: un siglo de anime de una forma perfecta. Se trata de una obra coral coordinada por mi querido Kihachirô Kawamoto e inspirada en el renga. El renga es un género literario japonés en el que diversos autores colaboran escribiendo poemas encadenados. Es de origen bastante antiguo y en uno de sus estilos, el haikai, una forma más accesible aunque no menos espiritual del renga, se especializó el poeta Matsuo Bashô (1644-1694). De hecho, consagró su vida a dignificar y perfeccionar el haikai no renga, convirtiéndose a su vez en una de las figuras literarias más importantes del periodo Edo. Es considerado el más grande maestro del hokku (haiku) de la historia, un creador indispensable de la literatura nipona.

Basho_by_Hokusai
Bashô según Katsushika Hokusai

Sin embargo, donde realmente brilló, y esto reconocido por él mismo, fue en el renga; y en uno de ellos, Fuyu no Hi (1684), se basó Kawamoto para organizar su propio haikai audiovisual. Días de invierno nació a finales del s. XVII en Nagoya, durante uno de los viajes de Bashô. El poeta era todo un trotamundos, siempre buscaba inspiración en las zonas más remotas de Japón. Allí fue invitado por el grupo de literatos de la ciudad a componer poesía, y de esa forma vio la luz la primera antología importante de haikai de Bashô. Los poetas que trabajaron con Bashô, salvo por Kakei, líder de la comunidad literaria de Nagoya y médico de extracto samurai, eran todos jóvenes comerciantes de posición acomodada. Sus nombres: Kakei, Tokoku, Yasui, Jûgo y Shôhei.

Tomando los poemas de Fuyu no Hi como base, un total de 36 animadores crearon un cadáver exquisito de cortometrajes que se llevó el Gran Premio del Festival de Arte de Japón en 2003. Durante 39 minutos, creadores tanto japoneses como de otros países pusieron su talento al servicio del gran Bashô. Y el resultado fue muy, muy heterogéneo. Kawamoto no dudo en acudir para este proyecto a artistas con influencias, estilos y maneras de trabajar muy diferentes; sin prestar atención a su nacionalidad o sexo. Simplemente eligió a los que consideró, según su criterio, animadores con talento.

Y es lo que tenemos en Fuyu no Hi, un batiburrillo sorprendente donde la animación tradicional, el stop-motion, la rotoscopia, el cut-out, la animación flash o el CGI van sucediéndose sin pausa. Salvo el primero de todos, realizado por el grandísimo Yuri Norshtéin, todos los cortos duran entre cuarenta y sesenta segundos. Kawamoto, como el director de tamaña orquesta, colaboró con dos.

La poesía japonesa posee en su naturaleza simple y elegante una poderosa simiente visual que la hace muy apropiada para el lenguaje cinematográfico. Esa clara afinidad ha sido aprovechada desde casi los inicios del séptimo arte, y la animación no ha sido una excepción. Este proyecto de Kawamoto no fue en ese aspecto pionero, no obstante el reunir bajo el paraguas de Bashô a tan excelentes artistas y ensamblar sus diversas contribuciones sí que supuso una novedad realmente atractiva.

La compilación se inicia con Yuri Norshtéin y el kyôku de Bashô que abre el Fuyu no Hi. Una especie de saludo de tinte cómico donde el poeta se compara con Chikusai, un personaje popular de las novelas cortas o kana-zôshi de la época, un anti-héroe vagabundo que se gana la vida como curandero. Y el listón lo pone muy alto, de hecho algunos de los artistas no consiguen estar a la altura de semejante declaración de principios. Posiblemente los que más flaquean son los que toman la senda informática, y los mejores parados, con diferencia, los que se inclinan por una animación analógica y tradicional.

Como ya comentábamos, Fuyu no Hi es tremendamente diverso en temáticas y estilos, cada animador posee un carácter propio y diferenciado; y a esto hay que unirle la visión occidental, que siempre aportará su peculiar idiosincrasia a una obra literaria tan, tan japonesa. Yuri Norshtéin (Rusia), Raoul Servais (Bélgica), Jacques Drouin (Canadá), Aleksandr Petrov (Rusia), Co Hoedeman (Holanda), Bai-rong Wong (China), Mark Baker (Reino Unido) y Bretislav Pojar (República Checa) son los artistas extranjeros que brindarán su particular perspectiva.

De los 36 que conforman este ómnibus, he seleccionado mis 10 favoritos para comentarlos brevemente. Mis favoritos, repito, por lo que puede haber otros cortos  igual de excelentes que probablemente te gusten. Como observaréis, de mi selección ninguno recurre a los artificios de la informática porque, como ya he comentado un poquito más arriba, son los más flojos de la antología. De hecho hay tres o cuatro que son verdaderamente cutres, no entiendo cómo se colaron en Fuyu no Hi, porque su calidad cochambrosa es notoria. Pero ya se sabe que nada es perfecto, qué le vamos a hacer. Aun así, es obligatorio señalar que la música del compositor Shinichirô Ikebe es magnífica, uno de los puntos fuertes de Días de Invierno sin duda.


 

Raoul Servais (1928, Ostende) es una leyenda viva de las artes, trabajó con René Magritte o Paul Delvaux; y siempre ha sido una mente inquieta. Su contribución a Fuyu no Hi tiene un algo de su Harpya (1979), y mientras el poema de Yasui y Bashô habla sobre un monje, posiblemente enamorado, que decide huir de sus votos y afecto (la garza es un pájaro tímido) a una casa entre arrozales, Servais decide otorgarle un contundente ánimo surrealista y opresivo. Hace hincapié en el veneno de la mente, que enmaraña y oscurece el amor cuando la soledad crece. Delicioso.

 

No he encontrado mucha información sobre Noriko Morita, la animadora encargada de este segmento; y me apena porque es uno de mis preferidos por su audacia y dinamismo. Expresa muy bien el sentido del poema de Jûgo,  que transforma el anterior de Yasui y Bashô en la tristeza y amargura de una mujer a la que, mediante engaños, han arrebatado su hijo recién nacido. Destacar que el amor tanto en el monje como en la mujer provoca algún tipo de vergüenza, empujándolos al aislamiento.

 

Sobre Reiko Okuyama escribí aquí hace un par de semanas, una de las figuras femeninas más importantes del anime y que hizo historia con su lucha por los derechos laborales de las mujeres en Japón. Toda una heroína en el campo de la animación como en el del sindicalismo. En Fuyu no Hi aparece junto a su marido, el también importante animador Yôichi Kotabe, junto al que colaboró durante toda su vida. Alejándose de las vertientes comerciales donde hizo la mayoría de su carrera, en este corto plasma la tristeza de la madre que acaba de perder a su hijo pero porque ha fallecido, enfatizando la noción budista de la impermanencia (mujô) y la ilusoria naturaleza de la vida.

 

Aleksandr Petrov (1957, Prechistoye) es el maestro mundial de la pintura sobre cristal, una especialidad de la animación muy rara, bellísima y bastante complicada de realizar. Sobre él escribí un poco aquí y si no lo conocéis, deberíais hacerlo lo antes posible porque su obra es completamente extraordinaria. En Fuyu no Hi hace gala de su habitual y sorprendente destreza con la triste poesía original de Tokoku, donde el abandono y la pobreza son los protagonistas. Sin embargo, Petrov decide quitarle algo de dureza mediante la figura de un niño vagabundo, que valientemente se enfrenta a una gigantesca sombra.

 

Seiichi Hayashi (1945, Manchuria) es una de mis debilidades en el mundo del animanga. Uno de mis mangaka preferidos. Period. Creo que su trabajo no es lo bastante reconocido, y que debería tener más divulgación, porque lo merece. Sin embargo, su segmento para este Días de Invierno no impresiona demasiado. La animación es muy normalita, pero sigue siendo él, con sus maravillosos diseños y especial sensibilidad. Además un gato tiene cierto protagonismo. Hayashi ha sabido adaptar con sencillez un poema que habla del oriiru o retiro de la corte imperial de una dama de la era Heian, que ha ido a vivir a un barrio lleno de gente chismosa. Y se aburre muchísimo en ese ambiente.

 

Azuru Isshiki (Tokio) es una animadora independiente que comenzó su andadura en Toei Animation Co. Ha escrito un libro sobre técnicas de animación y trabajado a lo largo de los años en diversos proyectos que han sido galardonados con varios premios. Actualmente forma parte del grupo creativo G9+1, en el que está desarrollando su carrera. Este corto suyo me ha gustado mucho por su frescura, con un dibujo de línea clara e ingenua, que contrasta con el de la mayoría de sus colegas, mucho más alambicado. Isshiki opta por la simplicidad del trazo inspirado en los tebeos, y funciona bien. En este poema la dama de la corte se ha hecho monja, y en el barrio recuerda con nostalgia los cerezos en flor del Palacio Imperial.

 

Mark Baker (1959, Londres) es conocido actualmente sobre todo por Peppa Pig, pero sus trabajos abarcan muchas e interesantes obras que han llegado a estar nominadas incluso para los Oscars. Su estilo de apariencia infantil esconde en realidad gran sofisticación. Y haciendo honor a su método luminoso y sencillo, su segmento resulta ser uno de los más claros de la antología, que no necesita interpretación alguna. Una adaptación elemental y directa de una poesía que podría haber seguido derroteros bastante más oscuros.

 

Reiko Yokosuka (Hitachinaka) es la responsable de uno de los cortos que más me gustan de este Fuyu no Hi. Heredera de la tradición del sumi-e o pintura monocromática en tinta, en Días de Invierno hace del minimalismo un prodigio difícil de superar. De una manera diáfana queda reflejado su amor por la naturaleza, y la sutilidad de su trazo sobre el papel washi evoca los espíritus del shintô en su forma más pura. Esta mujer es maravillosa, y lamento profundamente que su obra no tenga más reconocimiento y difusión,  porque además sus cortos son bastante complicados de localizar. ¿He dicho que es fan de Môto Hagio y Ryôko Yamagishi? Pues lo es. Encima tiene un gusto soberbio para los mangas. Ains.

 

Creo que Isao Takahata (1935, Ise) no necesita ningún tipo de presentación. Su contribución a Fuyu no Hi es una de las más interesantes, integrando un curioso sentido del humor suavemente escatológico en su segmento; donde lo sagrado y lo profano, lo puro y lo impuro se entremezclan como en la vida misma. Comienza muy solemne, recreándose en la tradición pictórica japonesa más clásica; sin embargo, esa ceremonia y gravedad pronto se verán doblegadas por la imperiosa llamada de la naturaleza. Muy divertido.

 

Sobre Fusako Yusaki (1937, Fukuoka) también escribí en la entrada dedicada a animadoras japonesas (enlace aquí) y no podía faltar entre mis favoritos de Fuyu no Hi porque esta señora siempre sorprende con su habilidad y enorme imaginación. Inspirándose en las obras de Giorgio de Chirico (1888-1978), ofrece un corto pleno de luz, color y alegría. Con inteligencia y gracia, el claymation dúctil de Yusaki-sensei discurre plácidamente entre los demás.  Y es que esta animadora siempre fue diferente, y en Días de Invierno queda muy patente eso. Me produce también cierta tristeza, pues da la sensación de que el legado de su estilo no esté siendo recogido por nadie. Esperemos que no sea así de verdad.


Fuyu no Hi es una obra con unos cuantos altibajos, aunque también posee grandes aportaciones. Por eso el ritmo del conjunto no resulta armonioso, y es algo que se echa de menos, teniendo en cuenta además que la esencia del renga es esa, un fluir equilibrado de distintas ideas. No obstante, este defecto suele surgir en los proyectos donde convergen tantos artistas diferentes y con maneras de concebir la animación tan dispares. Por eso mismo también merece la pena verlo y disfrutar de esa pluralidad que ayuda a descongestionar la mente tras consumir grandes cantidades de anime estándar. Hay vida más allá de la comercialidad, os lo prometo, una vida igual de interesante o más, que abre la perspectiva a nuevas y antiguas (pero desconocidas) formas de expresión.

Y con esta entrada despedimos el 2017 en SOnC. Espero que hayas disfrutado de este pequeño apartado en el blog, donde se han intentado difundir las creaciones y trabajos de los pioneros y leyendas de la animación japonesa. Ha sido la sección más importante en cuestión de contenidos (y más ignorada) de este año en la bitácora. No obstante, me he dejado unos cuantos creadores en el tintero, pero eso tampoco es óbice para que no pueda escribir sobre ellos ¡y ellas! en el futuro. Que lo haré con total seguridad, porque los clásicos nunca mueren, y es necesario tenerlos siempre presentes. Feliz Año Nuevo, camaradas otacos, que este 2018 Manga no Kamisama os sea favorable.

2017: un siglo de anime, anime, cortometrajes, marionetas

Per aspera ad astra: mujeres en la animación japonesa

Se acerca ya el fin del 2017, durante el cual SOnC ha tratado de celebrar, a su cutre manera de blog amateur, el centenario de la animación japonesa. ¡Un siglo de anime, camaradas otacos! Por lo que la sección, si no toca ya a su fin con esta entrada (depende del tiempo que me reste para escribir otro post que tengo planeado), le queda realmente muy poquito. No ha sido el apartado de la bitácora que más lecturas ha tenido y eso, hasta cierto punto, resulta algo preocupante, pues denota falta de inquietud hacia las raíces, historia y esencia de nuestros amados dibujitos chinos. Pero eso ya sería otro tema, que enlazaría con la percepción de la cultura como mero producto de consumo y entretenimiento, una fábrica de dinero sin más. El capitalismo y sus cosillas de la mercantilización, ya sabéis.

Pero antes de que empiece a desvariar paseando por esos aromáticos cerros de Úbeda que Marx visitó un soleado 10 de diciembre de 1856, vamos a centrarnos en lo que toca hoy. Y es que, a pesar de que he intentado divulgar un poco el imprescindible legado de Tadahito Mochinaga, Tadanari Okamoto o Noburô Ôfuji, algo me resonaba por dentro continuamente: ¿y las mujeres en el anime? ¿dónde estaban? ¿dónde están? Porque haberlas, las hubo y las hay. Y no pocas. Pero creo que es de dominio público el recio machismo de la sociedad japonesa, por lo que su posición en el mundo de la animación estaba supeditada a la masculina. Aunque la presencia femenina puede rastrearse desde los años 50 y en abundancia, sus puestos eran menores. Por realizar el mismo trabajo recibían un sueldo considerablemente más bajo, no se les solían ofrecer tareas creativas o de cierta importancia; y en cuanto se casaban debían abandonar, según contrato además, su empleo, por lo que las posibilidades de medrar y desarrollarse profesionalmente eran casi nulas.

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«Mujer joven saltando desde el balcón del templo Kiyomizu» (1765) de Suzuki Harunobu

Al contrario que en el manga, donde la mujer fue ocupando su espacio a partir sobre todo de los años 70, el anime mantuvo una robusta presencia masculina. De hecho, actualmente todavía existe una enorme brecha entre hombres y mujeres, un techo de cristal que, poco a poco y lentamente, va tornándose más permeable. Aunque las mujeres ya están realizando labores fundamentales, como el diseño de personajes o la key animation, la dirección aún permanece sobre todo en manos varoniles. Así pues, la entrada de hoy está dedicada a esas personas que trabajaron y trabajan en un medio todavía adverso, luchando día a día contra los prejuicios, la minusvaloración y el desdén. Mujeres que decidieron saltar al vacío a pesar de las circunstancias y que han hecho, y están haciendo, historia en la animación japonesa. Cada vez van apareciendo más, con un talento equiparable y en ocasiones superior al de sus colegas masculinos, ocupando un lugar que les pertenece por derecho propio como los seres humanos con capacidad de pensar y crear que son.

Así que, un poco más abajo, tenéis a vuestra disposición una lista con 10 animadoras que merecen atención. Es probable que conozcáis a casi todas porque, como es patente, no son muchas las que consiguen asomar su cabeza a la superficie. La gran mayoría de mujeres que trabajan en el anime continúa desarrollando tareas en las que es difícil hacerse un nombre o destacar. Aunque, de forma paulatina, el panorama va virando. Las mujeres hemos estado en el mundo de la animación desde sus inicios, artistas como mi amada Lotte Reiniger (1899-1981), Lillian Friedman (1912-1989) o  Laverne Harding (1905-1984) son la muestra de ello, pero esta disciplina siempre ha sido un club de chicos. Muchas animadoras simplemente no aparecían en los créditos por el hecho de ser mujeres; otras optaban por cambiarse el nombre a su versión masculina para evitar ser ninguneadas.

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Las novelas de «Seirei no Moribito» (Kaiseisha, 1996) de Naoko Uehashi fueron ilustradas por Makiko Futaki.

En Occidente no lo tuvieron nada fácil, sin embargo en Japón las perspectivas eran todavía menos halagüeñas. Toei Doga o Mushi Pro contaban con personal femenino, pero no dejaban de reflejar la sociedad reaccionaria de la que habían surgido. Aunque hubo creadoras que combatieron con tenacidad la desigualdad, como Reiko Okuyama o Kazuko Nakamura, de las que hablo un poquito en el listado.

También en Ghibli, por nombrar otros estudios emblemáticos, trabajaron y continúan trabajando artistas como Masako Shinohara, que comenzó en Toei como el propio Miyazaki; Megumi Kagawa, que ha intervenido en todos y cada uno de los films de los estudios; Atsuko Kanaka, una de las mejores especialistas en escenas de acción de la actualidad; y la fallecida en 2016 Makiko Futaki, uno de los tesoros mejor guardados de Ghibli y cuya indeleble huella la podemos encontrar tanto en sus producciones como en otras obras legendarias como Tenshi no Tamago (1985),  Ginga Tetsudô no Yoru (1985) o Akira (1988). Mientras, todavía hay que soportar comentarios sexistas como el de esta noticia, que Hiromasa Yonebayashi utiliza para justificar que aún no haya entre las filas de Ghibli ni una sola directora. Por lo que en honor a todas esas mujeres que han trabajado, y trabajan, en el mundo de la animación japonesa va esta entradilla. En un siglo de anime también el esfuerzo y sudor de las mujeres poseen su lugar. Ojalá no hubiera que prestar atención al hecho de si el que ha dirigido tal obra o escrito tal guion es hombre o mujer. Ojalá. Sin embargo, mientras el mundo resulte así de desigual y subestime de forma tan injusta el empeño y labor de la mitad de la población del planeta, habrá que continuar alzando la voz.


Saori Shiroki (1984, Tokio) es una animadora independiente centrada en la realización de cortometrajes. Se ha especializado en la técnica paint-on-glass o pintura al óleo sobre cristal, y su estilo está muy influido por la animación europea de Aleksandr Petrov o Caroline Leaf. Este tipo de arte es una herramienta extraordinaria, si se sabe utilizar con la suficiente pericia, para expresar la intensidad y el fluir de las emociones. Y Shiroki es una verdadera maestra, pues con gran sofisticación consigue hacerlo. Sus obras, hasta ahora, poseen una robusta carga simbólica que las hace suavemente melancólicas, capaces de invocar sentimientos que se sentían ya lejanos. Y no trata temas sencillos (la muerte, el maltrato, la soledad), además siempre acude a recursos más propios del cine mudo que del mundo de la animación para brindar más efectismo a sus cuentos. Una creadora a quien no perder de vista.

Obras de interés: Monotonous Purgatory (2012), Yubi wo Nusunda Onna (2010)


Rie Matsumoto (1985, Japón) es una de las mentes más creativas que hay en estos momentos pululando en el mundillo del anime. No estoy exagerando, a esta mujer no le ha importado en ningún instante correr riesgos; y posee un background estilístico para mear y no echar gota. Le gusta jugar y experimentar con diversas influencias, lo que resulta maravilloso. Esa es su filosofía, aunque en ocasiones choque frontalmente con los acostumbrados corsés de la industria de la animación. Porque lo suyo es ganar dinero, las aspiraciones artísticas no son prioritarias para el negocio. Y estas constricciones son las que pueden acabar sofocando la llama de esta creadora. En Kekkai Sensen se la vio un poquillo apurada, sin embargo el resultado fue estupendo, sobre todo si lo comparamos con lo que está siendo la actual segunda temporada. No obstante, es en Kyôsôgiga donde podemos apreciar a una Matsumoto en su salsa; y con el generoso horizonte que otorga pensar que estamos solamente ante sus primeras obras, podemos sentirnos relativamente tranquilos. Rie Matsumoto tiene bastante que ofrecer aún, mucho que madurar y evolucionar. Y con semejante talento, esperamos grandes cosas de ella. Veremos si acaba superando nuestras expectativas. O no.

Obras de interés: Kekkai Sensen (2015), Kyôsôgiga (2013)


Kiyoko Sayama (1975, Saitama) ha dirigido unos cuantos animierder, no es por nada. Vampire Knight es una bosta gigantesca, y con un fandom tan enorme como el hedor que desprende. Pero no estoy aquí para ganarme enemigos, ni tampoco para que huyáis de esta señora. La he incluido por buenos motivos. Muchas veces en la vida no se puede elegir, y toca apechugar con lo que toca de la mejor forma posible. Y Sayama-sensei sabe dirigir. Es extremadamente competente. Además, como no podía ser de otra forma, ha estado involucrada en proyectos como Romeo x Juliet (2007), Nana (2006-2007) o Seirei no Moribito (2007) que compensan los bodrios en los que ha tenido que trabajar. Sin embargo, no se debe olvidar que se trata de una animadora orientada ante todo a la vertiente más comercial del anime, en la que se mueve con soltura y eficacia. ¿Es eso malo? No tiene por qué, pero también es cierto que en el mainstream hay muchas más posibilidades de tropezarse con un zarrio. Al menos con Kiyoko Sayama está garantizada la profesionalidad.

Obras de interés: Seirei no Moribito (2007), Skip Beat! (2008), Vampire Knight (2008)


Sayo Yamamoto (1977, Tokio) es una de las animadoras más populares de la actualidad. Obras como Michiko to Hatchin, que se han hecho hace tiempo ya un merecido hueco en el kokoro de los otacos, o la celebérrima Yuri!! on Ice la han catapultado a la fama. Estos anime pueden gustar más o menos, lo que es indudable es el talento de esta mujer, que hasta el mismo Satoshi Kon supo apreciar, invitándola a colaborar con él en Millennium Actress (2002). Aunque por cuestiones de políticas de estudio el asunto no llegó a cuajar. Lástima. Yamamoto ha trabajado en numerosos proyectos como Samurai Champloo (2004), que fue un antes y un después a nivel creativo para ella, X (2001), Space Dandy (2014) y un largo etcétera; además en diversos puestos, que oscilaron entre el storyboard, la dirección de episodios o la dirección asistencial. Siempre ha procurado aprender lo máximo posible del puesto que ha ocupado, y siempre ha insistido en crear personajes femeninos fuertes, que dejaran su marca como dueñas de su destino.

Obras de interés: Michiko to Hatchin (2008), Ergo Proxy (2006), Lupin III: the woman called Fujiko Mine (2012)


Con Reiko Okuyama  (1935-2007, Miyagi) voy a detenerme un poquito más, ya que se trata de una de las animadoras más importantes de la historia de Japón. Junto a Kazuko Nakamura, cambió muchas cosas. Ambas fueron pioneras en muchos aspectos.

Okuyama-sensei tuvo una infancia enfermiza que pasó sobre todo en cama, por lo que pronto desarrolló un gusto especial por el dibujo. Por no decir que era una chica rebelde que leía a Shakespeare y a Simone de Beauvoir. Sin embargo, su llegada a la animación fue casi accidental, pues cuando se presentó en Toei Doga para conseguir empleo, pensó que se trataba de una editorial que buscaba ilustradores para cuentos infantiles. Esto no la amilanó, ni mucho menos, y comenzó a trabajar para ellos como in-betweener o interpoladora. Esto sucedió en 1957, y en 1959, a pesar de la discriminación sexual que existía en la empresa, ascendió al puesto de segunda animadora. Pero las cosas se torcieron cuando se casó con su compañero de trabajo Yôichi Kotabe y quedó embarazada. Toei Doga esperaba que dejara su empleo y se convirtiera en ama de casa; sin embargo, Okuyama no lo hizo. Aunque los estudios amenazaron con despedir a su marido, ella no cedió y con el apoyo de los sindicatos del medio, entre cuyos miembros más activos estaba Isao Takahata, consiguió uno de los grandes logros laborales para la mujer, no solo en el gremio de la animación, sino en toda la nación: las japonesas, a partir de entonces, ya podrían casarse y tener hijos sin la obligación de renunciar a sus carreras profesionales.

Continuó trabajando para Toei Doga hasta 1976, donde fue la segunda al mando, por ejemplo, justo detrás de Miyazaki en la película Horus, Prince of the sun. A partir de entonces, trabajó como freelance junto a su marido en numeroso proyectos como Marco (1976) Taro, the Dragon boy (1979) o Jarinko Chie (1981), aunque también empezó a ilustrar libros para niños. Hasta que falleció en 2007, continuó dibujando y ocupándose de la animación.

Obras de interés: Mazinger Z (1972-1974), Hotaru no Naka (1988), Sally the Witch (1966-1968), Horus, Prince of the sun (1968)


Kazuko Nakamura (1934, Japón) es la primera mujer japonesa que se dedicó a los dibujos animados, por eso muchos la llaman «la madre del anime«. También fue la primera en dirigir la animación de una serie de TV completa: Ribbon no Kishi.

En 1956, Nakamura-sensei empezó a trabajar en Nichidô Eiga, un año después los estudios fueron absorbidos por Toei y se convirtieron en Toei Doga. Pero no duró mucho por allí, pues Osamu Tezuka, mientras visitaba el estudio para trabajar en Saiyûki (1960), se percató de sus impresionantes habilidades y la reclutó para su propia productora: Mushi Pro. Kazuko Nakamura estaba encantada, pues el ambiente de libertad creativa que se respiraba en Mushi Pro era muy diferente del de Toei Doga, en el que además tenía que lidiar con un recalcitrante sexismo. Nakamura pudo desarrollar su potencial casi en plenitud, pues aunque no consiguió dirigir como tal una obra, si logró convertirse en su animadora más importante. Fue en las dos primera películas de Animerama1001 Nights (1969) y Cleopatra (1970), donde Nakamura dejó su huella de manera más elocuente. Los diseños de los personajes femeninos se alejaban por completo de la acostumbrada hipersexualización, redefiniendo la feminidad de una forma más natural y emotiva. Osamu Tezuka apreciaba mucho a Kazuko Nakamura, ella fue una de esas escasas personas a las que acudió luego tras el desmantelamiento de Mushi Pro.

Obras de interés: Ribbon no Kishi (1967-1968), Aru Machi Kado no Monogatari (1962), Cleopatra (1970)


Sôbi Yamamoto (1990, Hiroshima) es la más joven de las animadoras elegidas para la lista. Y aunque todavía está un poquillo verde, con la sombra de Makoto Shinkai bastante visible en su obra, promete mucho, sobre todo dentro del sekaikei y yaoi. Es una creadora eminentemente indie, pero esto puede cambiar muy pronto. Solo para empezar, Studios Deen confió en ella para dirigir Meganebu!, un anime un pelín tontorrón pero que hará las delicias de aquellos que disfruten con historias donde la sencillez y la diversión primen. Un producto ligero y alegre para matar el tiempo, muy bien estructurado. Y ese parece ser, de momento, el camino elegido por Yamamoto, el de los relatos cotidianos donde las personas, sus sentimientos y percepción del mundo son esenciales. Un enfoque reflexivo y comercial a la vez, veremos con qué nos sorprende en el futuro.

Obras de interés: Meganebu! (2013), Robotica*Robotics (2010)


Atsuko Ishizuka (1981, Okazaki) llegó a esto de la animación un poco por casualidad. A ella lo que realmente le interesaba, desde el instituto, eran las artes gráficas y la música, por lo que solía realizar vídeo musicales animados. Uno de estos cortos, Gravitation (2003), llamó la atención simultáneamente de Madhouse y de NHK, ofreciéndole ambos una oportunidad para trabajar con ellos. Ishizuka eligió los estudios, ocupando el puesto de asistente de producción. Pero NHK no se rindió, y negoció con Madhouse una colaboración con su nueva empleada para realizar un video-clip: Tsuki-waltz (2004). Esa sería su primera obra profesional. A partir de entonces, Ishizuka iría ascendiendo en Madhouse, logrando trabajar en posiciones de mayor responsabilidad e importancia. Es una mujer diligente a la que le gusta ponerse a prueba, y uno de los cerebros creativos actuales de los estudios.

Obras de interés: Nana (2006-2007), Aoi Bungaku (2009), No Game No Life (2014)


Fusako Yusaki (1937, Fukuoka) es una especialista en claymation o animación con arcilla. De hecho es conocida en Italia como la regina della plastilina. Y es un título bien merecido que no seré yo quien lo discuta. ¿Y por qué es tan famosa en el país con forma de bota? Pues porque muy pronto, recién graduada en Bellas Artes, consiguió una beca para estudiar en  L’Accademia di Belle Arti di Brera, en Milán, allá en un lejano 1964. Y ya no volvió a Japón. Fue una buena decisión por su parte quedarse en Europa, pues con toda probabilidad en su tierra no habría tenido las mismas oportunidades. Y eso que en esa época tampoco por aquí las cosas eran estupendas para las mujeres. Fundó sus propios estudios independientes, Studio Yusaki, y empezó a trabajar realizando spots televisivos y colaborando con la RAI y la NHK.

Yusaki-sensei fue una auténtica pionera, pues en la década de los 60 eran contadas con los dedos de una mano las mujeres que conseguían hacerse un nombre y triunfar. A lo largo de su carrera ha logrado multitud de galardones, ha sido jurado en los festivales de Annecy, Zagreb, Hiroshima, etc., y es profesora en l’Istituto Europeo di Design de Milán. Además sus películas forman parte de la exposición permanente del Museo Hara de Arte Contemporáneo, en Tokio. Fusako Yusaki es una leyenda que, más allá de Italia o Japón, apenas es conocida. Y es algo a lo que debería ponerse remedio.

Obras de interés: Naccio + Pomm (2001-2016), Peo in Svizzera (1997-2002), L’albero azzurro (1990- )


Fumiko Magari (1936, Okayama) es profesora en la Escuela de Animación Artística Laputa y dirige su propio estudio de animación, Magari Jimusho. Está especializada en stop-motion y ha realizado cientos de anuncios para la televisión, aunque ha trabajado en distintos campos, no solo el de la publicidad. El vídeo sobre consejos nutricionales que tenéis debajo forma parte de una serie de encargos que le hizo Nestlé en 2015. Es una de las mejores animadoras actuales en su especialidad, y no podía ser menos, pues se formó y comenzó a trabajar con los mejores: en MOM Production junto a Tadahito Mochinaga y en diversos proyectos con Tadanari Okamoto. No es muy fácil hallar material suyo en la red (¡y eso que es abundante!), pero si se es persistente, pueden encontrarse algunas cosillas. Y merecen muchísimo la pena echarles un vistazo. Fumiko Magari no solo trabaja el stop-motion o las marionetas, siempre ha estado abierta a otras técnicas y en sus más de cincuenta años de carrera así lo ha ido demostrando. No obstante, aunque recurre en ocasiones al CGI, es absoluta partidaria del trabajo manual. Es una artesana de corazón. Sus obras forman parte de los recuerdos de millones de japoneses, solo falta que la podamos descubrir en Occidente adecuadamente.

Obras de interés: Woof, the little bear (1983), Kentoshi monogatari (1999), Nutcracker Fantasy (1979), The New adventures of Pinocchio (1960)


Podría haber añadido también a Michiyo Yasuda, veterana de Ghibli que nos dejó el pasado octubre de 2016; Shizuka Hayashi, responsable de la animación en decenas de episodios y películas de Crayon Shin-chan; a Yamada Naoko, que forma parte de KyoAni y ha llevado la batuta en series como K-On! o Tamako Market; a Kon Chiaki, que ha dirigido un montonazo de series para ser mujer (Nodame Cantabile, Junjô Romantica, Golden Time, etc); a Kase Mitsuko, responsable de dirigir Ristorante Paradiso o realizar el storyboard de InuYasha; o a Jinbo Matsue, una de las primeras directoras de anime de la historia. Y otras cuantas más pero, como siempre indico, esta es mi selección personal y no tiene por qué coincidir con el criterio más extendido.

Espero que esta entrada os estimule a querer conocer y apoyar más a las animadoras japonesas. Personas de indudable capacidad y talento que merecen el mismo reconocimiento y oportunidades que sus colegas masculinos. Si además escribes en un blog, te animo a que dediques entradas a creadoras y profesionales del anime, entre todos podemos darles más presencia y contribuir con nuestro granito de arena a una mayor difusión de sus trabajos. Lo merecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, anime, cortometrajes, largometraje

Neko-chan en el País de las Ghibli-Maravillas

¿Alguien duda de que el sobrenombre perfecto para Japón podría ser Gatolandia? Es por todos conocido el proverbial amor nipón hacia los mininos. A pesar de que se introdujeron en las islas un poco más tarde que en otros lugares del planeta, allá por el s. VI a. C., han formado parte de su cultura, religión y tradiciones de manera fundamental. Muy pronto se erigieron como los vigilantes de las pagodas budistas, cuyos valiosos manuscritos protegían de los roedores. Se hicieron tan indispensables, que se convirtieron en un animal que solo las clases pudientes podían poseer. Más adelante, en el s. XVII, con el impulso de la industria de la seda que requería de sus especiales habilidades para preservar de las ratas la materia prima, se los liberó para que circularan libremente por todo el país. Así se fue construyendo su identidad como criatura protectora y, a la vez, fiera. El gato otorga buena suerte y riqueza a su dueño; pero al mismo tiempo su carácter imprevisible y depredador le confiere un aspecto sobrenatural y salvaje. Así tenemos, por un lado, la linda figura del maneki-neko que con su patita móvil llama a la fortuna, el amor o la salud allí donde se coloque; y, por otro, al bakeneko o al nekomata, cuya naturaleza dentro del folclore japonés es ciertamente peligrosa y ambigua. Por supuesto, goza de sus propios templos shintô donde es merecidamente reverenciado.

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«La historia de Otomi y Yosaburo» (1860) de Utagawa Yoshiiku

Los gatos son muy queridos y respetados en Japón. Existen, nada más y nada menos, que 11 islas donde sus habitantes son mayoritariamente estos pequeños felinos, de entre las cuales las más conocidas son Aoshima y Tashirojima; Cipango es el país donde más Cat Cafés hay en el mundo (más de 150), y que vio nacer a la gatita más célebre del planeta, Hello Kitty. Estos animalitos son el epítome de lo kawaii, han aparecido por doquier en libros, cientos de ilustraciones, todo tipo de merchandising, series de televisión, anime, manga y un larguísimo etcétera. Uno de mis escritores favoritos, Natsume Sôseki, tiene una maravillosa novela dedicada a la vida de un gato. ¿Qué más se puede decir? Japón ama a los mininos, y Studio Ghibli no iba a ser una excepción.

Como ya anuncié en la anterior entrada de la sección 2017: un siglo de anime, Ghibli tenía que aparecer sí o sí. Se ha vertido ya tanta tinta sobre ellos que resultó difícil encarar un artículo dedicado a su ingente labor sin caer en el tópico o redundar la información. Y no quería aburriros, los datos biográficos, de fundación de los estudios y demás detalles son muy fáciles de encontrar. Así que decidí enfocarlo de una manera distinta, aunque también extremadamente sencilla, a través de una de mis pasiones vitales: el micifuz. Creo que todos mis lectores saben de sobra que soy amante de los mininos y orgullosa amiga de una gordita peluda llamada Isis. Por ende, he aquí una entrada dedicada a los gatos de Ghibli. Así también doy un aire más liviano a la entrada, porque las dedicadas a esta sección en particular me han salido siempre un poquito densas. Hoy tendréis un post ligero (bueno, al menos lo voy a intentar) y sin la habitual farragosa labor de documentación. Solo gatos, gatos, gatos. Este es mi particular y humilde homenaje a uno de los estudios de animación más importantes del mundo. Sin menospreciar el inmenso legado de Disney, la visión de Ghibli lo cambió todo.

Ghibli - Miyazaki, Suzuki and Takahata
Hola, somos Miyazaki, Suzuki y Takahata y venimos a conquistar el universo. ¡Miau!

Los gatetes protagonistas de Ghibli han sido casi siempre un catalizador de eventos importantes en sus películas. Su naturaleza suele ser benigna y cómplice de los protagonistas, ofreciendo una desinteresada, y muchas veces inesperada, ayuda sin la cual el desenlace no resultaría el mismo. ¿Aparecen en todas las obras del estudio? Por supuesto que no, pero aun así se percibe con mucha claridad el amor que sienten hacia estos animales. Ghibli además se caracteriza por su enorme respeto por la naturaleza y sus habitantes, por lo que no podían ser crueles con una criaturita tan querida además en Japón. Es posible que me haya olvidado de algún ghiblineko, pero si la memoria no me falla, aquí tenéis los gatos más interesantes que ha creado el estudio.

6 🌟 KONYARA


Vamos a comenzar no con una película, sino con una serie de cortometrajes dirigidos al mundo de la publicidad. Os presento a Konyara y a su familia (Ko-Konyara, Kuroneko y Buchi), que han servido con mucha eficiencia desde 2010 hasta 2015 a la empresa alimenticia Nisshin Seifun Group CM en su 110º aniversario. El éxito de esta elegante y delicada animación, inspirada en el tradicional sumi-e, fue rotundo en sus tres encarnaciones. El diseño de Konyara corrió a cargo del mismísimo Toshio Suzuki, el storyboard fue de Gorô Miyazaki y la dirección recayó en Katsuya Kondô, que trabajó en los diseños de Kiki: entregas a domicilio (1998).

La música es de la celebérrima Akiko Yano, que trabajó para Ghibli en Mis vecinos los Yamada (1999) y Ponyo en el acantilado (2008) también; por lo que se puede afirmar que los escasos segundos de duración de estos comerciales han estado siempre en manos inmejorables. Una producción cuidadosa y realizada con verdadero cariño. Konyara y su prole son todo ternura.

5 🌟 NIYA


El mundo secreto de ArriettyKarigurashi no Arrietty (2010) de Hiromasa Yonebayashi, no es de mis películas favoritas de Ghibli. De su director me gustó mucho más Omoide no Marnie (2014), que trabaja tangencialmente una temática similar. No creo que el mundo que Mary Norton plasmó en su saga de The Borrowers esté mal adaptada ni muchísimo menos, de hecho creo que la minuciosidad y belleza expresadas en la película son maravillosas; y Miyazaki, que se encargó del guion, le brindó un aire menos infantil, más sobrio también. Los Clock están muy bien representados, con una Arrietty asimismo que gana enteros en la película. Esta familia, conformada por tres miembros diminutos, Pod, Homily y Arrietty (padre, madre e hija), viven escondidos en las casas de los humanos. Sobreviven de sus excedentes, los cuales recolectan por la noche. Porque es esencial que nadie de la gente grande sepa de su existencia. Si por algún descuido o casualidad esto ocurre, se ven obligados a buscar un nuevo hogar para blindar su seguridad.

niya2Es un modo de vida precario y frágil que les obliga a cierto aislamiento, por lo que no saben si hay más de los suyos por el mundo. La familia Clock cree que solo quedan ellos, porque han pasado muchísimos años sin contacto con nadie. Sin embargo, Arrietty no se quiere resignar a una vida tan solitaria, y es mucho más audaz en su manera de pensar. Todo da un vuelco cuando llega a la casa Shô, un chico con una grave enfermedad cardíaca que casi de inmediato nota la presencia de Arrietty. No obstante, él ya conoce algo de las leyendas sobre la gente pequeña que habita la casa. También sabe de ellas la mezquina ama de llaves Haru, que comenzará a atar cabos. La historia no avanza mucho más de lo que podría esperarse de este planteamiento, es muy simple y sin apenas recovecos; lo que la hace, comparada con otras del estudio, bastante plana. Es como si en realidad se quedara a mitad del argumento, con temas esbozados interesantes pero que no se llegan a desarrollar. El Mundo secreto de Arrietty es un bonito cuento, pero que se hace bastante corto. ¿Y el gato? ¿Qué pasa con el gato? ¡Que esta entrada va sobre ellos! Pues el ghiblineko de esta historia es el orondo Niya.

Niya es un gato señor y dueño de sus territorios. La casa, el jardín y las arboledas son su feudo, nada se escapa a su escrutinio. Sabe quién entra, quién sale, quién se esconde y quién es una amenaza. Con la gente pequeña no lo tiene muy claro, pues son como humanos, a los que respeta; sin embargo tienen el tamaño de la comida y se mueven furtivamente. Eso le hace sospechar. Niya enseguida hace buenas migas con Shô, al que intenta proteger a su gatuna manera, intuye que algo no marcha bien con él. Es fiel al chico y le ofrece a menudo compañía porque advierte su soledad. Es un buen gato, peligroso como todo felino, pero inteligente y sabio. Su presencia en la película es sutil, resultando al final ser la levadura para que suba el bizcocho. Porque Niya solo se debe a los que ama.

4 🌟 RENALDO MOON (alias Muta)


Susurros del corazón o Mimi wo Sumaseba (1995), junto a Kaguya-hime no Monogatari (2013) y Sen to Chihiro no kamikakushi (2001) son mi trío favorito de Ghibli. Sin ellas mi vida sería mucho más fea y miserable, no albergo duda alguna al respecto. Whisper of the heart además toca un tema muy importante, que es el de escuchar la voz interior y tener fe en uno mismo. Aunque seas mujer. Y esta apostilla no es ninguna gilipollez, pues en Japón una parte bastante importante de mujeres renuncia a sus anhelos y ambiciones profesionales para formar un hogar tradicional, no así sus parejas. En Occidente también es muy conocida la frase de Groucho Marx «detrás de un gran hombre, hay una gran mujer», que refleja de forma diáfana esa base social de completa desigualdad que todos conocemos. La mujer debe subordinarse y ceder el protagonismo, quien está destinado al triunfo es el hombre; el papel de la mujer es apoyarlo, suprimiendo sus propias aspiraciones. Es muy habitual además encontrar en todo tipo de obras a mujeres que son meros satélites de una figura masculina. Desgraciadamente, aún se tiene asumido como lo normal.

Sin embargo, Susurros del corazón trata precisamente de lo contrario. Mil gracias, Miyazaki-sensei, mil gracias por representar a las mujeres, una vez más, simplemente como lo que somos: personas. Aunque no todo el mérito del argumento se le debe atribuir a él, la historia fue una adaptación del shôjo Mimi wo Sumaseba (1989) de Aoi Hiiragi. Por una vez, el amor no vuelve imbécil a la protagonista femenina; por una vez, el amor es en realidad estímulo para encontrar la auténtica vocación y perseguir un sueño. No ser un lastre, no seguir la sombra de nadie; sino caminar uno al lado del otro.

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Yoshifumi Kondô

Susurros del corazón es una película especial por muchos motivos, incluso para el mismo Miyazaki, pues fue la primera y última película que dirigió Yoshifumi Kondô,  una de las grandes promesas creativas de Ghibli. Kondô fue un colaborador muy querido que trabajó en obras tan importantes como Akage no Anne (1979) mi muy amado Sherlock Hound (1984) o Mononoke-hime (1997). Pero en 1998 falleció a causa de un aneurisma disecante de aorta. El exceso de trabajo se lo llevó al otro mundo con tan solo 47 años. El karôshi es un problema laboral muy grave en países asiáticos como Japón, Corea del sur, Taiwán y China. El impacto que sufrió Hayao Miyazaki fue brutal, se planteó seriamente abandonar la animación y, a partir de entonces, el ritmo de trabajo en el estudio ralentizó su velocidad.

Pero regresemos a los gatos. En Whisper of the heart tenemos a dos mininos que años más tarde reaparecerían en la película Neko no Ongaeshi (2002): el barón Humbert von Gikkigen y Renaldo Moon, también conocido como Muta. Del barón escribiré un poco más adelante, porque de Susurros del corazón quiero destacar a este regordete de mirada burlona y actitud traviesa.

De momento, ninguno de los ghiblinekos mentados ha padecido del consabido antropomorfismo de los cuentos. Bueno, quizá Konyara un poquito. Por ahora han sido llanamente gatos, comportándose como gatos y viviendo sus vidas como gatos. Moon o Muta, que pasa gran parte del film sin nombre como simple felino callejero, ya comienza a manifestar ciertos rasgos humanos. Ligeros, casi imperceptibles, pero ahí están, brillando en su mirada irónica. Moon es un  gatazo rollizo al que le gusta vagabundear, hacer rabiar a los perros y guiar a esos simios bípedos apestosos a lugares que les pueden resultar… interesantes. Moon además demuestra tener una gran intuición e inteligencia, y sabe cuándo lo necesitan. El se deja querer, y quiere a su vez al que le aprecia; pero su espíritu también es independiente e implacable. Sin su intervención Shizuku, la protagonista, no descubriría su propia senda.

3 🌟 BARÓN HUMBERT VON GIKKINGEN


Da igual cuántas veces Miyazaki-dono lo niegue, pero la Alicia de Lewis Carroll ha sido una influencia vigorosa en muchas de las obras del estudio. Y no tiene nada de malo. Lo fue en El Viaje de Chihiro y lo es en Neko no Ongaeshi (2002) o Haru en el país de los gatos de Hiroyuki Morita. Innegable, su espíritu aletea por todas partes. Lo que empezó planteado como un cortometraje para un parque temático, acabó derivando en una película completa autosuficiente. Un spin-off de Susurros del corazón en el que los dos mininos que aparecen se convierten en personajes ya antropomorfos, y con una fornida presencia en el argumento: Muta y el Barón. Quizá sea una de las películas menos arriesgadas de Ghibli, con recursos bastante tradicionales en su narración y argumento; aun así, continúa siendo una obra muy entretenida perfecta para los amantes de los gatos.

Pero es en el Barón en el que nos vamos a centrar. Neko no Ongaeshi es una obra repleta de mixones por doquier, de hecho el argumento principal trata sobre las aventuras de una chica humana, Haru, en el Reino de los Gatos. Tras haberle salvado la vida al hijo del rey de los mininos, se ve arrastrada hacia una serie de circunstancias absurdas y peligrosas de las que tendrá que librarse con la ayuda de un Muta bastante más sarcástico (y glotón) que en Whisper of the heart, y de un elegante gentleman llamado Humbert von Gikkigen. Barón para más señas.

El barón es una estatuilla con una historia triste detrás; una historia de amor, por supuesto. Su origen melancólico y de trasfondo romántico estimulan la imaginación de Shizuku, protagonista de Susurros del corazón, inspirándola para dar un importante paso en su vocación como escritora. En esa película es una figura pasiva, una musa que con su belleza alientan a la chica. Pero, ¿cuándo se pone el sol revive? Quizá sí, quizá no. Sin embargo, en Neko no Ongaeshi nuestro barón sí despierta de su letargo, y dirige con mucha profesionalidad la Oficina de Asuntos Gatunos, donde acude Haru guiada por un reticente Renaldo Moon. En esta obra podemos disfrutar de Humbert en todo su esplendor caballeresco y delicada astucia. Es el ideal Príncipe Azul, valiente, respetuoso, perspicaz y cortés; aunque también completamente inalcanzable. Y encima sabe preparar un té exquisito. Ains.

2 🌟 JIJI


Majo no Takkyûbin (1989) o Kiki: entregas a domicilio de Hayao Miyazaki y Sunao Katabuchi es un film entrañable y de corte juvenil, basado en la novela del mismo nombre de Eiko Kadono. Los cuentos dedicados a aprendices de brujas siempre me han parecido muy apetecibles, y aunque me he aburrido como una ostra más de una vez siguiendo la estela de obras con esta temática, con Kiki no me sucedió. El mundo que plasma es luminoso y sin maldad; existe el egoísmo y el miedo, claro, pero hasta las brujas, a pesar de sus escobas, vestidos negros y sombreros puntiagudos, son personas normales que dedican sus habilidades al servicio de los demás. Cuando cumplen 13 años, abandonan una temporada el hogar para buscarse la vida. Es el paso de la infancia a un momento clave de su vida donde deben demostrar su valía y madurez. Y los padres de las aspirantes a brujas tienen confianza plena en que sus vástagos aprenderán mucho de la experiencia. ¿Lo consigue Kiki? Desde luego, pero no sin los contratiempos esperados que la ayudan a crecer.

¿Y qué se le da bien a nuestra pequeña bruja? Pues sobre todo volar, por lo que un servicio de mensajería y paquetería parece lo más sencillo y plausible. La ciudad que elige para vivir al principio no se lo pone muy fácil, pero la voluntad y buen ánimo de Kiki acabarán superando las dificultades, frustraciones e inseguridades personales que deberá afrontar. Aunque se encuentra lejos de su familia, pronto su soledad se irá difuminando. Y, por supuesto, cuenta con el sostén y aliento de su gato: Jiji.

Jiji es una panterita negra, un lindo minino que acompaña a Kiki en todos sus avatares en su nuevo hogar. Es realista y prudente, algo pesimista pero fiel compañero hasta que conoce a la gatita más coqueta de la vecindad: Lily. No es que la traicione ni mucho menos, pero Jiji no deja de ser un gato, un gato que valora su independencia y que encima está enamorado. Este encuentro con el amor coincide con la crisis de Kiki, con esos momentos en los que la aprendiza deja atrás la niñez. Porque Jiji representa la infancia de la protagonista, de ahí que después de haberse adentrado definitivamente en la travesía hacia la madurez, sea incapaz de entenderlo cuando le habla. Aunque siempre seguirán siendo amigos, los caminos de la vida que ambos eligen son ya distintos.

1 🌟GATOBÚS


Tonari no Totoro (1988) o Mi vecino Totoro de Hayao Miyazaki  es la película más emblemática de Ghibli. Quizá no sea la más célebre ni la más perfecta de su repertorio, pero sí puso al estudio en el mapa mundial de forma irreversible. Fue el nacimiento de la conciencia Ghibli. Totoro es ya un icono cultural en toda regla, y su visionado es obligatorio para cualquier interesado en la historia de la animación contemporánea. Si no has visto esta peli, you know nothing. Sin más. ¿Qué se puede añadir que no se haya escrito ya sobre Mi vecino Totoro? Muy poquita cosa, así que lo mejor es ir directamente al grano, escribir sobre uno de los gatos más bizarros y surrealistas de las artes con permiso del gato de Cheshire, del cual, por cierto, es orgulloso descendiente: el Gatobús o Nekobasu.

Nekobasu no es un minino al uso, es una criatura sobrenatural del bosque, un espíritu; podríamos considerarlo un yôkai o incluso kami, por lo que adopta muchas características del folclore japonés. Es evidente que esa sonrisa inquietante, que fascina y asusta un pelín a la vez, está inspirada en (¡de nuevo!) en la Alicia de Carroll, pero sin duda posee su propia personalidad. Como un ciempiés, Gatobus se mueve a gran velocidad con su docena de patas; acomoda su espacio interior al tamaño del usuario y no hay destino al que no pueda dirigirse. Es el medio de transporte del bosque, que está imbuido de esa sensibilidad panteísta tan nipona.

¿Podríamos considerarlo algún tipo de tsukumogami?, ¿un nekomata o un bakeneko? Pues tiene de todos ellos una miqueta y, sin embargo, es una creación completamente original. Es uno de los símbolos más característicos de la película y muy querido entre los fans, a pesar de su aspecto perturbador. Pero así son también los habitantes fantásticos de Japón. La popularidad de Gatobús es indudable, y ha llevado a realizar en el Museo Ghibli, aparte de un peluche gigante dirigido a los niños, otro similar pero para adultos, que se pudo visitar hasta este pasado mes de mayo. También en el Museo es posible ver un cortometraje, spin-off de Mi vecino Totoro, donde Mei, Nekobasu y otros más de su especie son protagonistas: Mei to Koneko Bus (2002) de Hayao Miyazaki.

Y para despedir esta entrada dedicada a mis peludos favoritos, nada mejor que la gatita anónima que aparece en Kaguya-hime no Monogatari. Pequeña, alegre y espontánea, como la propia Kaguya antes de someterse al mundo de los hombres. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

 ¡Miau!

 

2017: un siglo de anime, anime, largometraje

Gen, el de los pies descalzos

Si existe un evento que haya marcado de manera indeleble la historia de Japón, ese ha sido los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Y no solo de Japón, del planeta entero. Pero los japoneses fueron los protagonistas de esta barbarie sin precedentes, así que no fue de extrañar que plasmaran estos sucesos en el mundo del manganime. Una de las obras más importantes relacionadas con lo ocurrido es, sin duda, el manga Hadashi no Gen de Keiji Nakazawa (1939-2012). Diez tankôbon y 54 episodios en los que Nakazawa, mediante su alter ego Gen Nakaoka, estampó sus experiencias como víctima. Porque Nakazawa, con seis años, fue testigo y superviviente de la monstruosa Little Boy. Su padre y sus cuatro hermanos no tuvieron tanta suerte. El tebeo es un clásico que todo el mundo conoce en Japón. Es un testimonio atroz y verídico de lo que supusieron esos terribles acontecimientos. La verdad es que no hay palabras para expresar un horror semejante, sin embargo Nakazawa decidió dibujarlo.

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Cartel del estreno de «Hadashi no Gen» en Estados Unidos (1985, Los Angeles)

Hadashi no Gen fue publicado en Shônen Jump entre 1973 y 1974. El éxito fue, y sigue siendo, enorme. Ha tenido numerosas encarnaciones, pero la que hemos seleccionado hoy es su película animada, del mismo nombre, realizada por Madhouse en 1983. Tuvo segunda parte, por cierto. La he incluido dentro de 2017: un siglo de anime por dos motivos: porque está basada en un manga icónico, y porque plasma de manera diáfana y sin paños calientes un acontecimiento trascendental en la historia de Japón. Podría haber elegido también La tumba de las luciérnagas (1988), que además es el anime más conocido fuera de Japón que trabaja el mismo tema; pero los estudios Ghibli tendrán una entrada propia en la sección más adelante. Las comparaciones son odiosas, y si habéis visto la obra de Takahata, Hadashi no Gen es bastante más sencilla. No obstante, debemos recordar que Gen, el de los pies descalzos es más antigua, y Madhouse por entonces no manejaba ni los presupuestos ni los recursos de los todopoderosos (y muy amados) Ghibli. Hadashi no Gen resulta más lineal, pero también es más explícita y cruda que Hotaru no Haka.

El manga de Hadashi no Gen, como imaginaréis, tiene un valor histórico incalculable. Y aunque se trate solo de la visión personal de un único individuo, su testimonio sigue siendo poderoso. Keiji Nakazawa comenzó a escribirlo tras el fallecimiento de su madre a causa del cáncer. Ambos fueron los únicos supervivientes de toda su familia. Es curioso, pero la esposa de Nakazawa, tras su muerte, insistió en que lo volcado en el tebeo era bastante comedido; que lo vivido por su marido fue infinitamente más espantoso, pero que decidió escribirlo de una manera más suave sin que perdiera su impacto. Porque el objetivo de Nakazawa siempre fue difundir lo ahí acaecido, que no cayera en el olvido y que sirviera para impedir la proliferación y uso de armas nucleares. Concienciar al mundo de su brutalidad. Quizá iría muy bien que lo leyeran Donald Trump y Kim Jong-un; pero me da que lo de estos dos señores no es la lectura… por lo que la película sería una excelente alternativa en su lugar.

Señor Yo La Tengo Larga y señor Yo La Tengo Más Oh Yeah:

¿Qué tal si se dejan de peligrosas bravuconadas durante una hora y media, y recuperan lo mejor de la infancia (que no es precisamente lo que están haciendo PUTOSCRÍOSQUESOISUNOSPUTOSCRÍOS) viendo una bonita historia sobre masacres colosales, dolor sin fin y enfermedades espeluznantes?

Atentamente,

Humana anónima con blog ridículo sobre dibujitos chinos.

 Hadashi no Gen podría ayudarles a mejorar su comprensión sobre lo que implican las armas nucleares, que a lo mejor no lo tienen muy claro. A no ser que fuesen unos psicópatas de mierda, por supuesto, que entra dentro de lo posible.

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Nakazawa escribió un par de obras más dedicadas al bombardeo de Hiroshima pero, sin duda, su trabajo más emblemático es este Hadashi no Gen, que tampoco ha estado exento de polémica. Ha sido utilizado como material docente en las escuelas japonesas, y entregado como presente oficial del Estado a figuras importantes de la política mundial; sin embargo, por su contenido antibelicista y crítico con el gobierno y ejército nipones de la época, no está bien considerado por los sectores sociales más conservadores. Además de que lo valoran poco adecuado para los críos. En esto último no puedo estar más en desacuerdo, pues Nakazawa precisamente creó este tebeo para chicos, y eso se nota.

La siguiente pregunta que surge es, ¿cuál es mejor? ¿el manga o el anime? El manga es más extenso, profundiza más y los detalles son más ricos. Nada nuevo bajo el sol. Es uno de los mejores tebeos históricos japoneses, competir contra eso es difícil. Sin embargo, la película animada no le va a la zaga, y es un hito del cine bélico japonés. Por su crudeza, por su ingenuidad, por su honestidad. Una producción dirigida al público infantil y juvenil, pero al que trata con respeto, no considerándolo idiota. Un feo vicio cada vez más extendido, la verdad.

Gen Nakaoka vive con su familia en Hiroshima. Son tiempos difíciles, la guerra no marcha nada bien y el racionamiento de los alimentos lleva al hambre y desnutrición de la mayoría de los japoneses. La madre de Gen, Kimie, tiene el embarazo muy avanzado y casi carece de fuerzas por la falta de alimento. A pesar de estas penalidades, son más afortunados que en otras ciudades del país, pues no han sufrido bombardeos tan intensos y destructivos. Es como si los aviones norteamericanos solo se acercasen a Hiroshima a espiar. Y eso también hace que broten algunas sospechas, pues posee una importancia estratégica relevante. Gen y su hermano pequeño Shinji procuran conseguir comida robando, y su natural alegría infantil les hace sobrellevar la situación con más inconsciencia. Son como animalillos que, sencillamente, se adaptan a un entorno hostil lo mejor que pueden.

El pueblo lo está pasando muy mal, sin embargo gran parte de él intenta huir de su miseria dejándose llevar por el fervor patriótico. Muchos continúan pensando que la guerra se ganará, y la fiebre nacionalista ofusca de tal forma que son incapaces de reconocer lo que en realidad está ocurriendo. Daikichi, el padre de Gen, es uno de los pocos que está en desacuerdo con la política belicista y fanática del gobierno, y no se preocupa en ocultarlo (el padre de Nakazawa fue encarcelado por sus ideas pacifistas). Piensa que la guerra acabará en derrota muy pronto, y espera que, a partir de entonces, las cosas mejoren para su familia. Peor que lo que hay no va a ser. Pero Daikichi en eso se equivoca.

El 6 de agosto de 1945 a las 8:16 de la mañana, con la ciudad ya despierta y sumida en sus actividades diarias, sucede lo impensable. El bombardero norteamericano B-29 Enola Gay suelta su carga sobre un hospital en el centro de Hiroshima.

La temperatura se elevó a más de 1.000.000°C, el aire se incendió y una luz intensa iluminó el cielo, todo el sitio quedó en blanco por la explosión nuclear. 90.000 personas murieron inmediatamente. Al menos 60.000 más morirían después a lo largo del año a causa de la radiación. 35.000 heridos y solo 20 médicos supervivientes en toda la zona para tratarlos. La lluvia radiactiva, la tormenta ígnea que arrasó lo poco que quedaba en pie, el agua potable vaporizada o envenenada. Las consecuencias inmediatas y retardadas fueron inenarrables. Y Hadashi no Gen lo cristaliza con impoluta nitidez. Sin rodeos, sin eufemismos o ambigüedades. Más del 80% de la población de Hiroshima eran civiles, y eso se sabía. Con Little Boy solo se buscaba hacer el máximo daño posible, y de paso realizar experimentos de campo. Pero ese ya es otro tema.

La bomba atómica parte por la mitad la película, creando dos arcos argumentales radicalmente distintos. Su desarrollo es directo y sin recovecos, lo que otorga inmediatez a la historia. Gen y su madre consiguen sobrevivir, pero a cambio, aparte de presenciar la muerte de toda su familia bajo los escombros incendiados de su hogar, deben sufrir situaciones terribles, verdaderamente terribles. Todo queda reflejado en este anime: la muerte, los moribundos, la enfermedad, la discriminación hacia los hibakusha, las hambrunas, etc. ¿Cómo seguir viviendo en una ciudad totalmente destruida? Gen y su madre lo logran, pero pagando un alto precio.

gen1El tono de Hadashi no Gen puede parecer, sobre todo para el espectador moderno, incoherente. Pues los personajes infantiles no pierden en ningún instante su dimensión cómica; y el contraste que genera con la tragedia de las circunstancias es algo WTF. Debemos recordar, no obstante, que Gen es un niño de 6 años, por lo que no se deberían esperar tampoco reacciones maduras; no puede comprender del todo lo que ocurre a su alrededor. Por no decir que resultan muy difícil de predecir las reacciones de una persona en situaciones tan extremas. Lo que sí es cierto es que el talante de Gen apenas sufre una evolución perceptible, y mantiene un insensato entusiasmo incluso en momentos sin esperanza. Quizá esto haga más digerible la película en general, a pesar de que contiene escenas atroces. Aunque también el chicuelo llora, llora mucho y por muy buenos motivos. En el apartado técnico, nos encontramos frente a una de las producciones tempranas de Madhouse, por lo que se puede esperar mucho ochenteo y diseños todavía algo acartonados. Pero, en conjunto, bastante aceptables. Yo es que soy fan a muerte de todo lo analógico, así que he disfrutado mucho con su arte y animación tradicionales. En ese aspecto es competente, aunque no deslumbra.

Hadashi no Gen es una película indispensable, igual que su manga. Ya son parte de la historia de Japón, y aunque en el caso del film no se puede decir que sea perfecto, tampoco le hace falta serlo. La trascendencia de esta obra va más allá, desgraciadamente. Es un documento histórico y como tal también hay que considerarlo. Eso sí, resulta feroz y descarnado. Mucho. Con una fuerza expresiva que intimida. Así que ojito los estómagos sensibles. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, marionetas

Tadahito Mochinaga, el maestro de marionetas

Si tenéis la fortuna de plantar los pies en Tokio este verano, quizá podríais visitar la magnífica exposición que organiza el Museo Nacional de Arte Moderno hasta el 10 de septiembre, dedicada al grandísimo Tadahito Mochinaga (1919-1999). Esta muestra se encuentra circunscrita dentro de los eventos que celebran el centenario del nacimiento de la animación japonesa, y es un sentido homenaje al trabajo de una de sus mayores figuras. Si gozara de la ocasión, ¡no me la perdería por nada del mundo!

Es posible que entre una mayoría de los seguidores de anime occidentales el nombre de «Tad» Mochinaga no diga gran cosa, pero para eso estamos en SOnC, para presentaros al que fue un visionario sin par y maestro de maestros. No solo imprescindible para el desarrollo de la animación en su país natal, sino que también jugó un papel imprescindible en el de China; y sus trabajos con marionetas fueron pioneros en todos los aspectos. De hecho, inauguró el género creando las primeras obras tanto en Japón como en China. Su fama y pericia resultaron tales que incluso fue reclamado desde Estados Unidos. Mi amado Kihachirô Kawamoto fue discípulo suyo; y el cineasta norteamericano Tim Burton le debe lo inconfesable también. Como comprenderéis, no podía faltar en la sección 2017: un siglo de anime. Habría sido bochornoso omitir a este creador.

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Mochinaga-sensei en plena faena

No es muy sencillo hacerse con material de nuestro protagonista de hoy; pero si se pone algo de afán, se pueden lograr ver unas cuantas obras de su autoría. Y merece la pena el esfuerzo de la búsqueda, no lo dudéis. Existe una autobiografía que el artista empezó a escribir en vida ante la insistencia de su amigo el también grandísimo animador Te Wei, pero murió en 1999 antes de poder acabarla. Tuvo que ser su esposa e indispensable colaboradora, Ayako, quien la finalizara, con epílogo de Kihachirô Kawamoto. Por supuesto, no hay de momento traducción alguna a lengua occidental. En realidad, tampoco hay demasiada divulgación por internet sobre su persona y trabajo, en español prácticamente nada; así que esta entrada puede resultar un pequeño introito para todo hispanohablante que disfrute indagando entre las tripas de la historia de la animación. Porque Mochinaga trascendió en vida las fronteras de la disciplina de su país, siendo su legado de carácter universal.

Como muchos chicos de su generación, Mochinaga-chan encontró su vocación viendo las obras de Disney. Mickey Mouse y las Silly Symphonies resultaron una revelación para su mente infantil; y L’horloge magique (1928) de Vladislav Starewicz, fundador de la animación con marionetas, despertó su interés por esta especialidad. Pero a diferencia de sus coetáneos, tuvo una niñez algo diferente. El empleo de su padre en la Compañía de Ferrocarriles del Sur de Manchuria, por entonces territorio ocupado por los japoneses (Manchukuo), obligó a su familia a mudarse a Changchun; y Mochinaga cursó toda la educación primaria allí. Este vínculo tan temprano con el gigante del continente lo mantendría durante toda la vida, considerando China su segundo hogar, y brindándole además una visión única de las dos naciones. Mochinaga fue un puente entre Catai y Cipango que impulsó la carrera de la animación de ambos países.

No, no me he columpiado, sé perfectamente que Ari-chan, la hormiga (1941) es de Mitsuyo Seo, pero tiene su sentido que aparezca ahora aquí. Mochinaga regresó a Tokio más adelante, y terminó sus estudios universitarios en 1938 con un sorprendente cortometraje de proyecto final en el que describía cómo realizar películas animadas. Logró colocarse en Geijutsu Eigasha y comenzó a trabajar bajo la supervisión de Seo. Y fue en este pequeño cortometraje, patrocinado por el Ministerio de Educación, donde se utilizó por primera vez una cámara multiplano de cuatro capas. Disney lo hizo en 1933 gracias a la destreza de Ub Iwerks; Japón en 1941 con la habilidad de Mochinaga, que construyó la máquina él mismo para Ari-chan. Conforme la Segunda Guerra Mundial se recrudecía, el gobierno japonés robusteció su propaganda nacionalista bélica, manifestándose en las producciones de dibujos animados. El clásico Momotarô no Umiwashi (1942), del que escribí aquí, es fiel reflejo de la época; y en él trabajó Mochinaga, dedicado a los fondos. Al año siguiente ya consiguió tener cierto control sobre una película, Fuku-chan no Sensuikan (1943), pero extenuado por el esfuerzo y la fiereza de la guerra, que lo había dejado sin casa tras un bombardeo, decidió junto a su esposa retornar a China para descansar.

Sin embargo, la cabra siempre tira al monte, y en cuanto solicitaron su asistencia en el departamento artístico de Man’ei, no se lo pensó dos veces y comenzó a trabajar de nuevo. Japón perdió la contienda en 1945, y las consecuencias no tardaron en hacerse notar: el estado títere de Manchukuo desapareció y los estudios Man’ei cayeron bajo poder chino. ¿Esto hizo que Mochinaga desistiera y volviera a su patria? En absoluto. Siguió trabajando en los rebautizados estudios Tong Pei con su mujer y el resto del personal sino-japonés. Podían hacerlo sin problemas porque la animación se consideraba una herramienta de propaganda valiosa. No obstante, la Guerra Civil (1927-1949) alcanzó finalmente Changchun, por lo que Mochinaga y todo el equipo tuvieron que huir al norte, a la ciudad minera de Hao Gang. Lejos de sentirse abatido, fundó junto a sus compañeros unos nuevos estudios Tong Pei, y se centraron sobre todo en crear películas con las que poder informar a la población sobre la situación del conflicto. Durante esa época, Mochinaga realizó la primera película de marionetas en stop-motion de China, Huangdi Meng (1947); y dirigió su primer film en el país, Turtle caught in a Jar (1948), ambas cintas sátiras muy evidentes de Chiang Kai-Sek (1887-1975). Fue entonces cuando se le otorgó nombre chino, Fang Ming (方明), y así comenzó a aparecer en los créditos. Fueron momentos emocionantes a nivel creativo, en los que Mochinaga adiestraba también a futuros animadores. Viajaba a las poblaciones rurales o acudía a los regimientos del Ejército Comunista para observar de primera mano las reacciones de la gente hacia las películas.

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El presidente Mao Zedong en una recepción con Tadahito Mochinaga en 1967

La guerra no podía durar eternamente, y en 1949, con el triunfo del Partido Comunista, Mochinaga regresó a Changchun donde le ofrecieron trabajar en la recién creada División Artística de Animación. Su coordinador, un animador de Shanghai llamado Te Wei. No tardaron mucho en hacerse grandes amigos. La nueva política del gobierno, a pesar de que consideraba las obras de Mochinaga básicas para la Nueva China, quería dirigir los dibujos animados en exclusiva a las audiencias infantiles. A su vez, trasladaron la sede de la nueva División a Shanghai, cuna de la animación del país, donde residían además la mayoría de los expertos. De ahí pronto surgirían los míticos Estudios de Animación de Shanghai. Mochinaga y Ayako permanecieron hasta 1953, y tuvieron la oportunidad de trabajar con Zhao-Chan Wan de los hermanos Wan, responsables de la primera película animada de Asia, La Princesa del abanico de hierro (1941), de la que escribí una miaja aquí.

De vuelta a Tokio y con el inicio de la retransmisión pública de televisión, Mochinaga fue contratado para realizar publicidad para el fabricante de cervezas Asahi. De esta manera creó las primeras producciones de marionetas en stop-motion de Japón. Como podéis leer, el determinante numeral ordinal «primero» abunda en la entrada. Y no puede ser de otra forma cuando se escribe sobre vanguardia. Nuestro protagonista fundó la primera compañía dedicada a la animación de marionetas, la Ningyô Eiga Seisakujo, y entre 1956 y 1979 dirigió hasta 9 obras diferentes. Una de ellas, Little Black Sambo (1956), que contó con un diseño maravilloso por parte de Kihachirô Kawamoto (soy fan, ¿se nota?), llamó la atención de la afamada Rankin/Bass Productions cuando ganó el premio a mejor película infantil en el Festival Internacional de Cine de Vancouver de 1958.

Y ese fue el comienzo de un idilio de más de una docena de obras entre Mochinaga y Rankin/Bass. Para ello Tadahito creó, junto a los supervivientes de la antigua Geijutsu Eigasha, los Estudios MOM. Ellos fueron los responsables del «Animagic» o stop-motion de los que se han convertido en los recuerdos entrañables de multitud de niños por todo el mundo. El proyecto era una verdadera co-producción internacional (Tadanari Okamoto was there too!) que duró desde 1960 hasta 1985. Pero Mochinaga-sensei no olvidó a su amigo Tei Wei y mantuvo siempre el contacto con los Estudios de Animación de Shanghai. En 1979, tras la Revolución Cultural Proletaria, fue invitado como consultor en la película de marionetas Who Mewed?; y entre 1985 y 1989 estuvo enseñando técnicas de animación en la Academia de Cine de Pekín. Mochinaga a su vez coordinó en Tokio la «Retrospectiva de los Estudios de Animación de Shanghai» en 1981, y solía arreglar visitas de animadores japoneses a los estudios chinos, haciendo muchas veces él mismo de guía. Siempre procuró ser un punto de unión entre las dos naciones que quiso tanto.

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Osamu Tezuka, Te Wei y Tadahito Mochinaga: 3 monstruos de la animación asiática.

Ya en 1992, Mochinaga produjo y dirigió su último cortometraje, Shônen to kodanuki, que fue estrenado tanto en el Festival Internacional de Animación de Hiroshima como en el Festival de Animación de Shanghai. Vivió un lustro más, con Te Wei empecinado en que escribiera sus memorias. Lo hizo, pero un fallo hepático lo sorprendió antes de poder rematarlas. Su esposa Ayako, de la cual no se sabe demasiado pero sí se puede deducir perfectamente que su continuo trabajo y apoyo resultó esencial para Mochinaga, completó esta labor postrera del Gran Sensei de las Marionetas.

And that’s all, folks! Espero no haberos aburrido demasiado con una entrada más biográfica que dedicada al análisis de un manga. O anime. También lamento el retraso en su publicación, pero cuestiones de salud me tienen todavía un poquitín delicada. En breves me encontraré repuesta y dándolo todo. YES! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, cortometrajes, marionetas

El formidable dúo Okamoto-Hoshi y sus 4 lacónicos

Como ya comenté hace un par de días en la entrada Últimos descubrimientos – 1  de Otakus Treintañeras, este invierno he estado leyendo un manga muy interesante dedicado a microrrelatos del escritor Shin’ichi Hoshi (1926-1997). Es un autor al que le tengo unas ganas tremendas, pero de momento no ha caído nada de él en mis manos, salvo alguna cosilla suelta que he leído por internet. Hoshi es el pionero de la ciencia-ficción en Japón, imprescindible para todos aquellos amantes del género y del país del sol naciente. Sin embargo, existe un problema importante: no hay material editado en español de sus más de mil obras. Cero pelotero. Es una omisión bastante gorda porque, como vuelvo a insistir, Shin’ichi Hoshi no fue un escritor maldito o underground, nada de eso. Hoshi fue el puto amo de la sci-fi japonesa. No obstante, albergo la loca (e imbécil) esperanza de que alguna editorial (Chidori, Satori, Valdemar… ALGUIEN, POR EL AMOR DE LUZBEL), se anime a publicar una recopilación de sus cientos y cientos de historias cortas. Tener que acudir a la importación, aunque es algo con lo que debemos lidiar los entusiastas de Cipango, no deja de ser un incordio. Sobre todo económico, todavía no me he topado con nadie al que le sobre el dinero.

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Hoshi-sensei de jovenzano

Una manera de consolar el deseo de hincarle los colmillos a Hoshi es a través de las adaptaciones que se han hecho de sus historias. Que no han sido pocas, además. En el campo de la animación, Kimagure Robot (2004) de Studio 4ºC y la galardonada con un Emmy Hoshi Shinichi’s Short Shorts Special (2010) son dos ejemplos llamativos. Por lo que he atisbado, es un autor con un peculiar sentido del humor e ingenio vivo. Sus cuentos resultan inmediatos y accesibles, muy humanos, y a menudo con una vuelta de tuerca cerca de su conclusión sorprendente. Su estilo es bastante reconocible, y aunque asentó las bases de la ciencia-ficción en Japón y fue uno de sus mayores difusores, no se dedicó exclusivamente al género. También escribió fantasía, misterio o ensayos, pero siempre con cierto regustillo especial sci-fi. Su obra fue extremadamente popular e influyente sobre otros artistas, entre los cuales podemos incluir al mismísimo Osamu Tezuka, que fue buen amigo suyo; y, por supuesto, al co-protagonista de la entrada de hoy, el animador Tadanari Okamoto (1932-1990).

Como estamos celebrando en este 2017 el centenario de la animación japonesa, me pareció buena idea unir el genio de Okamoto con uno de los grandes de la literatura nipona. Una conjunción que no podía obviar en el blog. Aunque no es la primera vez que escribo sobre Okamoto, pues en los Tránsitos de este pasado 2016 incluí un cortometraje suyo (reseña aquí): la maravilla de Okon Jôruri (1982). Okamoto es, junto a mi amado Kihachirô Kawamoto, maestro indiscutible de la animación con marionetas y stop-motion.  okamoto1Aunque también trabajó la animación tradicional, y la mezcló sin ningún tipo de sonrojo con toda clase de técnicas y recursos. Fue un hombre versátil e imaginativo, sus obras poseen una impronta arty experimental muy pronunciada, pero bastante asequible también. Tadanari Okamoto pudo presumir de no haber repetido, en ninguna de sus 37 obras totales, el mismo estilo de animación; también alardear de ser el artista que más galardones Noburô Ôfuji ha logrado de momento (8). Por encima de Osamu Tezuka (3) o Hayao Miyazaki (6), y es una completa lástima que no sea más conocido en Occidente. Okamoto fue (y es) fundamental dentro de la animación japonesa. Es el paradigma claro de creador independiente que pudo hacer historia siguiendo su propia senda. Y ser reconocido por ello además en vida.

Así que hoy en SOnC presentamos 4 cortometrajes de Tadanari Okamoto basados en 4 microrrelatos de Shin’ichi Hoshi. Forman parte de la primera etapa del animador, cuando estaba dando sus primeros pasos, y a pesar de que se percibe cierta inexperiencia en algunos aspectos, son todos fantásticos. Vayamos con ellos entonces.

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La medicina misteriosa o Fushigi na Kusuri fue el primer «Noburô Ôfuji» que Okamoto logró en su carrera, además de ser el primero en otorgarse a un stop-motion. Estrenó así también sus propios estudios, Echo Productions. En esos momentos, los verdaderos jefazos en el panorama mundial de la animación con marionetas eran los checos, y esa influencia se nota un montón. No en vano, Okamoto estuvo en la denominada por entonces Checoslovaquia aprendiendo de los maestros Jiří Trnka y, sobre todo, Břetislav PojarNo fue una época fácil a nivel político (Guerra Fría, clima pre-Primavera de Praga), pero eso no le paró los pies.

Fushigi na kusuri es la historia de un ladrón de guante blanco y su compinche para hacerse con una milagrosa medicina. Doron, que así se llama el maleante, no sabe exactamente sus virtudes, pero está seguro de que servirá a sus fines de dominación mundial, e imagina múltiples habilidades que lo pueden ayudar a conseguirla. Pero las cosas no van a ser tan sencillas, porque el Profesor Hakase y su aprendiz desconfían de él. Solo el cuervo parlante que los científicos tienen de mascota parece más inclinado a echarle una mano… pero únicamente porque ambiciona para sí mismo el enigmático elixir. ¿Qué ocurrirá con todos esos intereses encontrados?

El corto, como sucedería luego con muchos otros posteriores dentro del catálogo de Okamoto, está orientado a una audiencia infantil. El tono, la aparente sencillez argumental y la comedia así lo manifiestan; pero esto no hace de Fushigi na Kusuri una obra inane para público poco exigente. Nanay. La medicina misteriosa es una preciosidad a nivel artístico, sobria, elegante, de gran expresividad. Okamoto no se reprime a la hora de arriesgar con los recursos para otorgar más agilidad y energía a ciertas escenas; o buscar inspiración en disciplinas como el cine para sus ambientaciones (mucho Hitchcock por ahí, amiguitos). Este corto resulta muy atractivo a nivel visual, y también bastante entretenido, con el archiconocido plot twist de Hoshi incluido, por supuesto.

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Operación Pájaro Carpintero o Kitsutsuki Keikaku tiene de protagonista al mismo villano de poirotiano bigote que Fushigi na Kurusi. En esta ocasión se hace acompañar de más secuaces, y tiene un plan muy especial para hacerse con las riquezas de la ciudad: amaestrar pájaros carpinteros como agentes del caos. Aprovechando la pujante automatización de la sociedad que se muestra en el corto, sus cómplices alados sembrarán el desconcierto con sus afilados picos apretando botones y palancas por doquier. Luego solo habrá que recoger los frutos de la confusión generada. ¿Conseguirá sus propósitos nuestro refinado y mostachudo amigo?

Kitsutsuki Keikaku gana en abstracción respecto a su antecesora, el estilo es elegante y geométrico, haciendo hincapié en las siluetas y los contrastes de colores (huele a Mondrian). Une animación tradicional, enfocada en un dibujo de líneas puras y simples, con marionetas de madera de cedro, plásticos y cut-out. El resultado es bidimensional y muy directo. Pero lo que realmente me ha llamado la atención es el papel que juega la música en este cortometraje. Lleva la batuta constantemente. Se trata de una interpretación de la clásica Tocata y fuga en Re menor de Bach pero en clave de easy listening y jazz, en concreto de género lounge. También suenan piezas inspiradas en la música surf o la bossa nova. Todo muy cool. Los efectos sonoros además tienen una posición relevante, ya que es una obra sin apenas diálogos. El conjunto no puede ser más singular, realmente estupendo.

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Bienvenidos, Aliens o Yôkoso Uchûjin me parece el más flojillo de los cuatro, aunque admito que es el más comercial. Y esto no es óbice para que me haya encantado, porque continúa siendo una pequeña maravilla visual de gran colorido. Técnicamente muy lograda. Tiene un aire ingenuo refrescante, y las cancioncillas que acompañan la historia son la mar de graciosas. Yôkoso Uchûjin en un micromusical animado enmarcado dentro de un parque de atracciones, así que es perfecto para toda la familia. Además aparecen también personajes que ya conocemos de cortos anteriores, de suerte que podemos afirmar que existe cierta continuidad, a pesar de que sean cuentos independientes.

El argumento narra la llegada de dos alienígenas a la tierra, que se encuentran en misión de reconocimiento para examinar si resultamos un planeta susceptible de ser conquistado y dominado por su civilización. Las intenciones son hostiles. Sin embargo, no llegan a un lugar normal, sino a un parque de atracciones infantil que justo ha finalizado su jornada diaria de trabajo. Ahí solo se encuentran entonces un ratoncito y la mozuela guía del lugar, que deben ensayar los números musicales que interpretan para los niños. Ellos y las atracciones mecánicas son la representación de la tierra para esos dos belicosos extraños. ¿Qué decidirán? El desenlace tiene una moraleja algo inesperada.

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La flor y el topo o Hana to Mogura es mi cortometraje favorito del tándem Okamoto-Hoshi. Aparte de suponer el segundo «Noburô Ôfuji» para el animador, ganó también un galardón en el Festival Internacional de Cine Infantil de Venecia. Como todos los anteriores, combina con inteligencia diferentes técnicas, siendo la base el stop-motion de marionetas. Es así como consiguió producir una obra tras otra y tras otra de personalidad exclusiva. El color de nuevo es el protagonista, una paleta delicadamente ácida que prioriza la luz y la simplicidad, pero al que no le importa juguetear con las texturas. Los planos y movimientos de cámara resultan precisos e intuitivos, y a pesar de que reciben el soporte continuo de la voz en off que relata la historia, dotan a la narración de un dinamismo bastante original.

El cortometraje está subdividido en varias partes que organizan el desarrollo del argumento. Todo comienza con una niña llamada Hanako, que observando las flores que tanto le gustan, idea una forma para que los topos, en vez de destruir las plantas, sean capaces de cuidar sus raíces y crecimiento, ayudando también a su dispersión y lograr así uno de sus sueños: que la tierra esté cubierta de flores. Dibuja su esmerado propósito en un papel, pero el viento se lo arranca de las manos y acaba llegando hasta una isla solitaria donde trabajan, en el más estricto secreto, un grupo de científicos. ¿Qué harán con él? Al principio no saben de qué se trata, pero deciden sacar adelante un plan basado en el garabato de Hanako. Un montón de gente lista exprimiendo sus meninges al unísono en un proyecto que nadie de las instalaciones ha solicitado en realidad… ¿qué ocurrirá? Hana to Mogura da mucho que pensar, tanto a niños como a mayores.

Tadanari Okamoto merece más entradas en las secciones de Lacónicos y 2017: un siglo de anime. Llegarán, desde luego, porque se trata de un creador sobresaliente con un carácter único. Como pequeña introducción este post cubre lo más básico, y espero que haya llamado vuestra atención. Tanto si ya lo conocíais como si resulta ser un descubrimiento, Okamoto es una figura a reivindicar sobre todo en Occidente, donde ha pasado inexplicablemente desapercibido. También es verdad que no hay tantas oportunidades para acceder a sus obras como sí ocurre con otros animadores, pero si se sabe buscar, se encuentran. Solo hay que poner algo de voluntad, como todo en la vida. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, cortometrajes

La artesanía primordial de Noburô Ôfuji

No tenía muy claro qué publicar estos días en el blog. Algunas ideas me iban y venían, pero no terminaba de decidirme. Busqué consejo en la eterna sabiduría de vuesas mercedes, dilectos lectores, y en el pollo azul me respondisteis tal que así:

Me he visto en la obligación de hacer lo que más me estaba costando: escoger. Y mi elección ha sido 2017: un siglo de anime. Y es que, camaradas otacos, ¡no se cumple una centuria todos los años! De modo que he preferido darle un poquillo de prioridad. Aunque al fan promedio le importe un carajo. SOnC no os fallará nunca, siempre tratará los contenidos que menos os interesen. Aunque los hayáis votado. Por eso tenemos de protagonista a uno de los pioneros más importantes de la animación japonesa: Noburô Ôfuji (1900-1961). En el primer post de esta sección escribí sobre tres cortometrajes suyos, que se incluían en The roots of Japanese anime-Until the end of II WW (2009) de Zakka films. Hoy disertaré, para vuestro gozo y disfrute, sobre las cinco obras que me gustaron más de su catálogo. Aviso: es mi opinión, la opinión de una bloguera que encima no ha tenido la suerte de poder ver todo el repertorio del artista (ojalá); pero que desea aportar su granito de arena a la difusión de su figura y conmemorar los 100 años de anime de esta forma.

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Noburô Ôfuji trabajando

Cuando pensamos en el padre de la animación nipona, automáticamente el nombre de Osamu Tezuka brota en nuestra mente. Sin albergar ningún género de duda, Manga no Kamisama fue un antes y un después. Pero pocas veces somos capaces de retrotraernos más. Da la extraña sensación de que antes de Tezuka no existiera nada, pero sí que había gente esforzándose y creando. Y fueron famosos y todo. De hecho, el primer animador que traspasó las fronteras de Cipango y logró reconocimiento internacional fue nuestra estrella de hoy, Ôfuji-sensei. Curiosamente, Tezuka fue, con Tale of a Street corner (más información aquí), el primer vencedor de este prestigioso galardón que instauró el periódico Mainichi Shimbun en honor de Ôfuji tras su fallecimiento.

Noburô Ôfuji fue, además de pionero, una de las bases fundamentales en las que está sustentado el anime actual. Merece más reconocimiento entre los camaradas otacos, al menos que suene su nombre de algo. Sin embargo, considero poco probable que el seguidor habitual de Naruto soporte ver cortometrajes en B/N, silentes y con una calidad regularcilla sin echar algún ronquido que otro. Con todos mis respetos hacia la franquicia narutense, por supuesto. No es fácil ponerse con material antiguo, máxime si no se tiene experiencia previa y lo más importante: paciencia.

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Nunca es mal momento para colar porque sí una foto de Tezuka. Bueno, en realidad es que de Noburô Ôfuji solo hay disponible una. Meh.

Por una vez en mi vida voy a ser organizada, así que comenzaré por el principio: la vida de Noburô Ôfuji. Nació en Asakusa, un barrio del noreste de Tokio, el 1 de junio de 1900. Su familia regentaba unos pequeños estudios de sonido donde se grababa en el formato de entonces, el gramófono. Fue el séptimo de ocho hijos y criado por su hermana mayor, Yae, a partir de los seis, pues su madre falleció. Con dieciocho años, entró a trabajar como aprendiz bajo la tutela de Jun’ichi Kôuchi, responsable de que este año nos encontremos celebrando los 100 años de animación, ya que se considera el pistoletazo de salida su pequeña obra Nakamura Gatana (1917). Ôfuji comenzó su carrera profesional como animador aprendiendo de uno de los auténticos precursores del anime, que debemos recordar que en esa época era denominado senga eiga, kôngo eiga o dôga eiga. Unos pocos años después crearía su propia compañía, Chiyogami Eigasha, y empezaría a desarrollar su peculiar estilo. Ôfuji, a causa de que no disponía de una economía boyante, tuvo que hacer de la necesidad una virtud, experimentando con las técnicas que se convirtieron en su marca de agua: la animación con siluetas y, ante todo, el cut-out. Más adelante también trabajaría sobre acetato, por supuesto, pero Ôfuji será reconocido por su maestría en la animación con recortes, donde aplicará los patrones del washi chiyogami. El washi es el tradicional papel de arroz, y el chiyogami una variedad que tiene impresa una serie de patrones geométricos o naturales con colores llamativos, todo muy propio de la cultura nipona. Apareció a finales de la era Edo, y Ôfuji decidió que eran estéticamente perfectos para sus creaciones.

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Folleto del corto «Canción de primavera» (1931) con el clásico chiyogami

Aunque no fue oficialmente el primero en utilizar el color, algunas de sus obras como Kogane no Hana (1929) fueron en origen producidas en Cinecolor.  Sin embargo, debido a la falta de medios en ese periodo, tuvieron que ser proyectadas en B/N. Más adelante, desarrollaría un procedimiento único en el que, motivado por las vidrieras de las catedrales, colorearía sobre celofán, y usaría las sombras de las siluetas (utsushi-e) para crear escenas de claroscuro muy curiosas. Lo encontramos en las admiradas Kujira (1952), un autoremake que se llevó las alabanzas de Jean Cocteau y Pablo Picasso en el Festival de Cannes de 1953; y Yûreisen (1956), también triunfadora entre la crítica en el festival de Venecia de 1956. Ambas están inspiradas en el trabajo de Lotte Reiniger (amo, AMO a esa mujer, siempre lo digo, es la verdad ❤ ) y  son la cúspide de su trabajo tanto a nivel técnico como de sutileza argumental. No voy a adelantar más porque sobre una de ellas escribo un poco más abajo.

Ôfuji posee en su inventario muchas, pero muchas obras que gracias a su afán por la experimentación e ingenio, se han convertido en historia del anime. Kuro Nyago (1929), por ejemplo, jugueteó con el sistema de grabación de sonido Tôjô Eastphone a pesar de que en origen fue muda (podéis verlo aquí). Si tengo que ser honesta, son tantas sus producciones que es imposible alcanzarlas todas. Al menos en Occidente. Me he quedado con las ganas de ver (¡agh!) su adaptación de Kumo no Itô (1946) de Ryûnosuke Akutagawa, que ganó el primer premio en el Festival de cine internacional de Venezuela. O la primera versión que realizó de su Kujira (1927), que ofrecía interesantes propuestas técnicas. Espero que con el tiempo podamos llegar a verlas. Snif.

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A Mickey Mouse le zurran la badana en «Journey to the West» (1934). Aparece también uno de los primeros Son Goku del anime, btw, con nube y todo.

Ôfuji representó una manera de concebir la animación opuesta a la de algunos de sus contemporáneos como el gran Kenzô Masaoka, que apostaba por un sistema de producción colectivo. Ôfuji era un individualista, cosa bastante singular en las islas, y solía trabajar en solitario, autofinanciándose. Comenzó a introducir además ciertos elementos eróticos en sus obras que no acababan de gustar al público japonés, el cual todavía contemplaba la noción del dibujo animado como algo ligero para toda la familia. Ôfuji en realidad se dirigía a un sector adulto, y todavía era un poco pronto para lograr que esa filosofía, de la animación como arte y no solo entretenimiento, se pudiera comprender. Y para muestra, un botón: a continuación tenéis un vídeo con un popurrí de varios trabajos suyos.

Y sin más dilación, os dejo con el quinteto de cortos que he seleccionado como introducción a su obra. De los que he logrado ver son mis favoritos, y si no se conoce a Ôfuji, creo que es una buena manera de familiarizarse con sus creaciones. Y cogerle el pulso, porque este artista era bastante particular. Siguen orden cronológico, para poder advertir la evolución del artista. Que aproveche.

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Obviando el asunto de que Kemurigusa Monogatari (1924) es de un misógino que echa p’atrás, es un corto de lo más divertido. Ya sabéis, no es buena idea juzgar las obras del pasado en base a los valores éticos y morales del presente. Aparte de injusto, nos impediría observar y disfrutar la pieza en sí. Una historia sobre tabaco es el segundo cortometraje que realizó Ôfuji por sus propios medios, recurriendo a la mezcla de imagen real y cut-out. Podéis verlo íntegro en este enlace, son unos tres minutos aproximadamente.

«Las mujeres nacieron del tabaco, por eso son como cigarrillos». Esta es la sentencia con la que un diminuto hombrecillo inicia el corto. Así que la muchacha que aparece, con cierto aire de geisha, decide aprisionarlo bajo un vaso de cristal. El resto es un tira y afloja entre los dos con un final algo abrupto. El argumento es casi lo de menos, de Kemurigusa Monogatari lo que importa es su realización. Es evidente que a Japón todavía le quedaba un trecho para lograr alcanzar el nivel norteamericano; los recortes son algo toscos y sus movimientos parece que no se encuentran bien sincronizados con el FPS de la película, siendo en algunos momentos demasiado rápidos para resultar naturales. Sin embargo, es interesante observar también esas limitaciones que muestra la obra, que son los primeros pasos además del futuro genio Noburô Ôfuji.

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El mini-macarra amenazando a la mozuela

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Hace mucho tiempo, lejos en el sur, había un castillo rodeado de cerezos. Y en él vivía una princesa más bella que una flor. Kokoro no Chikara (1931) es un relato infantil que contó con el apoyo del Ministerio de Educación y fue presentado como un chiyogami eiga. Es el cortometraje más largo de la lista, con una duración de dieciocho minutos, y podéis verlo subtitulado en este enlace.

En la ciudad de ese castillo sureño vive Dangobei, un hombre conocido por su cobardía y al que no paran de gastarle bromas pesadas. La última, unos niños azuzando a un perro para que lo ataque. Pero esta chanza tiene un desenlace insólito pues, mientras aterrorizado reza en un templete solicitando auxilio, su petición es concedida en forma de amuleto de la suerte. Con él será el hombre más fuerte de Japón. Toda su vida cambia. Gracias a ese talismán Dangobei se convierte en todo lo que no ha sido: una persona segura de sí misma y valiente, capaz de enfrentarse a cualquier situación. Acompañado por el perro y el gato que antes lo acosaban, decide presentarse a un concurso que el rey está celebrando: quien salga vencedor de los duelos se casará con la princesa y se convertirá en su sucesor. ¿Qué ocurrirá? ¿Se alzará Dangobei con la victoria? Ah, las cosas no van a ser tan fáciles.

Fuerza de voluntad tiene los habituales recursos cómicos para niños, con referencias al béisbol o también a monstruos del folclore japonés. Todo fácilmente reconocible para el público. Derrocha expresividad y energía; y al contrario de lo que se pueda olisquear a causa de los clichés, es una obra muy entretenida. Además contiene su mensaje, no es vacua. Técnicamente es una de las mejores representaciones de la especialidad de Noburô Ôfuji: el chiyogami. Sigue siendo en B/N y muda, pero la exuberancia visual con la que el autor dotó Kokoro no Chikara consigue que se echen poco de menos. De todas formas,  no hay que olvidar que era proyectada con el apoyo de una grabación musical ad hoc.

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Dangobei luchando contra sus rivales

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Kimigayo es el himno oficial de Japón, y su letra es un waka compuesto en la era Heian (circa 905), lo que le procura una antigüedad bastante significativa. Kokka Kimigayo (1931) es un corto de cuatro minutos, concebido para ser cantado, que hace hincapié en el yamato-damashii o virtudes nacionales del país. En esos años de expansión del Gran Imperio, con la inminente invasión de Manchuria (y lo que te rondaré, morena), el nacionalismo nipón estaba completamente on fire. Y es lo que tenemos en Kokka Kimigayo, una exaltación de los valores patrióticos con un ingrediente fundamental de hilo conductor: su himno.

El motivo central, y que se repetirá al inicio y al término, es el shiragiku o flor de crisantemo, que representa la figura del emperador, ya que es su escudo de armas. La leyenda del nacimiento de Japón o Kuniumi, con Izanagi e Izanami de protagonistas, también aparecen; junto al episodio de ocultamiento de Amaterasu, el monte Fuji y los símbolos del mítico primer soberano Jimmu, el arco y el cuervo yatagarasu. Noburô Ôfuji une el chiyogami y la animación de siluetas con sabiduría; pese a carecer de medios más modernos, pues fue una modesta autoproducción, Kokka Kimigayo resulta muy digno. Y bonito.

katsura

Katsura Hime (1937) fue el primer corto en color (kodachrome) oficial de Noburô Ôfuji, pero no lo hizo solo. Colaboró junto a Shigeji Ogino (1899-1991), un alma valiente como él sin miedo a la experimentación; siempre desafiando los recursos técnicos de la época. Ogino fue un auténtico visionario del cual no he podido ver gran cosa, aunque me muero de ganas por hincarle el diente a su Hyakunen-go no aruhi (1933). De ideas afines, Ôfuji y Ogino sacaron adelante este corto de apenas cinco minutos que tiene dos partes bien diferenciadas. La primera es una somera exposición de lo que era la animación en color en esos momentos. Un documento de gran interés que nos acerca al cómo, asombrando por su meticulosidad y necesidad de talento. Las herramientas que usaban eran sencillas, pero el tesón y la pericia marcaban la diferencia. Muy educativo, la verdad, historia del anime 100%. La segunda parte es la aplicación práctica de lo que nos esbozaron minutos antes, una historieta donde un oni rapta a una princesa que viaja con su cortejo en un palanquín. Realmente espectacular. Aparecen algunos de los diseños clásicos que Ôfuji usaba en sus personajes, y el chiyogami gana en esplendor gracias al color. Los paisajes y la ambientación son estupendos también (esa cascada, ¡qué preciosidad!) y el movimiento general está muy logrado. Una pequeña maravilla tanto a nivel visual como documental.

Como el vídeo de youtube carece de subtítulos, os dejo el enlace del Archivo Nacional de Cine de Japón que sí los incluye en inglés. Tampoco son imprescindibles, no obstante los recomiendo para entender mejor el proceso de creación del eiga a color que se muestra en los minutos iniciales.

Yûreisen

He estado dudando hasta este momento con la selección del último corto. ¿Kujira o Yûreisen? Al final me he quedado con El barco fantasma por una mera cuestión cronológica, pero ambos me han gustado muchísimo. Grabada en Fujicolor, Yûreisen (1956) es una de las cimas artísticas de Noburô Ôfuji. Y él mismo sabía que lo iba a ser, por lo que desde un principio resolvió darle la misma proyección internacional que había otorgado a Kujira con tan buenos resultados. Y su plan funcionó, por supuesto, ya que logró su exhibición triunfante en varios festivales europeos. En el de Venecia de 1956 consiguió la Honorable Mención por Película Experimental. Toma ya.

Yûreisen es una experiencia profundamente tétrica de once minutos; pero también posee una belleza inigualable. Está a la altura de las obras de su mayor influencia, Lotte Reiniger, superándola incluso al introducir las delicadas texturas de los celofanes. Un stop-motion sombrío de fluidez maravillosa, con el espíritu del exquisito wayang kulit sobrevolándolo todo. La música de Kôzaburô Hirai exalta todas esas sensaciones de pavor y excelencia. Perfecta. El argumento no es muy complejo, es la manera de narrarlo lo que resulta fascinante. El corto comienza con las manos de Ôfuji en plena faena, al modo kirigami, recortando ese ominoso Mar Amarillo donde tendrá lugar la acción. Y menuda acción, Yûreisen es realmente dinámico. Es la historia de un barco pirata a la deriva, destrozado y con sus tripulantes asesinados, ¿cómo ha podido ocurrir algo semejante? Ôfuji revive a los muertos para contárnoslo con solemnidad y rica imaginación.

La próxima entrada, rompiendo brevemente el orden de lo que elegisteis en twitter, estará dedicada a los estrenos de la temporada de primavera 2017. La siguiente ya será todo un señor manga vs. anime, que lo tenía olvidado al pobrete. Había que recuperarlo. Por cierto, ¡gracias de nuevo por vuestra colaboración en la votaciones! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, cortometrajes

Lacónicos: rizomas en blanco y negro

Aprovechando que el Centro Nacional de Cine  de Japón conmemora en este 2017 el centenario del nacimiento del anime, he querido rendir un diminuto homenaje, mediante este vuestro humilde blog, a la que ha sido desde mi niñez fuente de gran dicha y gozo. Ay, un siglo de dibujitos chinos. Por lo que, a lo largo del año, iré dedicando alguna que otra entrada a celebrar este aniversario, inaugurando así nueva sección (otra, sí, qué pasa). Pero, antes de entrar en materia, lo primero es lo primero:

¡Feliz cumpleaños, anime de mi coração!

birthday

Hace casi un año que brotó cual geranio silvestre la entrada Érase una vez… el anime, donde escribí un poco sobre sus orígenes y cómo apareció en Japón. También seleccioné cinco largometrajes que me parecen hitos dentro de la historia de los dibujos animados asiáticos, dejando ligeramente de lado sus auténticos primeros pasos: los cortometrajes. Me dejó con algo de mal cuerpo haberlos obviado, pero tampoco podía hacer una entrada eterna, por lo que decidí que más adelante me resarciría. Y en esas estamos. El post de hoy se encuentra dedicado a varias obras de animación pre-Tezuka. Los cortometrajes siempre gozaron de buena salud en Japón. Ya no solo fueron una evolución lógica de toda su rica tradición pictórica popular, sino el esfuerzo de una nación, recién abierta al exterior tras siglos de confinamiento, por modernizarse, estar a la altura y superar a otros países. Voy a procurar ser breve y no soltar mis habituales rollos macabeos. Si queréis más información o refrescar la memoria, podéis acudir a la entrada que señalo al principio.

Zakka_DVDcvr_Nov6aCreo que está bastante claro, pero aviso por enésima vez que solo soy una simple aficionada. De ahí que no haya podido ver todostodísimostodos los cortos nipones anteriores a los años 50. Es simple falta de tiempo y del propio material, claro, ya que no es tan fácil localizarlo (AQUÍ podéis acceder a bastante). Algunas obras directamente se han perdido, y solo nos quedan referencias o fotogramas sueltos. Una pena, así que me centraré en los que han caído en mis garras. Las estrellas de hoy forman parte de la excelente recopilación The roots of Japanese anime-Until the end of II WW (2009), que fue el debut de Zakka Films, unos verdaderos héroes en el negocio. Los cortos seleccionados pertenecen a creadores que conformaron la que ha sido llamada Segunda Generación. Todos tienen la impronta de los Hermanos Fleischer y Disney, que eran la vanguardia durante esas décadas en la disciplina; y sus planteamientos son harto candorosos, con el sempiterno toque de humor de trompazo. En rigurosa monocromía. El grado de conservación resulta variado, ya que la degradación por el paso del tiempo ha sido inevitable. Ponerse quisquilloso con la calidad de imagen es estúpido, ¡algunos cortos tienen casi noventa años!, no obstante pueden disfrutarse sin problemas porque la restauración es más que decente. Y recordemos que nos encontramos frente a tremendos pedazos de historia, no son mero entretenimiento para quemar. Sin estos amiguitos de pintas y movimientos raros, camaradas otacos, no habría ni Nausicäa, ni Dragon Ball, ni Chihayafuru ni nada de nada. Pay your respects.

masamune

Comenzamos con Yasuji Murata, uno de los pioneros en Japón de la animación por recortes o cutout junto a Noburô Ôfuji. No solo trabajó esta técnica, aunque sí destacó especialmente en ella. Murata desarrolló parte importante de su carrera en los estudios Yokohama Cinema, dedicándose sobre todo al terreno de la didascalia. Su público objetivo era el infantil, de ahí que muchas de sus obras supuren tanta ingenuidad y sencillez. Saru Masamune no es diferente del resto de su catálogo. Es un cortometraje mudo que solía representarse con la intervención de una orquesta clásica de kabuki y un katsudô-benshi. Los benshi eran narradores profesionales que daban vida a la película con sus interpretaciones. Figuras características e indispensables del cine mudo japonés.

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Saru Masamune cuenta la historia de un mensajero que, tras salvar la vida de una familia de monos que estaba siendo hostigada por un cazador, es recompensado con una extraordinaria katana de Masamune. Las espadas forjadas por este herrero de habilidades legendarias eran consideradas las mejores del mundo, y se creía que tenían poderes sobrenaturales. Para bien y para mal. Esta obrita sigue el patrón de los antiguos cuentos budistas, con pretensiones moralizadoras e instructivas. Perfecto para las audiencias más jóvenes. Y aunque la narración no es especialmente original, es su animación la que otorga verdadero encanto al conjunto. Salvo por algunos pequeños detalles, no me habría dado cuenta de que se trata de un cutout. Es tanta la precisión de los movimientos y la originalidad en la elección de planos, que podría pasar por una animación en celuloide. Muy curioso.

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Noburô Ôfuji fue uno de los animadores más prestigiosos del país, su pericia le valió reconocimiento internacional en festivales cinematográficos como los de Venecia o Cannes; y unos importantes galardones dedicados a la animación llevan su nombre. El ganador del año pasado de este premio fue Kono Sekai no katasumi ni o In this corner of the world de Sunao Katabuchi, por cierto. Ôfuji fue y es una figura trascendental en la historia de los dibujos animados de Japón. Era obligatorio que apareciera, y no solo una vez, en este The roots of Japanese anime – Until the end of WW II.

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Mura Matsuri

Mura Matsuri y Haru no Uta son dos piezas con aroma inequívocamente japonés. Ambas muestran momentos del calendario nipón significativos, como el festival de la cosecha y el florecimiento de los cerezos. Ambas son una delicada filigrana de chiyogami cuyo fin es acompañar dos canciones populares de la época, y resaltar los valores nacionales. Son muy breves, por lo que no debería extenderme mucho escribiendo sobre ellas. Me han recordado a los trabajos de mi amada Lotte Reiniger, como también he percibido la influencia de los Hermanos Fleischer un montón. Esto último era de esperar, no obstante. Creo que ambos cortos son la demostración de la increíble maestría de Ôfuji. Una técnica de kirigami depurada, minuciosa y elegante, que continúa asombrando todavía en la actualidad.

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Haru no Uta

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Este es mi cortometraje favorito de toda la recopilación. Sin lugar a dudas. También resulta el más marciano. No se sabe gran cosa sobre su director, Kiyoji Nishikura, excepto que colaboró más adelante con el gran Kenzô Masaoka en una de las animaciones para niños más sádicas que he visto jamás: Tora, el gatito abandonado (1947). Si os gustan los animalitos y sois masoquistas, disfrutaréis como puercos. Garantizado. Volviendo a Chameko no Ichinichi, se trata en realidad de una obra muda sobre la que se ponía música mediante un gramófono, procurando sincronizarla con la imagen. Y la composición que sonaba con este corto era el megahit infantil de la época Chameko no Ichinichi. Es una tonadilla creada varios años atrás, en 1919, pero que gustaba mucho a los niños. La versión que aparece aquí fue grabada una década después por la proto-idol Hideko Hirai, y fue un exitazo. Así que, ¿por qué no hacer una pequeña animación sobre ella? Y de esta forma nació la joya Un día en la vida de Chameko.

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Chameko no Ichinichi es, como indica el título de la propia canción, un día en la vida de una niña llamada Chameko. Comienza temprano por la mañana, con el canto del gallo y una vendedora ambulante de nattô anunciando su mercancía. La mamá de Chameko, una elegante señora en kimono, despierta a su hijita y esta se lava, viste, toma su desayuno, va al colegio, al cine… La rutina cotidiana de una muchacha de clase media japonesa en un medio urbano. Y ahí radica una parte de su interés, que es un documento vivo de su época con detalles muy vistosos. Es además un corto singular en otros aspectos, me sorprendió muchísimo encontrar publicidad por emplazamiento en una obra tan antigua, en concreto de la pasta de dientes Lion, marca que continúa existiendo, además.

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Kinue Hitomi

Nishikura también incorporó imagen real, plasmando uno de los orgullos deportivos del país: la atleta Kinue Hitomique ganó la medalla de plata en 800 metros durante las Olimpiadas de Amsterdam (1928). Fue todo un mérito porque no había entrenado jamás para esa categoría y decidió participar en el último momento, insatisfecha de sus resultados en otras pruebas. Esta damisela fue la primera mujer asiática en lograr algo semejante, y pulverizó records en Japón. Hitomi fue una deportista de gran talento que, por desgracia, murió de forma prematura a los 24 años a causa de una neumonía. Chameko no Ichinichi muestra sus numerosas victorias en los III Juegos Mundiales Femeninos, que tuvieron lugar en Praga en 1930. El director tampoco se cortó en estampar otro de los héroes populares del momento: el samurai Tange Sazen, que finiquita el corto rebanando pescuezos.

Chameko no Ichinichi goza de las ventajas de una técnica mixta, donde cutout, animación e imagen real se dan la mano. Si unimos a eso múltiples referencias cómicas y surrealistas, tenemos entre manos un producto para niños (porque iba dirigido a ellos) bastante extraño, incluso para estándares modernos. ¡Me encanta! Lo único que me molesta un huevo poco es la voz de Hideko Hirai. No comparto en absoluto esa adoración por las voces insoportablemente agudas que tienen los japoneses para la música.

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De nuevo Noburô Ôfuji a la carga, pero esta vez sin cutout o siluetas. Animación en celuloide y chiyogami combinados. Chinkoroheibei Tametabako quizá sea el corto que menos me ha gustado, aunque técnicamente es imaginativo y sorprendente. El protagonista de este relato es un animalillo mezcla de Félix el Gato y Mickey Mouse, con no muy buenas intenciones y sobrada osadía para llevarlas a cabo. Su nombre, Chinkoheibei; y lleva una vida despreocupada que destina a vaguear y hacer maldades. Un día, después de putear a una araña y a una tortuga, descubre en el fondo del mar una curiosa caja mágica. Esta caja se encuentra en el palacio del rey de los peces, y aunque ha observado desde la lejanía la extraordinaria magia que lleva a cabo, le es imposible acceder a ella porque no es una criatura del mar. Ni siquiera le dejan entrar al palacio. heibei.gif¿Ese obstáculo parará los pies del pícaro Chinkoheibei? Por supuesto que no. Desea hacerse con la caja maravillosa, e ingenio y mala sombra no le faltan. Como muchos cuentos infantiles con moraleja, Chinkoroheibei Tametabako resulta algo ramplón y simplote en su guion. Aunque bien pensado, ese inconveniente es lo de menos, porque este corto en lo que sobresale es en el apartado visual y técnico. La ambientación submarina está bastante lograda, así como las escenas de acción, excepcionalmente fluidas. Ôfuji fue un creador versátil y audaz, al que no le importaba experimentar ya que muchas veces lo acuciaba la falta de presupuesto. Hizo de la necesidad una virtud, y gracias a su talento logró poner en el mapa mundial la animación japonesa. Todo un soberano preludio de lo que unas décadas después sería el tsunami del anime.

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Kenzô Masaoka (1898-1988) es una de las figuras más importantes de la historia de la animación japonesa, a pesar de que casi nadie se acuerde de él o conozca la trascendencia de sus trabajos. Si Tezuka fue considerado «el dios del manga», Masaoka se ganó en su momento el título de «Disney japonés». Fue el introductor en el país de la animación con acetatos y el primero en crear un sistema de pre-grabación para hacer simultáneos los movimientos de la imagen con el sonido y la música. El estreno de la técnica tuvo lugar, precisamente, en este Benkei tai Ushiwaka. Sin Masaoka la todopoderosa Toei no sería tampoco lo que es en la actualidad. ¿Cómo puede ser eso? Pues siendo. Masaoka, ya retirado del oficio por problemas de vista, se dedicó a enseñar a otros animadores. Recopiló sus conocimientos y experiencias en un ensayo que Toei utilizó metódicamente como manual de formación para su nuevo personal. Y no solo eso, discípulos suyos que trabajaron en la empresa difundieron sus teorías y técnicas sobre animación. Teorías que siguieron vivas en creadores como Miyazaki.

bn2Aunque su obra más conocida es Kumo to Tulip (1943), este Benkei tai Ushiwaka posee también su relevancia. Y no poca. Técnicamente es una pequeña maravilla de su tiempo, con una ambientación extraordinaria en sus matices de luces y sombras, de gran profundidad; así como un uso de los planos muy innovador. El diseño de los personajes es muy norteamericano, sin embargo resulta patente a su vez la influencia que tuvo la formación universitaria del director. Masaoka se especializó en pintura tradicional japonesa; y Benkei, uno de los protagonistas del corto, parece un oni salido literalmente de un kakemono.

Benkei tai Ushiwaka está basado en un antiguo y conocido mito japonés, que narra el encuentro de dos grandes guerreros del periodo Heian (794-1185): Musashibô Benkei y Minamoto no Yoshitsune. Benkei era un sôhei, se dice que medía dos metros y por su gran ferocidad en el combate le llamaban Oniwaka (el chico ogro). Su gran devoción por Buda le hizo realizar el voto de que lograría hacerse con 1000 espadas; y para tal fin se situó delante del puente Gojô de Kioto, venciendo en sucesivos duelos a todo samurai que pasaba. Cuando ya tenía en su poder 999, llegó al puente Yoshitsune, ¿se haría con su katana también?

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Todo japonés conoce el final de ese célebre desafío, que es una mezcla de leyenda y suceso histórico real, pero aquí no lo voy a desvelar. Benkei to Ushiwaka, no obstante, se centra más en un joven Yoshitsune (Ushiwaka) y su adiestramiento como espadachín en el monte Kurama, bajo la tutela de Sôjôbô, el rey de los tengu. Después de alcanzar la maestría, dirige sus pasos a Kioto donde encuentra al bravo sôheiBenkei to Ushiwaka es un corto divertido y con mucha acción, sorprende su modernidad por la fluidez de movimientos y el encadenamiento de planos; pero también mostraba que aún quedaba mucho por mejorar. Y Masaoka lo consiguió, por supuesto.

momotaro

Mitsuyo Seo fue alumno aventajado de Kenzô Masaoka. Aunque sus tendencias políticas abiertamente progresistas le provocaron bastantes sinsabores en vida, Seo ha pasado a la historia de la animación japonesa como el creador de dos de los films más importantes de propaganda bélica gubernamental del momento. Momotarô no Umiwashi y su secuela, Momotarô: Umi no Shinpei (1945). Toda una paradoja. Este último además es considerado el primer largometraje animado de Japón, admirado hasta por el propio Tezuka, al que impresionó mucho en su niñez.

Si dejamos de lado todo lo negativo que conlleva el «apostolado nacionalista» de la II Guerra Mundial, tenemos en Momotarô no Umiwashi un documento histórico de primera línea. No debería resultar complicado deshacernos del prejuicio que en un momento inicial pudiera aparecer; han pasado suficientes años como para que seamos capaces de aplicar una visión desapasionada, limpia de posibles resentimientos o vínculos emocionales. Y todo esto nos brinda la excelente ocasión de observar también los mecanismos de manipulación populista, que otras naciones enzarzadas en la contienda utilizaron igualmente. Quizá desde nuestra perspectiva actual nos parezca una barbaridad adoctrinar de semejante forma a los niños, pero recordemos que juzgar las obras del pasado con los valores éticos del presente no suele ser acertado. Y dificulta el estudio de las mismas.

momotaro2Momotarô no Umiwashi aprovechó la gran popularidad del héroe legendario Momotarô para influir en las tiernas mentes infantiles. Esta figura mitológica fue usada con profusión durante todo el conflicto como símbolo del gobierno japonés, otorgándole así una legitimidad de naturaleza semidivina. Fue un instrumento útil y de fácil manejo, pues las características de Momotarô fueron asimiladas directamente como propias del Imperio. ¿Y quiénes eran los enemigos? Pues los demonios a los que se enfrentó Momotarô, por supuesto. Adaptaron el ataque a Pearl Harbor a la leyenda del chico melocotón. Hawaii se convirtió en Onigashima (la isla de los oni) y los malvados demonios que la habitaban fueron los estadounidenses. El mono, el faisán, el conejo y el perro del cuento son soldados y pilotos del ejército a las órdenes del general Momotarô. La ofensiva se realiza con toda la épica que le faltó al evento histórico, sin heridos ni muertos ni desgracias; y los norteamericanos son representados como gallinas correteando sin control cuyo capitán, borracho perdido, se asemeja sospechosamente al villano de Popeye, Brutus. Pero la demostración del poderío tecnológico militar japonés que se vierte tampoco es exagerada, no se hicieron dueños del Pacífico por casualidad.

A nivel técnico el mediometraje es una maravilla, de una belleza innegable. Plasma el espíritu austero y marcial japonés con toda la carga dramática que exige el acontecimiento; aunque aparecen las concesiones obligatorias a la comedia idiota, Momotarô no Umiwashi tiene una gravedad solemne que impresiona.

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Incluido en The roots of Japanese anime – Until the end of WW II se encuentra también Shôjôji no Tanuki-bayashi Ban Danemon (1935) de Yoshitarô Kataoka, pero no voy a escribir sobre él porque ya lo hice otro día aquí.


The roots of Japanese anime – Until the end of WW II es una compilación útil para todo aquel que desee adentrarse en la prehistoria de los dibujos animados nipones. Presenta creadores indispensables a través de una obra característica de su estilo; y teniendo en cuenta que el material original no se halla en condiciones perfectas, Zakka films ofrece una calidad excelente. Podrían haber escogido otros cortometrajes, no obstante la selección general es buena. The roots of Japanese anime – Until the end of WW II  es una introducción, una invitación para conocer luego en más profundidad a los autores referidos. Por sí misma es una avanzadilla que si no consigue despertar el interés del espectador, permanecerá como simple curiosidad.

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Shôjôji no Tanuki-bayashi Ban Danemon (1935)

Así que, a pesar de su indudable valor histórico, la intención de esta antología en realidad es pedagógica. Todavía no hay mucho público que desee rebasar los límites de la dimensión lúdica del anime, y mucho menos entre los otacos. Aunque existen especialistas en el tema y aumenta el número de personas que perciben el universo del animanga de manera más reflexiva, una mayoría de sus consumidores prefiere pasar de puntillas frente al material más antiguo, ya que le resulta escarpado, aburrido. Una opción completamente legítima, nada que objetar al uso del anime como simple herramienta de entretenimiento. Lo que se debe tener claro entonces es que The roots of Japanese anime – Until the end of WW II no va dirigido a esa clase de consumidor. Esto no es algo que suceda exclusivamente en el mundo del manganime, toda expresión de cultura popular se halla en una encrucijada similar. Continuamente. Pero hay un secreto, y es que no se tiene por qué elegir solo un camino, pueden transitarse muchos a la vez.

¿Escribí al principio que mi intención era ser breve? Menos mal. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, cortometrajes

Lacónicos: Chispas de Tezuka

Tener una sección dedicada a cortometrajes y no escribir sobre Osamu Tezuka es un auténtico crimen. En la inauguración de este apartado hablé sobre su clásico Jumping (1984), pero su genio y figura merecen más, mucho más. Así que, para abrir el apetito a futuras entradas consagradas a Manga no Kamisama, he seleccionado 5 cortometrajes suyos que nos muestran otra faceta más, quizás no tan conocida. Forman parte de un DVD que fue publicado en España por Divisa hace 10 años, titulado Animación Experimental de Tezuka; y que en 2013 se reeditó en la recopilación Tezuka Pack con otras obras como Don Drácula y Unico, el pequeño unicornio.

El DVD original incluye 13 cortos diferentes, que es una forma estupenda de introducirse en la dimensión más audaz e imaginativa de Tezuka: sus jikken anime. Hay que tener en cuenta que precisamente esta vertiente es la que más apreciaba Manga no Kamisama; y la que más disfrutaba, porque se trata de pura creación, incluso sin las limitaciones de una narrativa. Un formato donde ponerse a prueba. Consideraba que la animación comercial, en la que fue pionero y destacó, era solo una manera de ganar dinero, y su espíritu artístico lo dirigía más bien hacia la experimentación. No creía que en Japón, salvo Yôji Kuri y su grupo, nadie estuviera trabajando de verdad por incluir al país dentro de la vanguardia internacional. Y Tezuka estaba seguro de que la animación de autor era donde realmente podía expresarse la originalidad; y para ello había que empezar a pensar en grande, dirigiendo las obras más allá de las fronteras del país. Esa independencia de la que hizo gala en la mayor parte de su carrera, también era un requisito para lograrlo. Tezuka se tomaba muy en serio sus cortos, ponía en ellos verdadera pasión y ahínco, muchísimo más que en sus trabajos convencionales (los que le daban de comer). Desdeñaba un poco sus proyectos nutricionales, pero gracias a ellos también el mundo del manganime es como lo conocemos actualmente. Y ni tan mal.

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Volviendo a los cortometrajes de esta compilación, son todos bastante distintos y la franja temporal que cubren va desde principios de los años 60 hasta finales de los 80, por lo que se puede observar la evolución creativa y filosófica de Tezuka con cierta nitidez. No obstante, muchos de ellos reflejan una de sus constantes vitales: el anti-belicismo. La II Guerra Mundial y el horror de Hiroshima y Nagasaki impactaron con fuerza en la vida de Tezuka, haciéndolo un fervoroso pacifista.

Mis cinco favoritos son los que analizo a continuación. No significa que sean los mejores, solo los que más me han gustado y, por supuesto, si el tema os interesa mucho, os animo a que investiguéis por vuestra cuenta más. Escarbar entre las obras de Manga no Kamisama siempre es una tarea gratificante.

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Aru Machi Kado no Monogatari o Tale of a street corner, es una de las cosas más bonitas y tiernas que veréis en mucho tiempo. De verdad de la buena. Es uno de mis cortometrajes animados favoritos de todos los tiempos, solo os digo eso. Son casi 40 minutos de metraje donde Tezuka nos habla, sencillamente, de la vida. No tiene un argumento concreto, es un caleidoscopio donde las piezas se van moviendo por la mano del destino y el hombre, creando sus propias figuras de alegría, desdicha, celos, amor, miedo, ira… Una numerosa familia de ratoncillos, una niña en un ático a la que se le cae su peluche, una polilla entrometida y maliciosa, un árbol melancólico que no consigue dispersar sus semillas, los personajes de los carteles pegados en un muro, una vieja farola y unos cuantos más, son los seres que pueblan un rincón de una calle en una ciudad anónima europea. Y lo que les sucede es lo que narra Tezuka. Con guerra incluida, por supuesto.

Tanto la excelente música de Tatsuo Takai como la ambientación que le da al arte Ryô Arai, evocan esas elegantes comedias musicales de los años 50 como Lili (1953), Un Americano en París (1951) o Funny Face (1959). El estilo en general me recuerda mucho al de Walter Peregoy en La Bella Durmiente (1959), pero que en un ambiente urbanita resulta mucho más chic; y con las numerosas referencias artísticas con las que juegan (Rodin, Sharaku, Toulouse-Lautrec, Miró, etc) hacen de Tale of a street corner un clásico que no ha envejecido apenas.Sí, tenéis razón, estoy enamorada de esta obra, no puedo ser muy objetiva. Esta repleta de matices y detalles encantadores; también sarcásticos y tristes. Este fue el primer jikken anime de Tezuka, aunque personalmente no lo encuentro muy experimental. Es, simplemente, distinto.

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Mermaid o Ningyô es una auténtica delicia. Tiene una duración de 8 min 19 s, con una banda sonora de excepción: Prélude à l’après-midi d’un faune de Debussy, pero dirigida por el gran Isao Tomita (1932-2016). Tezuka tenía mucho ojo, y solo colaboraba con los que él consideraba eran los mejores. Tomita fue uno de ellos sin duda, y trabajaron juntos en más obras. Fue el principal introductor de la música con sintetizador en Japón, así como un compositor de primera línea hasta que falleció este pasado mes de mayo. Yo le tengo especial cariño y respeto, así que aprovecho para rendirle este diminuto tributo en el blog.

Isao Tomita
Tomita-sensei

Con el diseño de arte minimalista de Shigeru Yamamoto, Ningyô en su simplicidad y limpieza, narra la historia de un muchacho que es incomprendido y segregado cruelmente por su afición a soñar despierto. Solo él puede ver a una sirena con la que comparte fantasías y viajes, y su negativa a reconocer que solo es un producto de su imaginación tiene consecuencias feroces para él. En una sociedad con un gobierno totalitario, cualquier tipo de disidencia se considera un peligro y una traición, así que intentan convertir al joven en un ciudadano normal, en alguien que no vea sirenas donde solo hay peces. La influencia del Método Ludovico de A clockwork Orange (1962) es muy evidente. ¿Lo consiguen? ¿Tiene lugar en un mundo así este chico? Para averiguarlo, tendréis que verlo aquí  Es un cuento delicado lleno de melancolía, vaporoso y de gran elegancia tanto estructural como visualmente. Precioso.

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Onboro film o Broken down film es divertido y original. No para de fracturar convenciones de la animación para reírse de sí mismo, apoyándose en la metaficción, rompiendo la cuarta pantalla, etc. Broken down film es una película muda y en mal estado, donde los propios protagonistas que la habitan tienen que sufrir las consecuencias de su deterioro. No pueden realizar bien sus interpretaciones, por lo que se ven obligados a improvisar a menudo. ¿Y qué historia están intentando representar? Pues un típico silent-western con dama en apuros atada a las vías de un tren, un villano enorme y barbudo, y un héroe flacucho y algo torpe. Tezuka no tiene ningún reparo en autoparodiarse, y el trabajo que realizó para el envejecido del corto está realmente logrado. Recordemos que estamos en el año 1985, y de recursos informáticos nanay. Todo a manita como auténticos artesanos. En resumen, Onboro film es una curiosidad muy entretenida de ritmo especialmente ágil además.

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Con 8 min 25 s minutos de duración, Muramasa es el corto más tenebroso de los que tenemos en la entrada de lejos. Ese rojo que monopoliza la luz en el inicio es presagio de violencia. Tezuka se arropa con la sobriedad del pasado, escogiendo una presentación también acorde. La animación es puro bosquejo, sencilla y austera, haciendo hincapié en el dibujo, como un cómic animado; la música tradicional marca el compás, llevando todo el peso dramático, pues no hay diálogo.

Muramasa es el nombre de un antiguo clan japonés que se dedicaba a la forja de katanas. Eran tan peligrosas y eficaces, que se creía estaban poseídas por un espíritu maligno. Y de eso va un poco este corto. Un samurái encuentra casualmente una katana atravesando un montoncillo de paja en el bosque. Parece abandonada, así que decide quedársela. Pero lo que no sabe el guerrero es que esa espada está maldita, y enloquece a su dueño lentamente, impidiéndole considerar seres humanos a los que le rodean. Así que obliga a su amo a asesinar. Pero, inmediatamente después de matarlos, por unos instantes, este samurái logra observar la carnicería que ha ejecutado, y se empieza a atormentar. Aun así, totalmente subyugado por el embrujo de la espada, es incapaz de deshacerse de ella. Se trata de una evidente alegoría de la pérdida de control cuando se entra en una espiral de violencia, y la deshumanización lógica que conlleva. Un círculo vicioso. Tezuka, como ya comenté, era un anti-belicista convencido, y no dejó de plasmarlo en muchas de sus obras. Muramasa una más de ellas.

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Selfportrait o Jigazô es de las últimas obras animadas que nos legó Tezuka, y forma parte de un recopilatorio de 19 autorretratos, Animated Self-Portraits (1989), dirigido por David Ehrlich. En él participaron artistas como Kihachiro Kawamoto, Renzo KinoshitaJan Švankmajer. Es muy escueto, de apenas 10 segundos, pero Manga no Kamisama nos transmite su mensaje de forma muy clara: el proceso creativo tiene bastante de azar, y cuando las piezas encajan de cierta manera, puede llegar a ser muy lucrativo. Tezuka utiliza una máquina tragaperras como vehículo, y es la suerte la que hace coincidir las ruedas para que el rostro que todos conocen (y esperan) del autor, haga aparición; y ese es el rostro que escupe dinero. Desde luego, no le faltaba sentido del humor a Tezuka, pues su carrera profesional no estuvo exenta de numerosos altibajos económicos. Aunque cuando ganaba guita, lo hacía a espuertas, todo hay que decirlo.

¿Y cuáles son los otros ocho cortos que hay en Animación Experimental de Tezuka? Debo aclarar que también me gustan bastante, de hecho no encontré ninguno que me defraudara, aunque prefiera los cinco anteriores. Son interesantes y no dan puntada sin hilo, creo que merecen vuestra atención:

Osu (1962) o también Macho. Duración: 3 min 10 s. Crítica social y psicológica al hombre desde la óptica de un gato. Una buena reflexión. Podéis verlo aquí.

Memory (1964). Duración: 5 min 40 s. Jugando con distintas técnicas y estilos, Tezuka medita sobre la inconsistencia y plasticidad de la memoria humana. La ironía que no falte. Podéis verlo aquí.

Shizuku (1965) o también La Gota. Duración: 4 min 19 s. Los sufrimientos y delirios de un náufrago a causa de la sed, con un final muy divertido. Podéis verlo aquí.

Tenrankai no E (1966) o también Cuadros de una exposición. Duración: 32 min 10 s. Con Isao Tomita dirigiendo esta vez la composición de Músorgski que lleva el mismo nombre del corto. En realidad es un homenaje a esta pieza musical, pero transportada a los años 60. Un buen rapapolvo sociológico y bastante heterogéneo. Podéis verlo aquí.

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Tenrankai no E

Sôseiki (1968) o Génesis. Duración: 3 min 54 s. Una sátira sobre los primeros versículos del libro de Génesis, donde parodia desde la película de John Huston The Bible: In the beginning… (1966), hasta su propia obra, Astroboy.

Jumping (1984), de la que escribí aquí.

Push (1987). Duración: 4 min 17 s. Las máquinas pueden darte todo lo que quieras; ropa nueva, un flamante coche , un peinado moderno… nutren la vanidad con facilidad, pero ni siquiera Dios puede paliar la soledad o crear un planeta nuevo. Podéis verlo aquí.

Mori no Densetsu (1987) o La leyenda del Bosque. Duración: 29 min 28 s. Quedó inconclusa por parte de Tezuka, pues era solo la primera parte. Más adelante, en 2014, tuvo su correspondiente secuela. Utilizando de brújula la sinfonía nº4 de Chaikovski, La leyenda del bosque rinde tributo a pioneros como Winsor McCay, Paul Terry o Walt Disney. Mezcla distintos estilos y técnicas para contar una historia de espíritu ecologista. Podéis verlo aquí.

Higeo Oyaji

Y esto ha sido todo por hoy. Nunca son demasiadas entradas dedicadas a Tezuka, en realidad SOnC debería tener muchísimas más. Hay que ponerle solución, ¡hay que hacer algo! ¡Viva Tezuka, cabrones!

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.